Es lógico que, a estas alturas, surja una pregunta: ¿no habrá sido Rasputín un demente, es decir, una persona que presentaba graves alteraciones de todos sus procesos psíquicos? Esta pregunta sólo admite una respuesta negativa, toda vez que en aquellas situaciones en las que a Rasputín no le resultaba provechosa una actitud deliberadamente «sonambulesca», podía mantener una conversación perfectamente razonable. Así, por ejemplo, habiendo averiguado con toda sensatez y «de forma exhaustiva todo lo que le interesaba acerca de mi persona», recuerda F. Yusúpov, «Rasputín comenzó a proferir toda una serie de frases entrecortadas y carentes de sentido acerca de Dios, el amor fraterno ... las mismas palabras que ya le había escuchado cuando le conocí hace cuatro años».120 Con respecto a la desquiciada jerga que Rasputín utilizaba a propósito en las cartas y telegramas que escribía a los zares, el historiador M. N. Pokrovski afirma: «Es imposible que el “hombre de Dios” no fuera capaz de expresarse de forma comprensible a su manera, a la manera de los campesinos, pero tanto a él mismo, como a sus seguidores, hacer uso de la forma de expresión habitual les hubiera parecido una renuncia al ritual».121 El propio Grigori explicó que «la gente, cuanto menos comprenda algo, más valor le da».122
«Dotado de una inteligencia campesina», anota D. D. Isaev, Rasputín «captaba fácilmente el estado de ánimo de quienes le rodeaban, se orientaba rápidamente en la situación (principalmente, a nivel inconsciente), solía actuar “para la galería”, y encontró con toda precisión su espacio como excéntrico, cuya función era exagerar, gemir, farfullar, maldecir y repartir bendiciones. Al mismo tiempo, el carácter incomprensible y fragmentario de sus manifestaciones y la deliberada incorrección de su discurso solían beneficiarle, y se aprovechaba de ello. Los “poderosos de la tierra” se escuchan más a sí mismos que a los demás y de todo cuanto escuchan sólo destacan las palabras que parecen reflejar sus propios pensamientos e intenciones, que proyectan sobre el abracadabra de los profetas, de manera que éstos adecuan fácilmente su comportamiento, atendiendo cuidadosamente a las reacciones que éste provoca. El histrionismo, el exhibicionismo y la premeditación, que son características de las personalidades histéricas, favorecen en gran medida esos procesos».123
La realidad es que sólo cuando la situación exigía la máxima precisión y argumentación a la hora de expresarse —como sucedió, por ejemplo, cuando el hijo de Rasputín fue llamado a filas en 1915—, el discurso del starets se veía despojado de inmediato de cualquier matiz «esotérico».124 Es cierto que Dimitri Rasputín terminó siendo declarado apto para el ejército, pero su padre se las apañó para que lo destinaran a un puesto seguro: acabó al servicio de la emperatriz en el tren hospital que ésta organizó.125
Rasputín tenía una capacidad extraordinaria para orientarse en las más diversas situaciones y jugar los papeles más disímiles, según lo exigiera la coyuntura. Encontrándose, por ejemplo, en la «eminente compañía» de personas a las que apenas conocía «de pronto, se transformó»: «Se comportó durante la cena de forma harto contenida y con gran dignidad. Bebió abundantemente, pero en esta ocasión el vino no ejerció ningún poder sobre él y hablaba despacio, como sopesando cada palabra».126 «Cuando quería, se mostraba más atento y mesurado que de costumbre, y si se encontraba en sociedades o situaciones distintas a las habituales “no perdía el tono”, como suelen decir los artistas».127 Según el testimonio de P. G. Kurlov, antiguo comandante del cuerpo de gendarmes, en un encuentro que tuvo con Rasputín éste se comportó «de forma muy contenida y no sólo inhibió cualquier manifestación de fanfarronería, sino que ni siquiera hizo la menor alusión a sus relaciones con la familia imperial».128
Ante un público aristocrático, especialmente si estaba conformado por representantes de la mitad femenina de la aristocracia, Rasputín se convertía en otra persona. «La liberalidad y la familiaridad del trato»,129 «la descarada soberbia de sus discursos y su cínico libertinaje en materia moral»,130 el exhaustivo y retador escrutinio al que sometía a quienes le rodeaban,131 así como el uso indiscriminado del «tuteo»132 son los elementos que conformaban una capacidad de generar asombro, de rasgos agresivos y plebeyos, que granjeaba a Rasputín, al encontrarse en compañía de los miembros de la aristocracia, un éxito instantáneo. «En los salones aristocráticos se comportaba con un descaro insoportable ... Les trataba [a los aristócratas] peor que a los lacayos o a las criadas. Por los motivos más nimios, reñía a las damas aristocráticas de forma tan inadecuada y utilizando palabras tan soeces que hubieran hecho ruborizarse a un mozo de cuadra. En ocasiones, su descaro alcanzaba cotas indescriptibles. A las damas y jóvenes de abolengo les hablaba sin ningún tipo de ceremonia, sin que la presencia de sus esposos o padres le cohibieran en absoluto. Su comportamiento hubiera escandalizado hasta a la prostituta más experimentada».133
Rasputín comprendió enseguida cuál era el «talón de Aquiles» de la alta sociedad rusa, completamente imbuida de una eslavofilia de corte romántico, y a la que los sucesos de los años 1905-1907134 dieron un susto de muerte, «le encantaba... pelearse con los aristócratas y burlarse de ellos; los llamaba perros y afirmaba que por las venas de cualquier aristócrata no corría ni una gota de sangre rusa».135 Habiendo sido invitado por primera vez a una comida en casa de la condesa S. S. Ignatieva, promotora y anfitriona de un célebre salón conservador de San Petersburgo, y una mujer «desequilibrada y de escasas luces»,136 ésta contradijo a Rasputín en una conversación acerca de la perspectiva de que Iliodor, entonces amigo del starets, fuera sometido a un destierro forzoso en Minsk. Entonces, Rasputín «acercó su rostro al de la condesa, llevó su dedo índice hasta la nariz de ésta y amenazándola con el dedo, con voz entrecortada y el aliento sobresaltado, le espetó: “¡Que te calles! ¡Chitón! ¡Grigori te está diciendo que Iliodor permanecerá en Tsaritsin! ¿Lo has comprendido? ¡Y no te creas más de lo que eres en realidad: una cualquiera!”».137
Merced al extraordinario talento histriónico del que hacía gala, en muchas ocasiones Rasputín conseguía predisponer en favor suyo incluso a aquellos que habían comenzado por mantener una posición crítica hacia él y, con el paso del tiempo, habían terminado formando parte del bando de sus más fervientes y convencidos detractores. Uno de esos casos fue el del célebre romántico ortodoxo, «místico, asceta y anacoreta»,138 rector de la Academia espiritual de San Petersburgo, el archimandrita Feofán, precisamente gracias a cuya recomendación accedió Rasputín a los palacios imperiales el 1 de noviembre de 1905. Esta es la manera en que, la víspera de aquel día, Feofán fundamentó su fatal recomendación: «Grigori Yefímovich ... es un campesino y un analfabeto. Será de utilidad escucharlo, porque es la tierra rusa la que habla por su boca.