Una prueba más de que no podía escapar a su ADN por mucho que quisiera.
Llegaron al rancho. Allí había carteles anunciando la venta de queso de cabra y leche, junto con estiércol de cabra. Al otro lado de la casa principal había establos y corrales. A lo lejos podía ver un par de ovejas, una llama y...
Detuvo el coche y miró.
—¿Eso es...?
Patience le siguió la mirada.
—¿Un elefante? Sí. Se llama Priscilla.
—¿Es un elefante de verdad?
—No es de mentira, si es lo que estás preguntando. Es una larga historia, pero ahora vive aquí y todo el mundo la adora. Es parte de la comunidad.
Él volvió a centrar la atención en el camino que atravesaba la propiedad.
—Claro, cómo no.
—Queremos a Priscilla y participó en el belén las Navidades pasadas.
—¿Un elefante?
—Todos tienen derecho a participar.
Él quería apuntar que Priscilla era un elefante, no una persona, pero sabía que, probablemente, Patience tendría algo que objetar. En su mundo, los elefantes podían ser familia y los habitantes del pueblo se presentaban en masa a trabajar en locales que pronto abrirían. No había duda de que allí también unas pequeñas criaturas del bosque limpiaban las casas a la vez que silbaban.
Sacudió la cabeza.
—Necesito un respiro.
—¿De qué?
Paró frente a la gran casa. Allí ya había varios coches aparcados y gente charlando en el porche.
Patience le tocó el brazo.
—Justice, ¿estás bien?
Se giró hacia ella y ver su rostro lo calmó. Podía mirarla a los ojos y volver a encontrar el equilibrio. Con Patience a su lado, podía soportar las excentricidades de Fool’s Gold.
—Estoy bien.
—Si estás seguro...
Esperó, pero como él no dijo nada, se giró hacia la gente que estaba en el porche.
—A ver, la mujer embarazada es Heidi, que está casada con Rafe, que es el hermano de Shane, que es el padre del bebé. Annabelle y Shane no están casados aún porque ella no quería recorrer el pasillo hasta el altar embarazada. Es curioso porque Annabelle es bastante tradicional, así que haberlo hecho todo al revés no es propio de ella. Pero son súper felices juntos.
Observó a la multitud.
—En el equipo de trabajo ya conociste a todos los demás. No te preocupes si no recuerdas los nombres.
—Recuerdo sus nombres.
—Imposible. Solo llevas unas semanas en el pueblo.
Él esbozó una pequeña sonrisa y miró a la izquierda.
—Las dos rubias son Dakota y Montana. A su lado están Finn y Simon. La mujer más mayor es su madre, Denise, y la señora de pelo blanco que está hablando es la alcaldesa Marsha.
—¡Vaya!
Él se encogió de hombros.
—Forma parte de lo que hago, aunque tienes que recordar que antes era amigo de Ford.
—Si yo no hubiera nacido aquí, dudo que hubiera podido recordar los nombres de todos.
—Tengo un pequeño truco.
—Pues es muy bueno.
Quería impresionarla, pero sabía el peligro de hacerla creer en él. Se recordó que tenía que decidirse. ¿Estaba dispuesto a arriesgarse a tener algo con Patience? ¿Tanto confiaba en sí mismo? ¿O era demasiado tarde para tener esa conversación? Porque estaba empezando a pensar que ya estaba demasiado metido como para encontrar la salida.
Patience tenía al diminuto bebé en sus brazos.
—¿No eres guapísimo? —le susurró al pequeño que dormía—. Eres precioso.
Annabelle estaba sentada en la mecedora de la habitación y le sonrió.
—Me siento inútil. Todo el mundo está ayudando tanto que no tengo nada que hacer.
—Oh, es verdad, toma, tenlo tú en brazos —dijo Patience caminando hacia ella.
Annabelle sacudió la cabeza.
—No, no, no me quejo por eso. He estado muy estresada pensando en cuando naciera el bebé porque no estaba segura de saber qué hacer, pero resulta que no tengo que preocuparme por nada porque nunca estamos solos, y lo digo en el buen sentido.
—¿Qué tal está llevando Shane la paternidad?
—Está emocionado y asustado. Es una combinación curiosa. No dejaba de decir que tener un niño no era para tanto, que la naturaleza se ocupa de todo, pero ha descubierto que no es exactamente como cuando una de sus yeguas tiene un potrillo.
—Ahí está el poder de ser un engreído —dijo Patience devolviendo al pequeño Wyatt a los brazos de su madre. Se sentó a su lado en una silla y se acercó—. Es adorable.
—Eso creo —respondió Annabelle sonriendo—. Bueno, dime, ¿cuántos guisos tengo en mi congelador?
—En el último recuento treinta y dos, pero llegarán más. Ah, y en la nevera tienes una preciosa cesta de frutas. Muy elegante. También hay galletas y brownies y no sé qué más.
Annabelle se recostó en la mecedora.
—Adoro este pueblo. No me marcharé jamás.
—Nadie quiere que lo hagas —la abrazó y se levantó—. Tengo que volver. Te llamaré en un par de días para ver qué tal. Imagino que para entonces ya estaréis más tranquilos por aquí.
—Gracias por venir.
—No me lo habría perdido por nada.
Volvió a la parte delantera de la casa y encontró a Justice charlando con Clay Stryker. Cuando él la vio, se disculpó y fue a reunirse con ella.
—¿Lista para irnos?
Ella sonrió.
—¿Ya has terminado de fingir que estás emocionado por la llegada del bebé? ¿Querías tenerlo en brazos?
Él hizo una mueca de disgusto.
—No.
—No te van los niños.
—Me gustan los niños, pero los bebés me ponen nervioso.
—Bueno, ¿entonces estás listo para que nos vayamos? —le preguntó riéndose por su fobia a los niños.
—En cuanto me digas.
Salieron de la casa y fueron hacia el coche.
—¿Y tú qué? —le preguntó al abrirle la puerta del copiloto—. ¿Has tenido al bebé en brazos?
—Por supuesto, es maravilloso, ¡tan chiquitito! Recuerdo cuando nació Lillie. Estaba muerta de miedo.
Él cerró la puerta y fue hacia la suya.
—Tenías a tu madre —le dijo al sentarse detrás del volante.
—Y a Ned, aunque por entonces las cosas ya empezaban a desmoronarse. Se marchó poco después, pero incluso con medio pueblo en mi salón, seguía aterrorizada. Era demasiado joven para ser madre. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero desde el primer segundo que la vi, ya la adoraba.
Lo miró.
—¿Recuerdas