—Pues no veo que tú te hayas marchado.
—Me pillaron en un momento de debilidad y ahora no me puedo imaginar viviendo en ningún otro sitio. Te absorben.
—Yo viví aquí un tiempo cuando era pequeño.
—Y volviste, lo cual demuestra lo que estoy diciendo.
—¡Ahí estás!
Justice se giró y se vio frente a frente con Denise Hendrix, que lo abrazó y le lanzó una amplia sonrisa.
—¡Qué alegría me da que sigas aquí, Justice, y que Ford vaya a volver! ¿Aún no te he invitado a cenar? Tienes que venir en cuanto llegue Ford. Así tendremos a toda la familia reunida.
—Recuerdo esas cenas —dijo él, pensando en esos buenos momentos—. Eran muy escandalosas.
Con seis hijos, más los amigos que llevaban a casa a cenar, siempre había habido mucha conversación y jaleo. La casa de los Hendrix había sido uno de los pocos lugares que había podido visitar. La casa de Patience también había estado en la lista y por eso había querido ir lo más a menudo posible. Estar con otras familias le había permitido olvidar por qué estaba huyendo, ya que a su lado podía fingir que era un niño como otro cualquiera.
—Seguimos pasándolo de maravilla —le dijo Denise—. Ahora estamos más apretados porque la familia ha aumentado, pero eso solo hace que lo pasemos aún mejor.
Él se agachó y la besó en la mejilla.
—Estoy deseándolo.
—Bien.
Y con eso se excusó y se marchó.
Justice estaba a punto de unirse a un grupo de trabajo cuando vio a Ava entrar con la silla de ruedas en el abarrotado lugar. Su silla se movía fácilmente por los suelos de madera. Al verla mirar a su alrededor como si no supiera qué hacer, corrió hacia ella.
—¿Estás ocupándote de todo?
Ella le sonrió agradecida.
—Creo que Patience ya lo está haciendo muy bien. Solo quería pasar y ver al pueblo volcarse con mi hija.
—Hay mucha gente.
Patience se acercó.
—Hola, mamá. ¿Estás bien?
—Sí, muy bien.
Pero Patience no se quedó muy convencida y Justice miró a Ava.
—Con mucho gusto me quedaré aquí contigo, así me libro de trabajar.
Patience articuló un «gracias» y añadió en voz alta:
—¡Ah, muy bonito! Aunque ni siquiera me sorprende. Es muy típico, un hombre disfrutando viendo como los demás trabajan.
Él agarró una silla y se sentó al lado de Ava, que le lanzó una mirada especulativa.
—Quieres echar un ojo a ver qué pasa y me utilizas como excusa.
—Puede que sí.
—Puede que no. Estás diferente, Justice. Ha pasado el tiempo y, por supuesto, has cambiado, pero ese no es el único cambio, ¿verdad?
Automáticamente, él adoptó una postura de aparente tranquilidad y, mirándola, le respondió:
—¿Estás preguntando o afirmando?
—Las dos cosas —lo observó—. Entraste en el ejército después de que arrestaran a tu padre.
Él asintió.
—Lo que hacías era peligroso. Patience y yo hemos especulado sobre el tema, aunque estoy segura de que no podremos saber nunca la verdad.
—Probablemente no.
—Has visto cosas.
Más de las que se podía llegar a imaginar.
—Y ahora vas a abrir aquí tu escuela.
Él se rio.
—No es una escuela.
—Ya sabes a qué me refiero —se inclinó hacia él—. ¿Puedes hacerlo? ¿Puedes establecerte en un pueblo pequeño?
—No lo sé —admitió—. Pero quiero estar aquí.
Fue una respuesta sincera. Por mucho que el pueblo lo atraía, le preocupaba no saber encajar. Podía fingir una situación durante un tiempo, pero al final acabaría saliendo a la superficie quién era en realidad.
Había hecho cosas con las que ningún hombre debería vivir. Y, aun así, como Ava había dicho, ahí estaba. Había preguntas a las que no podía dar respuestas, como cuánto tenía de su padre, si podría escapar de la influencia de Bart, si terminaría haciendo daño a la gente que le importaba. Nunca había corrido ese riesgo, no había merecido la pena hacerlo. Siempre había preferido seguir adelante, pero ahora estaba empezando a pensar que quería quedarse allí.
—¿Y hasta que punto Patience influiría en tu decisión? —le preguntó Ava.
—Ella es uno de los motivos que me atraen a quedarme. Nunca la he olvidado.
—Ahora los dos sois personas diferentes.
—Ella no es diferente —estaba más mayor, más bella. Pero la esencia seguía ahí. La dulzura, el buen humor, su única perspectiva del mundo que, en su caso, se reflejaba a través de esas camisetas tan graciosas.
—¿A qué tienes miedo?
—A hacerle daño.
—Pues entonces no se lo hagas.
—No es tan sencillo.
—A veces sí que lo es.
Patience consultó la lista de cosas que tenía por hacer y lo poco que le quedaba de estrés se disipó. Todo estaba en marcha y más rápido de lo que podría haber imaginado. Ya habían limpiado, y todos los platos, tazas y vasos se habían sacado de las cajas. En la trastienda un equipo trabajaba con las estanterías bajo las órdenes de Nevada.
Charlie se acercó.
—El embellecedor ya está pintado y Finn, Simon y Tucker están instalando las barras de las cortinas. Tucker tiene experiencia profesional, pero Simon le está aplicando su precisión de cirujano, así que imagina cómo está saliendo. Finn los está picando a los dos porque la situación es muy graciosa. No me voy a molestar en decirte el problema en el que se están metiendo los hermanos Stryker, pero que sepas que después tendrán su castigo.
Patience se rio.
—No me preocupa. Todos están trabajando mucho y la lista ya está casi completa —abrazó a Charlie—. Adoro este pueblo.
—Y el pueblo te adora a ti —Charlie giró la cabeza y gruñó—. Las mayores a las diez en punto.
Patience le siguió la mirada y vio que Eddie y Gladys habían aparecido. No había duda de que las casi octogenarias mujeres querían ver a jóvenes guapos con vaqueros ceñidos. Las dos eran unas desvergonzadas. El año anterior, Clay había reunido a varios amigos para posar para un calendario benéfico, y cuando Eddie y Gladys se enteraron, se habían presentado allí con sillas plegables para ver el espectáculo.
Para algunas fotos, los chicos se habían tenido que desnudar y ellas habían quedado encantadas y hasta les habían sacado fotos con los móviles. Charlie se había visto obligada a eliminar los desnudos frontales para consternación de Eddie y Gladys.
—Iré a asegurarme de que se comportan —dijo Patience.
Charlie la agarró del brazo.
—Ya