Historia de la ópera. Roger Alier. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Roger Alier
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Изобразительное искусство, фотография
Год издания: 0
isbn: 9788499176192
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consustanciales con la ópera.

      Adentrémonos pues en ese complejo mundo, y salvando sin duda los gustos personales de cada uno de los aficionados al género, reconozcamos que la ópera sigue viva y mucho, a pesar de los tremendos cambios sobrevenidos en su historia más reciente.

      R. A.

      Introducción

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      Acaban de cumplirse 400 años del nacimiento de la ópera como espectáculo musical y teatral. De estos 400 años, quien escribe estas líneas ha vivido algo más de cuarenta, 10 % del total. Teniendo en cuenta la brevedad de la vida humana, y la dedicación que he mantenido durante estos años a este género único en el mundo, puedo considerar que llevo a cuestas un considerable bagaje de experiencias, y que en este período de tiempo se han presenciado numerosos e importantes cambios en la forma y en el fondo de la ópera, que es un género que por su estrecha vinculación a casi todas las formas artísticas (la literatura, las artes visuales, el teatro y la propia música, además de los hechos históricos que le han servido de marco) permite obtener una visión amplísima del quehacer humano. A esta consideración se debe el que en las páginas siguientes haga un análisis detallado de la historia apasionante de la ópera.

      En este libro, y sin dejar de lado lo esencial, he incluido también las distintas formas y manifestaciones de la ópera en aquellos países que no han ocupado un lugar central en su historia, pero sí una presencia que, en definitiva, contribuyó en su momento a difundir el género en tierras poco conectadas con la corriente operística predominante. Se citan autores checos, polacos, eslavos en general, americanos, o anglosajones y escandinavos que normalmente se pasan de largo en las historias del género. Tal vez la división por países haga la lectura menos continua, pero facilitará a quienes sólo se interesen por las corrientes más importantes, esquivar los apartados que no sean de su mayor interés; aunque auguramos que la curiosidad acabará llevándolos también a descubrir autores, teatros y ciudades que contribuyeron, en su momento, a la difusión de este fenómeno artístico que es la ópera.

      No es ésta una historia de los cantantes, sino del género musical al que llamamos ópera. Aun así se mencionan algunos, pero solamente los que de alguna forma intervinieron en el desarrollo de la lírica, si bien no se detallan sus realizaciones ni sus proezas vocales, salvo en casos muy precisos.

       Los orígenes artísticos de la ópera

      Forma teatral surgida del acoplamiento de las diversas experiencias artísticas surgidas del Renacimiento, la ópera aparece en escena justo cuando ese movimiento artístico está siendo sustituido por su sucesor, el barroco. Fue esta feliz coincidencia la que vigorizó sus primeros pasos en la vida cultural europea: el barroco es la apoteosis de lo teatral, de lo efímero y de lo espectacular, y la ópera con su fugacidad y su leve momentaneidad, era el arte idóneo para fascinar a todos los niveles de la sociedad. Por esto, en la sociedad barroca fue posible que el nuevo género fascinara tanto a nobles como a plebeyos, tanto a quienes ocupaban lugares distinguidos en los teatros como a los que se hacinaban en las plateas (sin asientos, en aquel entonces) o en los pisos más altos de unos locales que habían nacido como remedo de las plazas públicas, en las que hasta entonces había vivido mayoritariamente el teatro popular.

      Los cien primeros años de la ópera, más o menos, debieron el arraigo de la forma a su feliz coincidencia con la estética existente: luego el género se fue adaptando a los sucesivos cambios que sufrió el arte europeo. Entre ellos el producido por el descubrimiento, en 1748, de las ruinas de Pompeya y Ercolano, que provocaron la irrupción de una oleada clásica, el llamado neoclasicismo.

       Un género sin visión histórica

      Durante mucho tiempo, la ópera fue un género de consumo inmediato y de poca perdurabilidad. Podemos estar seguros de que cuando el alemán Gluck y el italiano Calzabigi, en los inicios del neoclasicismo, eligieron un tema neoclásico para su «ópera de la reforma», en 1762, no tenían ni la menor idea de la previa existencia de La favola d’Orfeo de Monteverdi. No existía entonces todavía la noción de lo que hoy denominamos «historia de la música»: la música era un arte que se gozaba en el momento de su producción, y que podía perdurar en los teatros como puede durar una buena canción de moda… y poco más. No se reponían los éxitos de antaño, porque el cambio de gusto que se operaba en poco más de una generación hacía obsoletas las óperas del pasado, e innecesaria su recuperación. Afortunadamente, las creaciones antiguas se solían conservar en polvorientos archivos, sin que nadie se ocupara de rescatarlas, y así ha resultado posible, cuando apareció el concepto de historia musical, recuperar una parte importante de esas composiciones olvidadas, para gloria y deleite del sorprendido público de estos últimos cincuenta o sesenta años, no muchos más.

      Volviendo otra vez a los años del barroco, podremos apreciar que la ópera generó una gran cantidad de posibilidades, así como de convenciones, algunas de las cuales dieron una extraordinaria brillantez a sus espectáculos. Sin embargo, con el paso del tiempo, muchas de estas convenciones perdieron vigencia, y cuando se observan con la distancia que ha dado el tiempo, aparecen como poco menos que increíbles caprichos o ridículas actitudes. Ocurre, sin embargo, que para conocer algo situado en una época remota, en un tiempo lejano, es preciso hacer un considerable esfuerzo mental para tratar de entender los motivos culturales e históricos que gobernaron esas convenciones y para ver en ellas la base de una estética que hoy nos resulta especialmente difícil de comprender, por lo mucho que ha cambiado nuestro modo de vivir y de entender los espectáculos. Del mismo modo como hemos aprendido, lentamente, a comprender otras culturas no occidentales que antes parecían «extrañas» o «incomprensibles», todo aquel que se acerque a la historia de la ópera tiene que tratar de entender otro tipo de mentalidades que fueron válidas y tuvieron vigencia durante un período artístico hoy periclitado. Que en el barroco la ópera fuera mayoritariamente un género basado en la exhibición de las facultades de los cantantes, es tan difícil de asimilar, en la práctica, como el que en estos últimos años la ópera haya caído en manos de los antes poco valorados directores de escena, que se han esforzado en poner la ópera al servicio de sus ideas teatrales —con frecuencia ajenas o poco influidas por la música y el canto— para glorificar su propio prestigio en un mundo que, por muchas razones, es actualmente muy ajeno a la trayectoria y el significado que hasta ahora había ostentado el género operístico.

       El nacimiento del «repertorio»

      Porque éste es el otro gran problema que plantea la historia de la ópera. Por un lado, es un género vivo, que sin interrupción ha sufrido una constante evolución, como todas las formas artísticas que han convivido con él. Aparte del fenómeno de la resurrección de la ópera antigua, que ya se ha comentado, el público mayoritario del género ha vivido con gran fervor la ópera del siglo XIX, que alcanzó un inusitado esplendor y dejó fuertemente marcado el teatro musical con producciones de signo romántico y posromántico que aparecieron cuando estaba empezando la configuración de lo que llamamos todavía «el repertorio». Contrariamente a las etapas anteriores, en los inicios del siglo XIX quedaron consagrados determinados títulos que ya no desaparecían como antaño, sino que el público de ópera prefería ver, y volver a ver, sobre todo por el deseo de comparar las prestigiosas interpretaciones de los cantantes, que ahora adquirían un nuevo poder sobre el público: signo de que los tiempos se inclinaban por los intérpretes más que por los valores meramente vocales o escenográficos del pasado. Óperas ha habido, tanto en el campo italiano como en el francés o el alemán, que todavía mantienen su prestigio, y cuyo valor era, sobre todo, servir de vehículo a los cantantes para contrastar y validar sus calidades vocales e interpretativas.

      También se produjo en el siglo XIX el fenómeno del «nacionalismo musical» que llevó a despertar en numerosos países europeos, el cultivo de un tipo de ópera que se ajustase a sus propias características musicales,