Aunque el sentido común te diga que ya no volverás a tener veintiocho años, también te dirá que casi todo el mundo puede alcanzar niveles de vigor, fuerza y tolerancia física casi iguales a los de las personas de veintiocho años. Si se da la buena fortuna de hallar una actividad deportiva que le vaya bien, un hombre puede recuperar la juventud y gozar de una segunda oportunidad para escuchar lo que su ser completo consideraba importante en aquella época.
Si crees que la vida ha pasado a tu lado o, incluso peor, que estás viviendo la vida de otro, todavía puedes demostrar que los expertos estaban equivocados. Mañana puede ser el primer día del resto de tu vida. Todo cuanto tienes que hacer es seguir a Thoreau. Habitar tu cuerpo con gozo, con inefable satisfacción; tanto su debilidad como su vigor.
Y es posible hacerlo sólo con volver sobre nuestros pasos hasta aquel cruce de camino.
Si estás buscando respuestas a los grandes por qué de la creación, tendrás que comenzar por esos pequeños cómo de la vida diaria. Si estás buscando respuestas a las grandes preguntas sobre el alma, lo mejor es que comiences con las pequeñas respuestas sobre tu cuerpo. Si quieres convertirte en santo o metafísico, primero debes convertirte en atleta.
Estudia las vidas de los que buscaron su propio sentido y el significado del cosmos. O lee los libros de los santos que vivieron las preguntas y esperaron las respuestas de allí en adelante. El denominador común de esas personas es el ascetismo, palabra que procede del griego ascesis, que significa entrenamiento riguroso, autodisciplina y autocontrol.
El asceta no es un recluso excéntrico; es alguien que busca su excelencia, sus propias leyes, la vida que debe vivir. Un ascetismo que practican los halterófilos, los jugadores de fútbol americano y los corredores de fondo, así como los santos y los filósofos.
«Primero sé un asceta, es decir, un gimnasta –escribió Kierkegaard−. Luego da fe de la verdad». Y siguió su propio camino de ascetismo por medio de sus paseos, en los cuales se dedicó a pensar y elaboró su filosofía. Kant fue otro gran caminante. Sus vecinos ponían en hora sus relojes a su paso por el pueblo.
Para Thoreau, la longitud de sus paseos fue pareja a la longitud de sus escritos; si se encerraba a cal y canto en casa, no escribía nada. La mente y el cuerpo, escribió Huxley −otro abogado de la condición física−, son orgánicamente uno. El movimiento y la meditación son aparentemente una unidad. «Siéntate lo menos posible –escribió Nietzsche−. No des crédito a ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre mientras uno transita en libertad, o cuando los músculos no estén también celebrando el festín».
Sin embargo, para que tus músculos lo celebren y te muevas con libertad, tendrás que prestar atención a detalles como la alimentación, el clima y el entrenamiento. ¿Cómo puede uno jugar, pensar y hallar la verdad atiborrado de donuts rellenos? La nutrición sigue siendo un tema controvertido, pero pocos discutirán que tendremos más dificultades comiendo que ayunando, y que nuestra ingesta de sal y azúcar refinado no es natural.
El clima es algo sobre lo que no tenemos muchas opciones. Algunos tienen más suerte que otros. Cuando Green Bay entrenaba en Santa Bárbara para la primera Super Bowl, uno del equipo de los Packers preguntó a un reportero: «¿Qué han hecho ellos para merecer vivir aquí?». Otros tienen que vivir su propio equivalente de Leipzig, Venecia y Basilea, lugares que Nietzsche consideraba desastrosos para su fisiología.
No obstante, el ejercicio encubre multitud de pecados dietéticos y meteorológicos. El atleta aclimatado se ajusta a su entorno y comienza a aprovechar la altura, el calor o la humedad para hacerse más fuerte. Y su alimentación, por medio de cierta sabiduría inherente al cuerpo que ahora se deja que opere, comienza a amoldarse a sus necesidades, a su naturaleza.
Presta atención, pues, a los pequeños detalles, a algo tan normal como la alimentación y el clima, y a tu propia elección del juego y deporte. «Yo soy el único obstáculo a la perfección», escribió Kierkegaard. Los deportistas siempre lo han sabido. Los deportistas y los niños que juegan tienen la misma percepción: Que todas esas cosas son posibles y que sólo uno es el dueño de su destino.
Cierto, debemos dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Son las cuarenta horas con las que debemos contribuir al bien común y a la preservación de nosotros mismos y de nuestras familias. Pero más allá de la puerta está la libertad. El esfuerzo por hacer del trabajo algo más que la llave de esa puerta tal vez no tenga éxito en nuestra vida o en vidas futuras. Pero eso no debería preocuparnos.
Incluso ahora, el trabajo parece afligir más a los psicólogos, psiquiatras y sociólogos que a los trabajadores, porque han hallado la sabiduría para asimilarlo. Y no han dejado que les afecten sus inadecuaciones físicas, espirituales y psicológicas.
El trabajo de hoy no nos convierte en las personas que podemos ser. El trabajo es simplemente el precio que hay que pagar. Una vez ganado el pan diario, podemos volcarnos en nuestro juego diario. Después de pagar nuestro precio por la supervivencia, podremos prestar atención a la labor más seria de vivir. Una vez que hemos atendido a la salud de nuestras cuentas corrientes, estamos listos para cuidar de nuestros cuerpos y de las mentes que los habitan.
La sabiduría, como dice aquí, comienza a las 5 de la mañana.
«¿Hay algún médico que tenga tiempo −escribió un alemán de diecisiete años al ministro de industria− para decirme cómo vivir de manera saludable?»
No estoy seguro de si algún médico abordaría esa pregunta aunque tuviese tiempo. Vivir de manera saludable es un tema que pocos médicos parecen preparados para tratar. Vivir de manera saludable es nada menos que llegar a la vejez y, en palabras de Erickson, «aceptarse a sí mismo y aceptar el ciclo de la vida como algo que tenía que ser y que, por necesidad, no tiene vuelta de hoja».
Para vivir de manera saludable, por tanto, hay que transformarse en lo que uno realmente es y trabajar en ello. Como dijo Ortega, para convertirse en lo que eres por designio. Esto puede ser un logro rutinario o poco corriente, dependiendo de cómo lo veas. En mi caso actual, en mis vagabundeos durante la mediana edad en busca de respuestas, es como esperar que me ocurriera lo mismo que a Pablo en el camino de Damasco.
Los jóvenes, sin embargo, tal vez vivan la misma revelación a través del deporte, porque es un área de la actividad humana en que se puede saborear la perfección. E incluso mediante el fracaso no hay mejor forma de conocerse uno mismo.
El atleta no puede falsearlo. Es un ejemplo muy visible de hombre que alcanza el cenit o que fracasa en el intento. En esta era de farsantes y de fracasos ascendentes, el atleta se mantiene como un ejemplo de excelencia, gracia y pureza. O al menos como un ejemplo del esfuerzo honrado por alcanzar esos atributos.
Tanto con el éxito como con el fracaso, el verdadero atleta no recurre a excusas. Se acepta como es sin orgullo ni prejuicios. Sabe lo que puede hacer y lo que no. Ha hallado lo que hace mejor y es feliz así, con independencia de a qué puesto se aúpe en el escalafón. Se ha descubierto a sí mismo, ha comprendido sus puntos fuertes y débiles, y los acepta.
«Cambiar los patrones fundamentales de la constitución y el temperamento supera nuestra capacidad –escribió Aldous Huxley−. Con la mejor voluntad del mundo, lo más que podemos esperar es aprovechar al máximo su naturaleza psicofísica [la personalidad concreta asociada a una constitución física dada].»
El atleta