Deuda de familia. Nadia Noor. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Nadia Noor
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417160807
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inspiró el aroma que desprendía la planta y quedó maravillada ante el intenso y, a la vez, dulce perfume.

      —Qué aroma tan… especial. ¡Me encanta! ¿Qué planta es?

      —Es una rama de cerezo —respondió él al tiempo que prendió su mano y depositó un beso caliente sobre ella—. En el patio trasero del cuartel hay un cerezo y esta misma mañana, al pasar por delante de él, su perfume me hizo pensar en ti. Aunque tú… hueles mil veces mejor.

      Ella se ruborizó y parpadeó complacida. Deseó agradecerle el gesto, pero su voz se quedó atrapada por la emoción del momento y el embriagador perfume que llenaba sus sentidos.

      Sergio tiró con delicadeza de su cintura y se sentaron en un banco. Cuando Natalia reunió el suficiente coraje, alzó su mirada hacia él. Si antes no pudo encontrar la voz para agradecerle el gesto, ahora al perderse en las lagunas azules que habitaban en su mirada, estaba segura de que se quedaría muda para siempre. Sergio sonrió y el universo entero se tiñó de una multitud de colores brillantes.

      —Te he echado tanto de menos... Anoche no pude pegar ojo sabiendo que hoy estaría contigo —le declaró él con fervor.

      —Yo tampoco pude descansar bien —reveló con timidez.

      Sergio acortó la distancia que había entre ellos y se aproximó a sus labios. Selló su boca con suma delicadeza, al tiempo que sus dedos acariciaban un largo mechón que ondeaba sobre su espalda. Natalia disfrutó de la placentera sensación que le producían los firmes labios de él pegados sobre los suyos, al tiempo que le pareció ver pasar por delante de sus ojos una lluvia de estrellas. Se apartó ruborizada, para poder refrenar el deseo de abrir sus labios y dejarlo profundizar.

      —Te amo —Sergio le acarició con suavidad la mejilla y, el deseo que vio reflejado en su mirada, la sacudió —. Solo a ti.

      —Solo a ti —recalcó, al tiempo que una ola de felicidad inundaba todo su ser.

      Capítulo 8

      Hacienda Montenmedio

      Robert Conde sonreía satisfecho al tiempo que estampaba su firma en el hueco reservado al comprador. Apretó la pluma con firmeza y se convirtió en el dueño de Montenmedio, una finca de quinientas hectáreas, ubicada en un entorno natural, a quince minutos de distancia a caballo del pueblo de Vejer. La finca le había costado una pequeña fortuna, pero no le importaba, puesto que se trataba de sus orígenes, el único lugar al que podía llamar hogar. La casa grande necesitaba varias reformas y la parte de la misma destinada a los criados estaba en ruinas. Robert sabía que le esperaba un duro trabajo para dejar aquello decente. Los olivos que rodeaban la finca estaban descuidados y la gran mayoría ofrecía un aspecto lamentable, con ramos entrelazados y hojas secas, señal de que estaban abandonados. La parte de los viñedos tenía mejor aspecto, pero Robert conservaba la intención de mejorarlos también.

      Recordó su vida de niño en aquella misma finca. Era el mayor de cuatro hermanos y, a la temprana edad de seis años, comenzó a trabajar junto a su padre en el campo. Al principio, le pareció divertido, le hizo sentirse mayor, pero pronto su pequeño cuerpecito quedó abatido y cansado bajo las largas jornadas de sol a sol. La comida escaseaba, por lo que el almuerzo consistía únicamente en unas gachas de harina, leche, canela, azúcar y pan frito y, para cenar, tomaban un simple gazpacho caliente. La incesante sensación de hambre lo perseguía día y noche y muchos años después, permaneció viva en su cerebro, aun cuando su estómago estaba satisfecho.

      Dos años más tarde, el pequeño Robert no recordaba lo que significaba ser un niño. Su mundo entero se reducía a despertar de madrugada, soportar el mal humor de su padre que siempre lo llamaba «vago», la labor en el campo y sus dos comidas diarias. Sucio y mal oliente, se escapaba a veces de noche y se dejaba abrazar por el mar, situado en las proximidades de la finca. Al cumplir nueve años, su padre decidió aumentar sus tareas. Cuando regresaban del campo, lo obligaba a acompañarlo al pueblo, donde bebía y se gastaba la paga semanal en juegos de cartas. Robert debía cuidar los caballos mientras los hombres se divertían en el bar. Cansado y ojeroso se quedaba a menudo dormido mientras los vigilaba. Una noche oscura de octubre, al ver que su padre se preparaba para ir al bar, dijo:

      —Padre, hoy no me encuentro bien, además no tengo zapatos y hace mucho frío por la noche. Déjame dormir, por favor, me siento muy cansado.

      En respuesta a su ruego, recibió una sonora bofetada que le tomó por sorpresa e hizo que su cuerpo delgado se desequilibrara. La fuerza empleada por su padre le partió el labio y el sabor de la sangre se mezcló con su saliva.

      —Eso te hará entrar en calor, ¡vago! —tronó malhumorado mientras lo empujaba hacia la salida. Su madre, una mujer menuda, lo miró cargada de compasión, sin embargo, no se atrevió a intervenir. Las pocas veces que había osado llevarle la contraria a su marido, había recibido una dura paliza.

      Robert lloró por su desgracia junto a los caballos que estaba cuidando. Llegó a amar el calor que ellos desprendían. Se acurrucó al lado de uno de ellos y cerró los parpados para escapar del escozor que le quemaba los ojos. Experimentó una sensación de paz y pronto se quedó dormido. De repente, una mano grande y áspera, lo agarró por la oreja y lo levantó del suelo. Se sobresaltó asustado al encontrarse con la mirada colérica de su padre.

      —¡Falta un animal! —lo escuchó gritar alterado—. Maldito vago, solo quieres dormir. ¿Dónde está el caballo?

      El niño miró atemorizado a su alrededor, al observar que una decena de hombres le lanzaban injurias e insultos.

      —Yo, yo... no lo sé —intentó defenderse—. Hace un rato estaban todos, solo cerré los ojos un momento.

      El propietario del caballo perdido, un forastero bajito y delgado, resolvió la situación.

      —Tu hijo ha perdido mi caballo, es justo que me lo pagues —le dijo a su padre.

      —No tengo dinero —contestó este con la cara enrojecida por el alcohol y la rabia.

      —Pues… Me lo tienes que pagar igual —insistió el hombre—. Si no tienes dinero, me llevaré al chiquillo como pago del caballo.

      Robert recordaba aquella escena como si hubiese ocurrido el día anterior, y revivía el crudo dolor provocado por las palabras de su padre.

      —Llévatelo, tengo tres más esperando en casa y otro en camino —sujetó al niño por el cuello de su camisa y lo empujó con brusquedad hacia el hombre—. Se llama Rubén y es un vago.

      El niño alzó una mirada nublada, bañada en lágrimas hacia su padre.

      —Robert, padre. Me llamo Robert.

      Fueron las últimas palabras que le dijo a su padre. Aquella noche, mientras seguía a su nuevo dueño, atado a una mano con una cuerda ruda, cayó en la cuenta de que no le quedaban fuerzas ni siquiera para llorar.

      Su nuevo hogar era en muchos aspectos mejor que el anterior. Su dueño, Facundo, era un conocido jugador de cartas, por lo que cambiaban muy a menudo de hogar y se encontraban en continuo movimiento.

      Al principio, el pequeño Robert dormía en el establo junto al caballo. Un día gélido de invierno, Facundo le invitó a entrar en la casa y le dijo:

      —Te explicaré un juego de cartas llamado póquer. Solo lo haré una vez, después, jugaremos una mano. Si me ganas, puedes vivir conmigo dentro de la casa. Si no, regresas al establo junto al caballo. ¿Aceptas el reto?

      A Robert, la oportunidad de volver a dormir sobre una cama en un entorno que no oliese a excrementos de caballo le pareció muy importante. Prestó toda la atención posible a la explicación del juego y, quince minutos después, ganó su primera partida. La primera de muchas. Y conquistó su derecho a vivir dentro de la casa.

      Con solo doce años, Robert inició su carrera como jugador en importantes torneos de póquer. Comenzó a ganar dinero y con ello recuperó su dignidad.

      Solo tenía dieciséis años cuando Facundo falleció. Ese inesperado suceso lo pilló en