–No hemos hecho las paces, solo vamos a tomar una cerveza y a charlar –protestó, ceñuda.
–Con eso nos vale –le aseguró Samantha.
–¿Y tú apostaste a que íbamos a tardar un par de días? ¿Qué dijiste tú, abuela?
–Que pensaba que tardaríais una semana por lo menos.
–Yo aposté a que nunca, porque los dos sois unos testarudos –admitió Gabi.
Emily sacudió la cabeza en un gesto de exasperación, agarró las cervezas, y salió sin más. Boone estaba sentado en el muelle con los vaqueros remangados y los pies metidos en las cálidas aguas del estrecho de Pamlico.
–¿Cuántas noches crees que pasamos aquí sentados, charlando hasta que Cora Jane venía a decirte que entraras ya? –le preguntó él, antes de aceptar la cerveza y tomar un trago.
Emily sonrió al recordar el empeño de su abuela en asegurarse de que se limitaran a hablar y no hicieran nada más. Lo había logrado hasta que Boone se había sacado el carné de conducir, porque, de allí en adelante, habían encontrado un montón de sitios donde disfrutar de intimidad.
–Yo tenía catorce años el verano en que nos conocimos, y a partir de ahí nos hicimos inseparables. Haz las cuentas. Aunque en aquella época bebíamos refrescos, no cerveza.
–Me parecías la chica más guapa que había visto en mi vida –admitió él.
Para variar, su voz estaba teñida de nostalgia y no de la amargura a la que Emily se había acostumbrado en los últimos días.
–Y a mí me parecías el chico más peligroso de la zona, sobre todo cuando me enteré de que te habían arrestado por intentar comprar cerveza con un carné falso –le lanzó una mirada de soslayo–. ¿De verdad creías que iba a colar que tenías veintiún años? Acababas de cumplir los quince.
–No fue uno de mis mejores momentos. Cora Jane me ha recordado ese incidente esta misma mañana; según ella, lo que pasó tendría que hacerme creer en las segundas oportunidades.
–¿No crees en ellas?
–Supongo que depende de las circunstancias, hay cosas bastante imperdonables.
–¿Por qué tengo la impresión de que lo que has hablado con mi abuela tenía algo que ver con lo que te hice?
Él se volvió a mirarla con una sonrisa en los labios.
–Porque ella cree que mi actitud hacia ti es un poquito intransigente.
–Y lo es –asintió ella, antes de esbozar una amplia sonrisa–. Aun así, lo entiendo. Sé que te hice daño, Boone. A decir verdad, yo tampoco te lo he puesto fácil.
–Según me han dicho, yo te hice daño a ti cuando me casé con Jenny.
–Sí, la verdad es que me lo tomé como algo muy personal.
–Yo creía que te sentirías aliviada.
Emily le miró con incredulidad.
–¿Por qué? Te había dicho que te amaba, daba por sentado que me esperarías.
–Cielo, deja que te diga una cosa: Si le dices a un tipo que le amas justo antes de dejarle, es difícil que te crea. Te aconsejo que lo tengas en cuenta si vuelve a surgir una ocasión parecida.
–¿Hacía falta que buscaras otra novia tan rápido?
–¿Qué quieres que te diga? Me sentía perdido sin ti, y estaba dolido y enfadado. Jenny estaba aquí, y me dejó claro que estaba enamorada de mí. Nada de juegos, ni de fingir, ni de motivos ulteriores. Ella quería casarse y fundar una familia, y me gustó esa actitud después de que tú me dijeras que no estabas preparada para nada de todo eso.
Emily hizo de tripas corazón y le preguntó abiertamente:
–¿La querías, Boone?
Él la miró con una expresión inescrutable en el rostro durante unos segundos antes de contestar:
–¿Te sentirías mejor si te dijera que no? La verdad es que sí que la quise, Emily; de no ser así, no me habría casado con ella. No me considero tan mezquino como para hacer algo así.
Ella sintió el inesperado escozor de las lágrimas en los ojos. En el fondo, había guardado la esperanza de que no hubiera existido amor entre ellos, pero eso era muy egoísta por su parte. La idea de que Boone se hubiera sentenciado a sí mismo a un matrimonio sin amor era absurda.
–Lo siento –le dijo, sin saber del todo por qué estaba disculpándose. Quizás fuera por la pérdida que él había sufrido, o por su propio deseo infantil de seguir siendo la primera en su corazón–. ¿Fuiste feliz?
Él volvió a mirarla en silencio durante un largo momento.
–Sí, sí que lo fui. Y, cuando llegó B.J., creí que todas mis aspiraciones se habían cumplido.
–Te entiendo, es un niño fantástico.
–Sí, y está claro que le has caído muy bien.
A juzgar por su tono de voz, estaba claro que aquello seguía sin gustarle demasiado, y Emily le aseguró:
–El sentimiento es mutuo. Espero que no le prohíbas venir a verme por lo que ha pasado hoy.
–Me dan ganas de hacerlo –admitió, antes de admitir con resignación–: Pero dudo que lo consiga si lo intento, casi siempre se las ingenia para salirse con la suya. Soy un blandengue, sus tácticas suelen funcionar conmigo. Jenny era mucho más dura a la hora de imponer disciplina, pero, desde que ella murió, quiero que tenga todo lo que quiera o necesite. Supongo que esa actitud acabará por salirme cara tarde o temprano.
–No creo. Si quieres mi opinión, yo veo a un niño que sabe que le quieren y que reacciona en consonancia. No creo que esté aprovechándose de la situación, es un crío muy responsable.
–Ha tenido que crecer demasiado deprisa.
–Ya sabes que se preocupa por ti. No quiere mencionar a su madre para no entristecerte.
–Sí, hoy le he oído cuando estaba contándotelo y me he quedado hecho polvo. Supongo que voy a tener que hablar con él del tema, tengo que dejarle claro que puede hablar conmigo de Jenny siempre que quiera.
–Eso es lo que le he dicho yo.
–Ya lo sé, le has tratado de maravilla.
–¿Y eso te sorprende?
–Sí, supongo que sí, al menos un poco. Nunca tuve la sensación de que te interesara demasiado tener hijos. Esa fue otra de las razones que me hicieron pensar que tú y yo no teníamos futuro.
Emily frunció el ceño al oír aquello, aunque pudo llegar a entender que él opinara así.
–Que no estuviera preparada para tener hijos hace diez años no quiere decir que nunca me lo haya planteado, lo que pasa es que tú ibas muy por delante. Me dio miedo lo preparado que estabas para todo… una esposa, una familia, echar raíces… Yo sentía que estaba empezando mi vida. Había un montón de sitios que quería ver, tenía muchas metas.
–Y pensaste que estar conmigo sería un obstáculo.
–Sí.
–El hecho de estar casado y de tener a B.J. no me impidió abrir mis restaurantes, ni expandir mis negocios a varios mercados más.
–Está claro que hacer mil cosas al mismo tiempo se te da mejor que a mí, yo pensé que tenía que centrarme en mis sueños al cien por cien.
–¿Has alcanzado todas tus metas?
–No todas, pero tengo una carrera fantástica.
–¿Y cómo te va en tu vida personal?
–Salgo