Castillos en la arena - La caricia del viento. Sherryl Woods. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Sherryl Woods
Издательство: Bookwire
Серия: Tiffany
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788413752235
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de policía de la zona, se espera que empiecen a llegar turistas otra vez este fin de semana. No me gustaría que los camareros se pierdan las propinas que reciben en esta época del año.

      –¿Quieres que vengan todos a trabajar aunque haya menos mesas?

      –Yo creo que repartir menos propinas entre todos ellos es mejor que no recibir ninguna, ¿no?

      –¿No te preocupa cómo puede afectar a tu reputación el que no podamos servir a tanta gente como de costumbre, y que nos limitemos a ofrecer un par de especialidades en vez de un menú completo?

      Boone soltó una carcajada.

      –Si alguien tiene mucha prisa o viene con la intención de publicar una opinión sobre la comida, supongo que podríamos dar una buena imagen diciendo que hemos hecho el esfuerzo de mantener abierta la cocina, que nuestra selección de platos es limitada pero de gran calidad, y que nuestros empleados están trabajando a pesar de los daños que nos ha ocasionado el huracán; de hecho, conozco a la persona perfecta para redactar una nota de prensa –comentó, pensando en Gabi–. Seguro que puede conseguir que parezcamos unos angelitos benevolentes.

      Pete se echó a reír.

      –Si puede conseguir eso con un par de tipos como tú y yo, es una maga. Pídeselo y yo me encargo de la distribución, será mejor que nos anticipemos y generemos una buena imagen mediática.

      –Así me gusta, esa es la actitud. Pon esa nota de prensa en la lista de tareas que tendremos que concretar cuando nos veamos mañana.

      –Qué optimista eres. No sé cómo lo consigues, incluso después de lo de Jenny… en fin, digamos que es una de las razones por las que me encanta trabajar contigo. Acabo de darte un informe horrible, pero tú has conseguido darle la vuelta, idear un plan, y ya estás listo para pasar a la acción.

      –Por eso me pagan un pastón –le contestó Boone en tono de broma. En sus comienzos, a menudo había tenido que salir adelante sin apenas dinero para poder mantener a flote su primer restaurante–. Y a ti te pago otro pastón por controlar que las cosas se hagan en el tiempo previsto. Nos vemos mañana, Pete.

      En cuanto terminó la llamada, llamó al móvil de Gabi; de todas las Castle, su número y el de Cora Jane eran los únicos que se sabía de memoria ya que, en caso de que surgiera una urgencia y hubiera que avisar a la familia para que alguien fuera cuanto antes, ella era la que vivía más cerca. La última vez que la había llamado había sido justo antes de la tormenta, para cerciorarse de que alguien iba a ir a por Cora Jane para llevársela de la zona de peligro, porque sabía que ella no iba a tomar por sí misma la decisión de marcharse. Iba a ponerse furiosa si llegaba a enterarse de que él era el culpable de que Sam hubiera ido a buscarla, pero estaba dispuesto a soportar el rapapolvo con tal de mantenerla a salvo.

      Gabi contestó adormilada al teléfono.

      –Hola, Boone. ¿Qué pasa?

      –Perdona, ¿te he despertado?

      –No, acabo de acostarme.

      –Seré breve, te lo prometo –después de explicarle el problema, le pidió–: ¿Puedo contratarte para que redactes una nota de prensa cuanto antes? A Pete le preocupa que la gente no se tome bien que no trabajemos a pleno rendimiento.

      –Y queréis que vean que habéis abierto para no perjudicar ni a vuestros trabajadores ni a los clientes, aunque la situación no sea óptima.

      –Exacto. ¿Puedes hacer algo al respecto?

      –Pues claro, déjamelo a mí. ¿Os funciona el fax del restaurante, o prefieres que te mande el documento por correo electrónico?

      –Por correo electrónico, eso parece lo más eficiente de cara a la distribución.

      –Perfecto. ¿A qué hora has quedado con Pete?

      –A las nueve de la mañana.

      –Lo tendrás mucho antes. Si cambias en algo el enfoque, llámame para que prepare un borrador nuevo en mi iPad y te lo enviaré cuanto antes.

      –Eres un ángel, Gabi.

      –Pues parece que tu halo también es bastante brillante –bromeó ella–. ¿Quieres que le diga a alguien en particular lo bueno que eres?

      Boone captó la indirecta a la primera.

      –No hace falta que le hables bien a Emily de mí.

      –¿Por qué no?, ¿qué tendría de malo?

      –Cíñete a las relaciones públicas y deja el papel de casamentera, por favor. No hagas que me arrepienta de haberte llamado.

      –Bueno, si me lo pides así de bien, por ahora me centraré en lo que me has encargado.

      –¿Puedes avisar a Cora Jane de que Tommy y yo llegaremos más tarde de lo previsto?

      –No te preocupes por eso, hoy has ayudado de sobra. Ven cuando puedas.

      –Gracias, Gabi.

      Boone colgó y se preguntó si ella iba a ser capaz de no inmiscuirse en sus asuntos personales; teniendo en cuenta de quién era nieta, era bastante improbable.

      Emily no dejaba de mirar hacia el aparcamiento cada dos por tres. Era media mañana, y ni rastro de Boone. Los clientes habían ido llegando al Castle’s desde que habían abierto a las seis; al parecer, entre la gente de la zona se había corrido la voz de que iban a abrir, aunque solo hubiera servicio en las mesas de la terraza. Al principio, habían ido llegando con cuentagotas los que querían disfrutar de un glorioso amanecer, pero después no había habido ni una sola mesa vacía en toda la mañana.

      Nadie se había quejado del limitado menú. El café estaba bien fuerte y había huevos, beicon, tostadas y gachas a tutiplén. Todo el mundo parecía satisfecho con la reducida selección. Las cestas de pastitas gratuitas que Cora Jane había insistido en poner en las mesas también habían tenido un gran éxito, y los clientes de toda la vida se habían alegrado mucho al volver a ver a Emily, Gabi y Samantha trabajando junto a su abuela.

      Con la ayuda de dos camareras más, las tres hermanas habían logrado que todo funcionara de maravilla, pero no les había quedado tiempo para seguir con la limpieza del interior del restaurante; cuando la terraza empezó a vaciarse un poco por fin, Emily pudo tomarse un respiro y se acercó con una taza de café a una mesa que estaba junto a la baranda y desde la que se veía el océano… y también el aparcamiento.

      Samantha se sentó junto a ella, apoyó los pies en otra silla con un suspiro de alivio, y le preguntó en tono de broma:

      –¿Estás buscando a alguien?

      –No, ¿por qué?

      –Porque has pasado un montón de tiempo con los ojos pegados al aparcamiento, y he pensado que estarías preguntándote dónde está Boone.

      –Nos aseguró que vendría a primera hora –contestó, con la voz teñida por años de dudas y amargura–. Por mucha fe que la abuela tenga en él, está claro que no se puede confiar en su palabra.

      –La ha llamado justo cuando llegamos aquí esta mañana, y anoche habló con Gabi para explicarle lo que pasaba.

      Emily se tensó al oír aquello.

      –¿Llamó a Gabi?, ¿por qué?

      –Para encargarle un trabajo.

      –¿Qué clase de trabajo?

      –Venga ya, no me digas que estás celosa de tu propia hermana –le dijo Samantha, con una sonrisa de oreja a oreja.

      –No digas tonterías, lo que pasa es que me parece curioso que la haya llamado a ella. ¿Desde cuándo tienen una relación tan estrecha?, ¿por qué no nos llamó a alguna de nosotras dos?

      –Pues puede que sea porque ella es la que tiene experiencia en relaciones públicas. Si me das dos segundos, te lo explico para que te quedes tranquila.

      Emily