Después de suspirar con resignación, volvió a ponerse las zapatillas de deporte y cruzó la carretera dispuesta a entonar un mea culpa, pero llegó justo a tiempo de verle salir del aparcamiento en su coche. Él ni siquiera se molestó en mirarla, pero B.J. sonrió encantado al verla y la llamó mientras se despedía con la mano.
Ella le devolvió el gesto de despedida, se quedó allí parada mientras veía cómo se alejaban, y al final entró alicaída en el restaurante por una puerta lateral que daba a la cocina.
Cora Jane, que estaba atareada llenando platos de sopa de cangrejo, alzó la mirada y comentó:
–Me vendría bien que me echaras una mano –lo dijo con toda naturalidad, como si poco antes no hubieran estado discutiendo–. Apenas damos abasto. Gabi y Samantha están intentando seguir el ritmo del resto del personal en el comedor, pero nos vendrían bien un par de manos más.
Emily asintió antes de agarrar un delantal y una libreta para tomar nota. Aunque servir mesas era un recuerdo distante, había pasado muchos veranos allí y sabía cómo funcionaba todo; tal y como Boone había comentado, no era un trabajo que le gustara, pero se le daba bien porque era una persona a la que le gustaba hacer bien las cosas. Para hacer mal algo, no lo hacía.
Se dio cuenta de repente de que quizás era esa la razón por la que había abandonado a Boone: porque había tenido miedo de ser incapaz de hacer las cosas bien a la hora de tener una relación real y duradera. Decidió dejar esa reflexión para más tarde, en ese momento había clientes esperando.
Cuando pasó junto a su abuela camino del comedor, esta le dijo:
–Cuando pase la hora punta y la cosa se tranquilice, tú y yo vamos a hablar.
–¿De mis ideas? –le preguntó, esperanzada.
–De Boone.
Emily se detuvo en seco al oír aquello, y le dijo con firmeza:
–Ese tema no está abierto a debate.
–Ya veremos –insistió su abuela con testarudez, antes de pasar junto a ella con los platos de sopa.
Emily fue tras ella al comedor y dio la conversación por terminada, ya que allí había demasiado ruido como para hablar. Se sintió aliviada, porque no le apetecía oír nada de lo que su abuela pudiera decir acerca de Boone; además, seguro que el sermón que le tenía preparado no era nada en comparación con la reprimenda que ella misma estaba dándose mentalmente.
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