Emily lo habría negado si se lo hubiera preguntado Samantha, pero lo admitió ante Gabi.
–Bueno, puede que me haya afectado un poquito, pero le he dicho que no podíamos cometer ninguna locura.
–¿En serio? ¿Y por qué has creído necesario dejarle claro algo así? –estaba claro que Gabi estaba disfrutando con la situación.
–Porque cuando estábamos en el porche ha habido un momento, un momentito de nada, en que ha dado la impresión de que entre los dos saltaban chispas, igual que antes.
–¿Y tú te opones por completo a que se encienda alguna que otra chispita?
–Por supuesto –lo dijo con mucha firmeza, aunque en el fondo estaba intentando convencerse también a sí misma.
Gabi reaccionó con la misma incredulidad que había mostrado Samantha horas antes.
–Estás metida en un buen problema si de verdad te crees lo que estás diciendo, hermanita.
–Entre Boone y yo no puede pasar nada –insistió ella.
–Decirlo no va a convertirlo en realidad. Unos sentimientos tan fuertes como los que sentisteis el uno por el otro no se esfuman ni por el paso del tiempo ni porque sean inconvenientes.
–Pero cada uno siguió adelante con su vida.
–Y ahora tenéis una segunda oportunidad. Me parecería una locura no aprovecharla, Emily –antes de que pudiera protestar, añadió–: Solo digo que deberías pensar en ello antes de ponerte terca y cerrarte en banda. Boone es un hombre increíble.
Ni siquiera Emily era tan necia como para intentar negar semejante obviedad.
–Sí, pero es un hombre increíble que vive en Carolina del Norte.
–Que yo sepa, hay líneas telefónicas, aeropuertos, y hasta wifi; además, tengo entendido que te has labrado una sólida reputación en tu campo, y creo que podrías mantenerla incluso en este rincón tan apartado de la civilización.
Emily se echó a reír.
–Vale, mensaje recibido.
Pero eso no quería decir que fuera a abrir su corazón… ni a correr el riesgo de romper por segunda vez el de Boone.
Mientras las Castle estaban atareadas en el interior del restaurante, Boone salió a limpiar el aparcamiento; tras la conversación que había mantenido con Emily poco antes, sentía la necesidad de liberar algo de tensión alejado de ella. El ejercicio físico de acarrear tablas de madera, cortar ramas de árbol y apilarlas en la plataforma de carga de su camioneta era justo lo que necesitaba, y cuando llegó Andrew, el vecino adolescente de Jerry, le puso a trabajar también en ello.
Al cabo de dos horas y de varios viajes al vertedero, Cora Jane salió con una botella de agua y un grueso bocadillo de atún, lechuga y mayonesa con pan de centeno, tal y como a él le gustaba, y comentó:
–Los demás están tomándose un descanso en la terraza. Le he dicho a Andrew que vaya, pero tenía la sensación de que tú preferirías quedarte aquí.
–Sí, gracias.
–¿Has aclarado algo con Emily esta mañana?
–Hemos estado hablando –se limitó a contestar, antes de tomar un buen trago de agua.
–¿Y qué ha pasado?
–Creo que será mejor que te mantengas al margen de esto, Cora Jane –le aconsejó con voz suave.
–Esa es tu opinión, pero no está en mis genes quedarme de brazos cruzados mientras dos personas a las que quiero están pasándolo mal.
Boone se echó a reír.
–No veo que Emily esté pasándolo nada mal, es una empresaria con éxito y segura de sí misma.
–Pero que no tiene vida propia, y lo mismo podría decirse de ti.
–¿No hemos tenido esta conversación un millón de veces? –le preguntó, con una mezcla de exasperación y afecto–. Tengo la vida social que quiero tener, y punto.
–Estás centrado en B.J., blah, blah, blah –dijo ella con sarcasmo.
–Es la pura verdad. Él es mi principal prioridad, y que yo iniciara una relación con tu nieta y ella acabara por marcharse no le beneficiaría en nada; de hecho, a mí tampoco. Me imagino lo que dirían los padres de Jenny, les faltaría tiempo para llevarme a los tribunales para pedir la custodia de mi hijo. No quiero que ninguno de nosotros, en especial B.J., tenga que pasar por algo así.
–Eres un necio testarudo.
Boone no se ofendió al oír aquello, y se limitó a contestar:
–Me han llamado cosas peores.
–Esto aún no ha terminado –le advirtió ella, antes de regresar al restaurante.
Él suspiró mientras la seguía con la mirada, ya que sabía que estaba metido en un buen lío. Cuando Cora Jane se empecinaba en algo, era imposible razonar con ella. Se preguntó si habría alguna forma de conseguir que ella se centrara en la vida amorosa de otra persona, pero, por desgracia, se dio cuenta de que esa posibilidad era muy improbable.
Emily se acercó a su abuela, que parecía estar al borde del colapso, y le dijo con firmeza:
–¡Abuela! Como no te sientes y pongas los pies en alto, le pediré a Boone que te meta en su camioneta y te lleve a tu casa, ¡te lo juro!
–¡No serías capaz! –exclamó la anciana con indignación.
–¡Ponme a prueba!
–Yo la veo dispuesta a hacerlo, abuela –apostilló Gabi, con más delicadeza–. Si de verdad quieres abrir mañana mismo, no puedes agotarte hoy.
Cora Jane recorrió el restaurante con una mirada llena de frustración antes de admitir:
–Me parece que estamos librando una batalla perdida, niñas. No podré abrir mañana por mucho que quiera, así que supongo que más vale que lo admita y me siente un rato.
–Gracias –le dijo Emily–. Si te sientas diez minutos, las demás también podremos hacerlo. Estoy sedienta, ¿a alguien más le apetece beber algo?
–Un té fresquito con azúcar –contestó Cora Jane de inmediato.
–Lo mismo para mí –dijeron Gabi y Emily al unísono.
–Yo lo traigo –se ofreció Samantha, antes de ir a la cocina. Cuando regresó con cuatro vasos de té y una jarra llena hasta los topes, se sentó junto a Gabi y comentó con un suspiro–: Lo admito, estoy hecha polvo.
–Y yo he descubierto músculos que ni sabía que tenía, me duele todo el cuerpo –comentó Gabi.
–Empezamos a última hora de la mañana y ya son casi las siete de la tarde, voto por dejarlo por hoy.
Aunque Emily lo dijo como si aquello fuera una democracia, todas sabían que era Cora Jane la que tenía la última palabra; aun así, cuando la matriarca de la familia empezó a dar la respuesta negativa que cabía esperar, Gabi la interrumpió.
–Ni siquiera me has dejado pasar por la casa esta mañana, no tenemos ni idea de lo que vamos a encontrar allí. Tenemos que ir mientras es de día, yo voto como Emily.
–Y yo secundo la moción –dijo Samantha, antes de posar la mano sobre la de su abuela–. Nos cundirá más el trabajo cuando volvamos mañana descansadas, un día más no va cambiar gran cosa. Nadie espera que obres milagros, abuela.
–Es que no soporto la idea de decepcionaros –admitió ella.
–Mira, Tommy Cahill ha reemplazado