Por lo visto, había pasado del rechazo y el desafío a intentar pactar los términos. Aunque era él quien jugaba con toda la baraja, tenía la sensación de que ella marcaba el ritmo. No le extrañaba; había sido la negociadora más eficaz y organizada de su equipo. La había querido tanto por su mente como por todo lo demás. La había respetado, creído y confiado en ella. Perderla había dañado los cimientos de su mundo.
–Voy a ser el delegado de Castaldini en Naciones Unidas. Es uno de los puestos de mayor rango del reino, la imagen de sus ciudadanos ante el mundo. Mi esposa tendrá que acompañarme en mis apariciones públicas, ser mi consorte en los eventos a los que asista, buena anfitriona en los que celebre yo, y amante esposa en todo lo demás.
–¿Y crees que estoy cualificada para ese papel? –inquirió ella, incrédula–. ¿No sería mejor alguna noble de Castaldini que desee atraer las miradas durante un tiempo, adiestrada desde la cuna para ese tipo de simulación? Estoy segura de que ninguna mujer se aferrará a ti ni buscará escándalos cuando quieras dejarla. Cuando me dejaste a mí, ni se te arrugó el traje.
«No, se me arrugó el corazón», pensó él.
–No quiero a ninguna otra. Y sí, estás más que cualificada. Eres experta en la vida ejecutiva y en sus formalidades. También eres camaleónica, te adaptas perfectamente a cualquier situación y entorno –vio que los ojos de ella se ensanchaban como si no hubiera oído nada más ridículo en toda su vida–. No te costará dominar la etiqueta diplomática. Te enseñaré qué decir y cómo comportarte ante los dignatarios y la prensa. El resto de tu educación quedará en manos de Alonzo, mi ayuda de cámara. Dada tu belleza y tus atributos –le recorrió el cuerpo con la mirada–, cuando Alonzo acabe contigo, la prensa rosa solo hablará de tu estilo y de tus últimos modelitos. Tu actual entrega a las causas humanitarias captará la atención del mundo, que la asociará a mi imagen de pionero de las energías limpias. Seremos la perfecta pareja de cuento de hadas.
En otro tiempo había pensado que lo eran de verdad. Percibió, de inmediato, que ella también lamentaba que nada de eso pudiera ser real y deseó atravesar la pared de un puñetazo.
–También ofrezco un cuantioso incentivo económico –masculló–. Es parte de la oferta que ya he dicho que no puedes rechazar.
Ella lo miró con lo que parecía una profunda decepción. No preguntó cuánto ofrecía. Seguía actuando como si el dinero no le importara.
–Diez millones de dólares –escupió él–. Netos. Dos de adelanto, el resto al final del contrato. Este es el contrato matrimonial que tendrás que firmar –agarró otro informe que había en la mesita y se lo dio–. Léelo. Puedes buscar asesoría legal, descubrirás que te favorece si cumples los términos. Espero verlo firmado mañana.
–Sí o sí, ¿es eso? –dijo ella, sin mirarlo.
–En resumen, sí.
Sus ojos se clavaron en los de él con una mezcla de furia, frustración y vulnerabilidad. De inmediato, lo devastó el deseo de devorarla, de poseerla. De protegerla.
Su debilidad por ella parecía incurable.
Había tenido la esperanza de que, al verla, comprendería que lo que creía haber sentido por ella no era sino una fantasiosa exageración. Pero había descubierto que su efecto sobre él se había multiplicado. La excitación que había sentido al verla de nuevo estaba convirtiéndose en agonía.
Su único consuelo era que ella también lo deseaba. No cabía duda al respecto. Ni siquiera ella podría haber fingido la respuesta corporal que había alimentado sus fantasías durante años. Cada manifestación de su deseo, su aroma, su sabor a miel, el tacto sedoso de su humedad en los dedos y en su miembro, los espasmos de placer que lo habían atrapado y llevado a la explosión.
Se preguntó cómo sería poseerla de nuevo, uniendo el pasado a la madurez y los cambios en ambos. Rechazó la pregunta porque había tomado una decisión: volvería a poseerla. Lo mejor sería dejar claras sus intenciones.
Le agarró el brazo cuando ella se levantó y, al ver su mirada de indignación, se inclinó para susurrarle lo que pensaba al oído.
–Cuando te lleve a la cama esta vez, será mejor que nunca.
–Nunca accederé a eso –las pupilas se le habían dilatado y él captó el perfume de su excitación.
–Solo te estoy haciendo saber que te quiero en mi cama. Y vendrás. Porque me deseas.
Ella se sonrojó, clara prueba de que él no se equivocaba. Aun así, expresó su disconformidad.
–Tendrías que hacerte mirar esa cabeza, antes de que su peso te rompa el cuello.
Él la tiró del su brazo y la apretó contra su cuerpo. Gruñó de satisfacción y oyó que a ella se le escapaba un gemido de placer.
El aroma que lo había hechizado desde que entró en la habitación: un mezcla de femineidad, piel tostada por el sol y noches de placer, le anegó los pulmones. Necesitando más, hundió el rostro en su cuello, absorbiendo su perfume.
–No te quiero en mi cama. Te necesito en ella. Llevo seis años anhelando tu presencia allí.
Notó que ella se tensaba y le apartaba lo suficiente para mirarlo, confusa. La soltó para no alzarla en brazos y llevarla a la cama en ese mismo instante.
El rostro de ella era un lienzo de emociones turbulentas, tan intensas que se sintió mareado.
–Lo único real que compartimos fue la pasión. Fuiste la mejor que había tenido nunca. Solo acabé contigo porque…parecías esperar más de lo que ofrecía –dijo con tono desafiante–. Pero ahora conoces la oferta. Tienes la opción de ser o no ser mi amante, pero tendrás que ser mi princesa.
Ella miró el contrato que tenía en la mano, que detallaba con fría precisión los límites de su relación temporal y cómo acabaría. Después, lo miró con ojos de un azul apagado y distante.
–Solo por un año –dijo ella.
«O más. Todo el tiempo que queramos», estuvo a punto de decir él. Pero se contuvo.
Capítulo Tres
Glory hizo una mueca ante la estupefacción de su mejor amiga, Amelia. Ya se estaba arrepintiendo de haberle contado la historia, pero habría explotado si no se desahogaba con alguien.
–Solo por un año –apuntilló Glory.
–Intento imaginarte con el Príncipe Vastamente Devastador y no puedo.
–Gracias, Amie, es todo un detalle por tu parte –dijo Glory con clara ironía.
–¡No es que crea que no estés a su nivel! –exclamó Amie–. Cualquier hombre sería afortunado si te tuviera, pero hace un siglo que no miras a ninguno. Eres tan fría… –sonrió, contrita–. Sabes a qué me refiero. Irradias «no te acerques». Me resulta imposible imaginarte entregada a la pasión con un hombre. Pero empiezo pensar que buscas más que el resto de las mortales. O es alguien del calibre de Vincenzo, o nadie –sus ojos se ensombrecieron–. O tal vez el problema sea que es Vincenzo o ninguno ¿Fue él quien te llevó a rechazar a todos los demás?
Glory la miró. La brutal forma en que Vincenzo había puesto fin a la aventura, la había devastado emocional y psicológicamente. Había tardado un año en paliar su dolor. Después, había volcado su tiempo y energía en cambiar su vida.
Si el hombre al que consideraba su alma gemela podía destrozar su estabilidad emocional con unas palabras, no podía volver a fiarse de nada. Así que había decidido entregar su corazón y sus habilidades al mundo, con la esperanza de hacer más bien del que le habían hecho a ella.
Llevaba cinco años creando y racionalizando proyectos humanitarios por todo el mundo. Solo tenía posibilidad de mantener