–Sabes que «excesivo» es quedarse muy corto. Solo te falta pedir que devuelva el bronceado que adquiera durante mi estancia en Castaldini.
–Entonces, ¿por qué lo has firmado? ¿Por qué no has pedido cambios?
–Dijiste que era innegociable.
–Creí que tu abogado lo miraría y te diría que no hay nada innegociable. Esperaba una lista alfabética de supresiones y modificaciones.
–No hacen falta. No quiero nada de ti. Ni ahora ni antes. Si pensabas que discutiría tus paranoicos términos, no sabes nada de mí. Sé que nunca creíste que mereciera la pena conocerme, y no espero que me trates con más consideración ahora, cuando no soy más que tu pantalla de humo. Me da igual cómo intentes protegerte, me vale así. Garantiza que estaré fuera de tu vida, sin vínculos pendientes, en cuanto acabe el año.
–Un año es mucho tiempo –dijo él, con voz profunda y oscura.
–Ya. Quiero empezar a cumplir mi condena sin plantear resistencia, para que me infrinja el menor daño posible durante su transcurso.
Él pareció taladrarla con la mirada, como si pudiera leer sus pensamientos y emociones. Eso también era nuevo. En el pasado siempre había sentido su lejanía, excepto cuando estaban entregados a la pasión. Había sido el típico científico distraído, volcado en su investigación, que apenas prestaba atención al resto del mundo.
Él dejó el contrato en el aparador y se volvió hacia ella con absoluta gracia y tranquilidad.
–Esperaré mientras te pones algo adecuado para la ocasión. Si tardas, será un placer vestirte yo mismo. También puedo desnudarte antes, para placer de ambos. Recuerdo cuánto solías disfrutar con ambas actividades –la mirada ávida de sus ojos indicaba que cumpliría su amenaza con gusto.
Ella no podía arriesgarse, porque cabía la posibilidad de que acabara suplicándole que no se conformara con desnudarla. Le lanzó una mirada exasperada y, maldiciendo para sí, salió de la habitación mientras él se reía.
Media hora después, harta de hacer tiempo, salió del dormitorio. Lo encontró recorriendo el salón como una pantera enjaulada.
Él se paró y observó su nuevo conjunto. Viejo conjunto. El traje de chaqueta crema y la blusa de satén turquesa eran… adecuados. Ni siquiera los zapatos de tacón y el bolso a juego añadían glamour. Pero era el único traje que ella conservaba de su época empresarial. Su guardarropa actual solo contenía ropa utilitaria, o no habría elegido ese traje nunca. Era el que había llevado a su entrevista de trabajo con él y después a cenar.
Ella no supo si recordaba el traje, porque su mirada ávida no cambió en absoluto. Decidió tomarle la delantera antes de que hablara.
–Si no te parece adecuado, peor para ti. Es el único conjunto que tengo. Puedes comprobarlo si quieres.
–Sin duda es adecuado para la ocasión. Aunque solo sea por motivos nostálgicos.
Así que se acordaba. Lógico. Su mente era como un ordenador.
–Pero tenemos que hacer algo respecto a las deficiencias de tu vestuario. Tu incomparable cuerpo debe lucir las mejores creaciones. Los genios de la moda mundial se pelearán para adornar tu belleza sin par con sus modelos.
–¿Te han diagnosticado algún desorden de personalidad múltiple? –rezongó ella–. ¿Cuerpo incomparable? ¿Belleza sin par? ¿Cómo se llama la persona que piensa esas cosas?
–Si nunca te dije que me dejabas sin aliento, me merezco un castigo –se acercó a ella–. En mi defensa, diré que estaba ocupado enseñándote.
–Sí, hasta que me enseñaste la puerta y me dijiste que era intercambiable por cualquier mujer lo bastante dócil y dispuesta.
–Te mentí –dijo él con voz clara y seca.
–¿Mentiste? –lo miró desorientada. Él asintió–. ¿Por qué?
–No quiero entrar en detalles. Pero nada de lo que dije tenía base verídica. Dejémoslo así.
–Y al diablo con lo que yo quiero. Pero, claro, tú conseguirás lo que quieres, da igual lo que yo desee y cuánto me cueste. No sé por qué sigo esperando algo distinto. Debo de estar loca.
Él pareció contener un impulso, tal vez el de explicar sus crípticas aseveraciones.
Sin embargo, ella necesitaba algo. Si las palabras que, tantos años antes, habían destrozado su psique como una ráfaga habían sido mentira, ¿por qué las había dicho? ¿Para alejarla? ¿Se había aferrado tanto a él que le había hecho sentir pánico?
«No». Se negaba a racionalizar el maltrato que él le había infringido, era inexcusable. Y lo que le estaba haciendo en el presente era mucho peor. Atrayéndola y alejándola a un tiempo. Despojándola de la estabilidad que suponía odiarlo, de la certeza de por qué lo hacía.
–Cenaremos antes –afirmó él, ayudándola a ponerse el abrigo.
–¿En serio esperas que coma después de esto?
–Retrasaré la cena hasta que tengas hambre. Para entonces, espero que el apetito pueda más que tu deseo de clavarme un tenedor.
Ella lo miró con desdén y salió del apartamento. En el garaje esperaba un Jaguar color borgoña sin chófer. Él se sentó al volante.
Por lo visto, no pensaba hacer su relación pública aún. Tal vez no había esperado que firmara el contrato matrimonial y había contado con seguir presionándola esa tarde.
Llevaban un rato en el coche cuando Glory comprendió que estaban saliendo de la ciudad.
–¿Adónde vamos? –le preguntó.
–Al aeropuerto –contestó él con una sonrisa.
Capítulo Cinco
–¿Al aeropuerto? –casi gimió ella.
–Cenaremos en el jet –la sonrisa de Vincenzo se amplió–. Volaremos hasta la colección más exclusiva de joyas del planeta, para que elijas tu anillo y lo que quieras –parecía complacido de haber vuelto a asombrarla.
–¿Y no se te ocurrió preguntarme si accedería a este ridículo plan tuyo? –ella estaba a punto de tener un paro cardiaco.
–Un hombre que se esfuerza por sorprender a su prometida, no la avisa antes de sus planes.
–Guárdate tus esfuerzos para cuando tengas una prometida que lo sea de verdad.
–Según tú, no conseguiré una auténtica ni aun teniendo todo el dinero y poder del mundo.
–¿Quién sabe? Algunas mujeres tienen tendencias destructivas. Y no dije que no pudieras conseguir una, dije que no la conservarías.
–Bueno, tú me vales. Y el tiempo que estés conmigo, haré cuanto pueda para sorprenderte –sus ojos chispearon con malicia.
–Preserva tu energía –rezongó ella–. Y líbrame de un infarto, odio las sorpresas. Siempre son desagradables. Sobre todo las tuyas.
–Te aseguro que este viaje no lo será.
–Me da igual cómo sea –suspiró, exasperada–. Y pensar que en otro tiempo creí que eras un cruce de hombre y máquina excavadora.
–¿Has cambiado de opinión? –enarcó las cejas con expresión divertida.
–Sí, eres una excavadora de pura raza.
Él echó la cabeza hacia atrás y soltó una sonora carcajada. Su risa invadió la mente de Glory como un torbellino, desequilibrándola.
–Cuidado con la risa, Vincenzo –murmuró–. Algo tan antinatural en ti podría