Estas palabras lo acariciaron como un bálsamo. Hacía tiempo que no oía su nombre clandestino en todo su esplendor.
—¿Nos podría explicar, camarada Enterrador del Capitalismo, qué factores sociales han impuesto el uso de este saludo tan original a las mujeres en la ciudad obrero-combativa de Pernik?
—¿Eeeh? —dijo abriendo los ojos como platos el Enterrador.
—¿Nos podría revelar el sentido revolucionario de la metáfora «bocacha»? Seguro que tiene algo que ver con la lucha del proletariado de Pernik… —añadió la otra.
El Enterrador intentó comprender lo dicho, pero su cerebro hizo clac y se apagó. Notó una dolorosa sensación de desamparo, como si de pronto se hubiera quedado ciego. Lo único que logró soltar fue un «¿Pero qué…?», y masticó las últimas palabras como un pepino amargo.
—¡Te han enterrado, Enterrador! —Lenin sonrió de oreja a oreja—. ¡Chicas listas! Solo espero que no nos enterréis también a nosotros…
1 La Unión de las Juventudes Obreras fue una organización de las juventudes comunistas, creada en 1928 por iniciativa del Partido Comunista de Bulgaria. En 1934 fue prohibida por el Gobierno y pasó a la clandestinidad. Durante la Segunda Guerra Mundial participó activamente en la lucha partisana. Existió hasta 1947, cuando pasó a formar parte de la Unión de las Juventudes Populares. (Todas las notas son de los traductores).
2 Antiguo barrio de la zona occidental de Sofía.
3 Ciudad de Bulgaria occidental.
3. KOMBRIG MEDVED
A finales del verano de 1941, mientras el carro de fuego de la Wehrmacht arrasaba desbocado la gran estepa rusa, en las cálidas aguas de la bahía de Varna asomó el periscopio de un submarino soviético. La costa estaba oscura, y la noche, sin luna. El submarino negro afloró silenciosamente en la superficie. Se abrió una compuerta y una docena de siluetas agachadas cruzaron la cubierta en fila india. Poco después, del cuerpo del submarino se separó un bote de goma que se dirigió a la costa. Los hombres remaban en completo silencio, hundiendo los remos con cuidado para no hacer más ruido del necesario. El submarino se sumergió tal y como había aparecido —desapercibido—, dejando tan solo una franja de espuma de mar.
En el bote, junto con otros doce camaradas de confianza, estaba Spartak Gálev, alias Pies Ligeros, más tarde conocido como kombrig4 Medved. Eran parte de un grupo de exiliados políticos que la dirección del Partido Comunista Búlgaro en Moscú había enviado para reforzar las filas de la organización en aquel momento crítico. El Gobierno búlgaro se había negado a mandar tropas al frente oriental, aunque ofrecía apoyo logístico al Tercer Reich. Era preciso desplegar una lucha partisana en la retaguardia del enemigo, pero los combatientes disponibles no solo eran insuficientes, sino que también estaban muy poco preparados. La operación estaba dirigida por el oficial del Ejército Rojo Tsvyatko Radóynov. Parte del grupo —los así llamados «submarinistas»— fue trasladado a Bulgaria por mar; otros se lanzaron en paracaídas. Todos ellos habían pasado por el duro entrenamiento del contraespionaje soviético, donde habían adquirido valiosas habilidades, necesarias para todo tipo de actividad subversiva. El Partido había depositado grandes esperanzas en estos hombres entrenados que debían liderar la resistencia armada. Pero nada más pisar el suelo patrio, la policía dio con su rastro y logró capturar a la mayoría. Medved fue uno de los pocos que se salvaron, lo que le confería una autoridad adicional.
Spartak Gálev había emigrado a la URSS nada menos que dieciocho años antes. Después de la derrota del Levantamiento de Septiembre de 19235 estuvo deambulando por montes y campos con distintos destacamentos hasta que el Partido abandonó oficialmente la política de lucha armada. Esto ocurrió después del atentado en la iglesia Sveti Kral,6 en el que fallecieron ciento cincuenta personas. La corriente de la izquierda sectaria fue condenada y se disolvieron las formaciones de combate. El grupo de Gálev, cuyos miembros esperaban en su mayoría penas de muerte, cruzó la frontera con Grecia y se entregó a las autoridades locales. Los internaron en la isla de Heraclea, en el mar Egeo, donde pasaron algunos meses. Sus camaradas del Partido Comunista Griego los ayudaron a subir en secreto a un barco soviético que los llevó a la tierra prometida del socialismo.
Nadie sabía cómo había vivido exactamente Spartak Gálev en la URSS. Tampoco nadie se atrevía a hacer conjeturas al respecto. El propio Spartak era muy parco en detalles. Parecía obvio que no se había titulado en ninguna universidad. Daba a entender que había estado sirviendo en el Ejército y que había participado en la campaña de Finlandia, pero no quedaba claro cómo ni con qué rango. Se comportaba como si estuviera acostumbrado a estar al mando de grandes masas de gente. Durante su ausencia sus padres habían fallecido, parte de sus compañeros habían sido asesinados y otros habían acabado en la cárcel. Los pocos que quedaban no eran capaces de reconocerlo. Pero, como era bien sabido que la vida soviética cambiaba a la gente hasta el punto de hacerla irreconocible, nadie se sorprendió. En tiempos Spartak Gálev era como un palillo: delgado, ágil y rápido. Decían que esquivaba las balas antes de que salieran del cañón; de ahí su apodo Pies Ligeros. Provenía de los pueblos de alrededor de Sofía y le gustaba reírse del poder con el típico sentido del humor mordaz de los shopis.7 Pero de la URSS regresó hecho un ladrillo: robusto y corto, como si hubiera pasado todos aquellos años metido en una caja. Solía estar quieto, con una cara malhumorada y rugosa de tez cetrina que no cambiaba con el sol ni con el viento. De su sentido del humor no había quedado ni rastro. Hablaba de forma concisa y con precaución, salpicando su discurso de palabras rusas. Ya nada lo podía asustar excepto el nombre de Stalin. «Partió siendo una liebre y volvió hecho un oso», dijo alguien. Desde aquel momento todos empezaron a llamarlo Medved.8
Él no tenía ningún inconveniente.
La primera y más importante tarea era la de protegerlo. Debido a su fuerte acento ruso, resultó más complicado de lo previsto, puesto que no era capaz siquiera de comprar tabaco sin delatarse. En aquellos tiempos en Bulgaria se oía poco ruso y enseguida llamaba la atención. No podía, o bien no quería, renunciar a este acento porque, al fin y al cabo, era una cuestión de prestigio. Durante todo el otoño y el invierno lo estuvieron escondiendo en diferentes buhardillas y sótanos de Sofía, bajo distintos nombres, hasta que en la primavera de 1942 terminaron convenciéndolo de que asumiera el mando de una unidad de partisanos en proceso de formación que operaba en el extremo oeste de los montes Balcanes: el destacamento Patarinska. El problema radicaba en que Medved venía de la URSS habituado a manejar escalas completamente diferentes, preparado para liderar al menos una brigada o una división, algo que aún no existía en Bulgaria. No era menos problemático que los destacamentos de la Primera Zona Operativa Militar ya tuvieran sus propios comandantes, gente local que no podía ser sustituida así como así, sin provocar un importante malestar y discrepancias. Por otro lado, estaba más que claro que un líder de la magnitud de Medved no aceptaría ningún cargo de segundo orden como comisario político o instructor. Ni siquiera intentaron ofrecérselo: ¡tal era el respeto que le tenían en aquellos días! Medved había venido para estar al mando y debía estarlo. Y, además, no de cualquier cosa. Entonces los camaradas de la comandancia central emplearon una pequeña artimaña…
La unidad militar en cuestión, de cuya composición y armamento