El capital social es, en definitiva, la totalidad de los recursos que se obtienen por pertenecer a determinado grupo. En la práctica, las relaciones de capital social existen solamente sobre el presupuesto de que hay relaciones de intercambio materiales y simbólicas, y con la contribución adicional a su mantenimiento (id.), es decir, que suponen una actividad continua y no sólo algo meramente dado.
Pero la propuesta de Bourdieu no se agota en el concepto del capital. Este tiene sentido en el concepto de campo y habitus. Campo es un espacio social y simbólico constituido como “sistema de relaciones objetivas entre posiciones adquiridas —en luchas anteriores—, es el lugar (es decir, es el espacio de juego) de una lucha competitiva que tiene por desafío específico el monopolio del capital que está en juego” (ib., p. 12) según el fenómeno social que aborde cada campo. El concepto de campo tiene como primera premisa que, por ejemplo, “para comprender una producción cultural —literatura, ciencia, etcétera— no basta con referirse a su contenido textual, pero tampoco con referirse al contexto social y conformarse con una puesta en relación directa del texto y el contexto” (ib., p. 74). De ahí que la hipótesis del concepto “consiste en suponer que entre esos dos polos (texto-contexto), muy distantes, entre los cuales se presume, un poco imprudentemente, que puede pasar la corriente, hay un universo intermedio que llamo campo literario, artístico, jurídico o científico, es decir, el universo en el que se incluyen los agentes y las instituciones que producen, reproducen o difunden el arte, la literatura o la ciencia. Este universo es un mundo social como los demás, pero que obedece a leyes sociales más o menos específicas. La noción de campo pretende designar ese espacio relativamente autónomo, ese microcosmos provisto de sus propias leyes” (ib., pp. 73-74). Se comprende entonces la diversidad de los capitales y su posibilidad de conversión: hay capitales específicos de un campo y otros que podrían ser invertidos y convertidos desde un campo a otro.
El otro concepto clave, el de habitus, hace referencia a las disposiciones de los agentes, es el “producto de condicionamientos sociales asociados a la condición correspondiente, […] es ese principio generador y unificador que retraduce las características intrínsecas y relacionales de una posesión en un estilo de vida unitario, es decir, un conjunto unitario de elección de personas, de bienes, de prácticas” (ib., p. 33). Los habitus son “estructuras estructuradas, principios generadores de prácticas distintas y distintivas; […] son también estructuras estructurantes, esquemas clasificatorios, principios de clasificación, principios de visión y división, de gustos diferentes” (id.). Por los habitus se producen “diferencias diferentes, operan distinciones entre lo que es bueno y lo que es malo, entre lo que está bien y lo que está mal, entre lo que es distinguido y lo que es vulgar, etc.” (ib., p. 34). En consecuencia, “hablar de habitus es plantear que lo individual, e incluso lo personal, lo subjetivo, es social, a saber, colectivo. El habitus es una subjetividad socializada” (Bourdieu y Wacquant, 1995: 87).
En la antropología reflexiva de Bourdieu, un principio de fondo es la afirmación acerca de que lo real es relacional. Es decir, que la comprensión del mundo social requiere de forma necesaria una construcción del espacio de las posiciones de quienes lo constituyen, hombres y mujeres, al mismo tiempo que ese espacio los constituye a sí mismos (Bourdieu, op. cit.). Hombres y mujeres son agentes que construyen el mundo social, la comprensión del mundo pasa por el doble proceso de percibirlo y hacerlo al mismo tiempo. Ahí están en juego los tres conceptos: campo, habitus y capital, por ello es que toda construcción social es fruto de las posiciones, disposiciones y capitales que los diversos agentes participantes ponen en juego. El fenómeno migratorio como una construcción del mundo social puede ser comprendido también desde el análisis de los campos y del habitus, no solamente desde el concepto de capital social, sin embargo es el que se ha resaltado incluso desvinculándolo de todo el cuerpo teórico en el que está enmarcado.
Una vertiente del concepto de capital social es la propuesta por Alejandro Portes y Julia Sensenbrener, quienes señalan que el capital social puede tener también una consecuencia negativa en el sentido que la red de relaciones y los recursos sociales de que dispone pueden volverse un problema o un impedimento para que una persona pueda lograr su propósito migratorio. Esta variante del concepto se pudo apreciar en algunos testimonios tanto de personas migrantes en tránsito como de algunos que ya estaban asentados en los Estados Unidos.
Redes migratorias
De acuerdo con Espinosa y Ortega “el modelo teórico de redes migratorias está basado en dos conceptos fundamentales: capital social y la causación acumulada” (2013: 65).
Del capital social se ha destacado la comprensión de las redes migratorias como “lazos interpersonales que conectan a los migrantes con otros migrantes que los precedieron y con no migrantes en las zonas de origen y destino, mediante nexos de parentesco, amistad y paisanaje” (Durand y Massey, 2003: 31). A partir de estos vínculos aumenta la posibilidad de la movilidad internacional, ya que se reducen costos, riesgos y vulnerabilidades, con lo cual la expectativa de éxito crece. Se asume que estas conexiones forman un capital social del que los migrantes pueden disponer para acceder a diferentes recursos financieros necesarios para la migración: pago de guías o coyotes, apoyos para encontrar empleo en el lugar de destino, obtención de mejores salarios y la facilidad de ahorrar y enviar remesas a sus lugares de origen. Las redes pueden existir a tres niveles: micro (el grupo más cercano a la persona migrante), meso (el círculo ampliado de personas migrantes) y macro (el vínculo trasnacional entre países de origen y destino).
De la propuesta explicativa de la causalidad acumulada, que tiene también una visión sistémica, se asume que tanto causas como efectos evolucionan de tal forma que los efectos se convierten posteriormente en factores causales. Si bien se acepta que la decisión de migrar puede ser individual o familiar, el punto central es que “los actos de migración, en el momento presente, alteran sistemáticamente el contexto sobre el que se basan las decisiones de los migrantes futuros, incrementando enormemente las posibilidades de que estos decidan posteriormente migrar” (Massey, Arango, Hugo, Kouaouci, Pellegrino, y Taylor, 1993: 24) ya que, fundamentalmente, se disminuyen los costos y se reducen también los riesgos.
De acuerdo con la teoría de las redes migratorias y la causalidad acumulada, podría suceder, en algunos casos, que si se considera el efecto de las remesas en los no migrantes, se observa que las familias que reciben recursos de las personas migrantes mejoran sensiblemente ingresos y con ello aumenta su posición social respecto de los no migrantes, y esto se puede convertir en una provocación para migrar, al experimentar una desventaja relativa. De esta forma, se daría una expansión de la migración. Sin embargo, la evidencia empírica muestra que esta situación es una de tantas posibles, ya que entre las personas migrantes en tránsito por México no todos han salido por una motivación económica; hay también, por ejemplo, un número creciente de personas que están huyendo de las amenazas, de la violencia o de la extorsión, no están considerando que van a mejorar su posición social, sólo que van a poder mantenerse con vida. Otros van en busca de la reunificación familiar, otros que han ido perdiendo todo arraigo con su origen parecen emigrar con la idea solamente de salir en espera de que lo venidero será mejor que lo que tenían, etc. De ahí que mantenga su importancia y relevancia la atención humanitaria a las personas migrantes en tránsito.
Respecto del capital humano, para esta propuesta teórica lo que sucede es que, con flujos continuos de migración, los lugares de origen se van quedando sin trabajadores a la par que aumentan en los lugares de destino. Esta situación conduce a que la producción disminuya en las regiones de origen, provocando presión para migrar. Del otro lado, en las regiones receptoras aumentan los recursos humanos, financieros y la producción. De esta manera, los lugares de concentración se vuelven especialmente atractivos para la migración, pues quienes se quedan se ven casi obligados a migrar no sólo por el factor económico, sino también por el social y cultural. Sin embargo, las redes no crecen indefinidamente, sino que experimentan a la larga un punto de saturación y con ello de estabilización. Este proceso de causalidad acumulada tiene mayor