Recado confidencial a los chilenos (2a. Edición). Elicura Chihuailaf. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Elicura Chihuailaf
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789560012906
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      © LOM ediciones Segunda edición, diciembre 2015 Impreso en 1.000 ejemplares ISBN: 9789560006103 eISBN:9789560012906 Primera edición, 1999 RPI: 110.553 Portada: Grabado «Arauco no domado», © Santos Chávez Edición, diseño y diagramación LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2688 52 73 [email protected] | www.lom.cl Tipografía: Karmina Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Impreso en Santiago de Chile

      Pu kamollfvñ Che (a la gente no mapuche) Kallfvkura, Leftraru, Mangin-Mañil, Kvlapan, Melin, MichimaLonko, Mestizo Alejo ñi kom pu Che (a toda mi Gente) A Betirayen, a Carlitos. a mis abuelos, a mi padre y a mi madre, en el País Azul A Gonzalo Elicura, Gabriela Millaray, Claudia Tamuré, Laura Malen y Beti A Paulo Lienkura, Antonio Elikura y Jenny A Andrea Kallfvray y Camila A mi hermano Arauco A mis hermanas Rayén y América A Sebastián Antvkura, Violeta Likarayen, Amapola Millaray, y Álvaro A Nathan y Ashley A Oscar Kallfvkura, Víctor Lemuleufv, y Mathieu

      Folil aliwen taiñ namun

       Mvpv vñvm rupalelu niey taiñ piwke

       Raíces de árboles son nuestros pies

       Alas de ave de paso tiene nuestro corazón

       Papay Marivl

      Durante los dos meses que la versión final del presente libro, muchas veces recordé mis andanzas junto a mi hermano Carlitos en los bosques milenarios de la tierra de mis abuelos, en mi comunidad. Sabíamos adónde íbamos, adónde teníamos que llegar, pero las hojas del otoño o la nieve del invierno y, sobre todo, la enmarañada vegetación de la primavera solían ocultar las débiles huellas que nosotros mismos habíamos dejado. Así, muchas veces tuvimos que volver al punto de partida y rehacer el trayecto.

      En cada uno de esos nuevos intentos, del aparente «error», aprendimos algo distinto. De lo efímero: las flores, las mariposas, los hongos, los insectos. Y de lo permanente (?): la lluvia, los árboles, los animales, las aves, el aroma, el sonido de los esteros, el viento y los sueños.

      Preguntándome cuál será el modo, la vía mejor, para iniciar y ojalá consolidar una verdadera conversación con el pueblo chileno, con el ciudadano común, con usted, me instalé en mi escritorio a escribir lo que pensaba sería una «Carta confidencial a los chilenos». Varias decenas de páginas se fueron acumulando sobre él. En mi jornada de trabajo me detenía a ratos para observar el movimiento de las ramas del Foye / canelo –nuestro árbol principal– y de las ramas del hualle que desde hace años crecen en el patio de mi casa; o para vagar en el cielo azul, nuboso, o estrellado. Mas el ruido del tráfago de la ciudad era el recordatorio de que debía persistir en la tarea.

      Confiando en la validez que tiene el expresar una opinión personal respecto de lo que sucede con la cultura, con el pueblo al que uno pertenece y, por lo tanto, con uno mismo en la diversidad que se es en su historia, seguí entonces adelante. Pero mi condición, mi convencimiento de ser un «oralitor», es decir, de que nuestra escritura la ejercemos al lado de nuestra fuente, la oralidad de nuestros mayores, me llevó a viajar hasta las zonas en que nuestras comunidades están sufriendo –ahora– más fuertemente la violencia generada por el Estado chileno. Llegué entonces a las comunidades de Lumaco, Traiguén y Alto Bío Bío. Y a Quinquén, en la zona de Lonquimay.

      De regreso a Temuco, otra vez a orillas del bosque de la escritura, resolví rehacer el trayecto.

      Me digo, ¿cuánto conoce usted de nosotros? ¿Cuánto reconoce en usted de nosotros? ¿Cuánto sabe de los orígenes, las causas de los conflictos de nuestro pueblo frente el Estado nacional? ¿Qué ha escuchado del pensamiento de nuestra gente y de su gente que –en la búsqueda, antes que todo, de otras visiones de mundo que siempre enriquecen la propia– se ha comprometido con el entendimiento de nuestra cultura y nuestra situación?

      ¡Nos conocemos tan poco! Aunque recientemente, ¿como sueños?, hemos efectuado también ocasionales Encuentros * que se han convertido solo en un mirarnos desde más cerca y que

      –disculpándonos mutuamente esta especie de conformidad– al menos han evidenciado la enorme distancia en la que nos encontramos mapuche y chilenos, aun en la misma geografía –campos y ciudades– que sí «compartimos», hecho, este último, que incluso en la negación nos ha influenciado (en ambas direcciones, claro). ¿Cómo intentar comprender todo eso?

      Es la razón por la que le entrego este Recado, lleno de cifras y de datos jurídicos necesarios –por lo mismo, inevitables– para establecer puntos comunes de conversación, en la dualidad del acuerdo y del disentimiento.

      Es la razón por la que le entrego este Recado confidencial lleno de voces que quizás me «avalen» ante la suspicacia que el peso de la cultura dominante ha puesto sobre nosotros.

      Recado porque es un mensaje verbal (que se hace de palabra). Confidencial, que se dice en confianza. La paradoja implícita en la coexistencia de nuestras culturas, de nuestros pueblos.

       * Zugutrawvn: Reunión en la Palabra. Primer Encuentro entre oralitores (as) mapuche y escritores (as) chilenos (as), Temuco, 1994. Por ejemplo.

      En un coloquio con estudiantes liceanos hablo del País Mapuche de «antaño», de su territorio, que comprende extensiones de lo que hoy es parte de Argentina y parte de Chile. De cómo la cordillera

      –llamada actualmente Los Andes– nunca fue la «fundadora» de lo que después los Estados, casi simultáneamente, perpetraron: a un lado de ella los mapuche chilenos y al otro lado los mapuche argentinos. Mas, a pesar de aquello, seguimos constituyendo un Pueblo Nación, les digo.

      Luego se suceden las preguntas y mis atisbos de respuestas.

      Un estudiante me dice: «¿Pero por qué usted insiste tanto en hablar de los chilenos y de los mapuche? ¿Acaso usted no es chileno o no se siente chileno?». Le digo: yo nací y crecí en una comunidad mapuche en la que nuestra mirada de lo cotidiano y lo trascendente la asumimos desde nuestra propia manera de entender el mundo: en mapuzugun y en el entonces obligado castellano; en la morenidad en la que nos reconocemos; y en la memoria de la irrupción del Estado chileno que nos «regaló» su nacionalidad. Irrupción constatable «además» en la proliferación de los latifundios entre los que nos dejaron reducidos.

      Les digo a los estudiantes (ahora también a usted): Imagínense por un instante siquiera, ¿qué sucedería si otro Estado entrara a ocupar este lugar y les entregara documentos con una nueva nacionalidad, iniciando la tarea de arreduccionarlos, de imponerles su idioma, de mitificarles –como forma de ocultamiento– su historia, de estigmatizarles su cultura, de discriminarlos por su morenidad? ¿Se reconocerían en ella o continuarían sintiéndose chilenos? ¿Qué les dirían a sus hijas y a sus hijos? ¿Y a los hijos y a las hijas de ellos?

      Es siempre difícil ponerse en la situación que experimenta un (a) otro (a), seguramente porque implica un muy duro trabajo: el desasosiego provocado por el hondo susurro entre nuestro espíritu y nuestro corazón diciéndonos que somos solo una parte del todo que es el universo, pero parte esencial en su trama. Cada sueño en su tiempo y ritmo particular de desarrollo.

      Me dicen: el diálogo entre las células, el reconocimiento y aceptación de sus individualidades, da identidad al tejido: es la salud. La pérdida de esa identidad genera la invasión de unas en otras: es la enfermedad. El cuerpo se defiende, se torna un brioso movimiento, se defiende, lucha para continuar viviendo.

      Para andar hacia el término de nuestros mutuos mitos, me digo: ¿hablar desde la enfermedad que es el consenso será la única posibilidad? Mi gente me dice: ¿pero cuál es la palabra de los chilenos? Les digo:

      «Se hace necesario crear el hábito de una visión real de nuestro país, sin complacencias, verdadera, puesto que la identidad real de un pueblo debe ser una forma de verdad, la más auténtica «coincidencia» de nuestra alma con el pasado que la ha configurado»,