–Pues quiero encargar otro igual –dijo Joe, sin preocuparse–. Puedes hacerlo, ¿no?
Sí, y, en otras circunstancias, el hecho de que le encargaran una pieza como aquella habría sido una gran noticia. A Kylie le hacía falta el trabajo. Sin embargo, en vez de sentir entusiasmo, se sintió… inquieta. Porque, si aceptaba el encargo, tendría que mantenerse en contacto con él. Tendría que hablar con él.
Y ese era el problema: no confiaba en Joe. No, no era así. Lo que ocurría era que no se fiaba de sí misma con él. Si ella lo había dejado alucinado con el beso, él la había dejado anonadada, y la verdad era que no le costaría nada volver a besarlo otra vez y terminar pegada a sus labios.
–Lo siento, no. Pero puedes adoptar unos cachorritos para Molly.
Y, hablando de cachorritos, en aquel momento se oyó un ladrido agudo que provenía de la trastienda. Vinnie acababa de despertarse de la siesta. Después, se oyó el ruido de unas zarpas en el suelo. En la puerta de la tienda, se detuvo y alzó una pata para palpar el aire que había delante de él.
Hacía poco, su cachorro adoptado se había golpeado de cara contra una puerta de cristal. Desde entonces, hacía aquel gesto cada vez que se encontraba ante una puerta. Pobre Vinnie; tenía estrés post-traumático, y ella era su apoyo emocional humano.
Cuando Vinnie se convenció de que no había cristales ocultos, echó a correr de nuevo. Era un cachorro de color marrón oscuro, de menos de treinta centímetros de altura y menos de seis kilos, y al verlo corriendo hacia ella, sonriente, con la lengua fuera, dejando un reguero de babas a su paso, a Kylie se le derritió el corazón.
Se agachó para tomarlo en brazos, pero él pasó de largo como una bala.
Joe se había agachado y lo estaba esperando, y Vinnie saltó a sus brazos.
Joe se irguió mientras frotaba la cara contra la de Vinnie, y Kylie tuvo que hacer lo posible para no derretirse por completo. Era una mezcla de bulldog francés y teleñeco, y tenía una expresión traviesa, cómica y adorable.
–Eh, pequeñajo –murmuró Joe, sonriéndole a su cachorro, que estaba intentando lamerle la cara. Joe se echó a reír, y el sonido de su risa llegó directamente a lo más profundo de Kylie. Aquello era cada vez más exasperante.
No tenía ni idea de qué le ocurrían últimamente a sus hormonas, pero, afortunadamente, no eran ellas las que estaban a cargo. Era su cerebro. Y su cerebro no tenía interés en Joe, por muy bien que besara. Ella tenía una larga historia con el género masculino, una historia rápida, salvaje, divertida y, también, peligrosa. No era su propia historia, sino la de su madre, y ella se negaba a seguir su estela.
–Estoy dispuesto a pagar un precio más alto –dijo Joe, mientras seguía haciéndole carantoñas a Vinnie, para deleite del cachorro–. Por encargar un espejo igual.
–No puede ser –dijo ella–. Hay más encargos primero, y tengo que terminarlos a tiempo. No puedo vender un espejo que todavía no he empezado.
–Todo se puede vender –dijo Joe.
Ella cabeceó, metió la mano bajo el mostrador y sacó una pelota de tenis en miniatura de su bolso. Se la mostró a Vinnie, que comenzó a mover las patas al aire para tratar de agarrarla.
–Eres una tramposa –le dijo Joe, pero dejó a Vinnie en el suelo.
Al instante, el cachorro se puso a roncar de emoción y salió corriendo hacia Kylie, y le mostró todo su repertorio de habilidades: se sentó, le ofreció la patita, se tumbó, rodó sobre sí mismo…
–Qué mono es –dijo Joe–. ¿Te trae la pelota?
–Por supuesto –respondió ella.
Aunque, en realidad, no era lo que mejor se le daba a Vinnie. Los gruñidos, las flatulencias y los ronquidos, eso era lo que mejor se le daba. Además, se ponía como loco de repente y echaba a correr por todas partes frenéticamente, hasta que empezaba a jadear y se desmayaba. Pero no sabía llevar la pelota a su dueña.
–Vinnie, tráemela –dijo Kylie, y se la lanzó a unos cuantos metros de distancia.
El cachorro dio un ladrido de alegría y salió disparado hacia la pelota. Como siempre, el mayor problema fue el frenado, y se pasó de largo. Para corregir su trayectoria, volvió sobre sí mismo bruscamente, derrapó y se deslizó hacia la pared. Después, se recuperó y corrió de nuevo hacia la pelota.
Pero no se la llevó a Kylie. La tomó con los dientes y se fue rápidamente a la trastienda. Seguramente, se llevaba su tesoro a la camita.
–Sí, se le da estupendamente el juego –dijo Joe con una expresión seria.
–Todavía estamos trabajando en ello –respondió ella.
Justo en aquel momento, un hombre salió de la parte trasera del local y se reunió con ellos en el mostrador.
Gib era su jefe y su amigo, y el hombre del que había estado enamorada mucho tiempo, aunque él solo sabía las dos primeras cosas, porque a ella nunca le había parecido buena idea salir con su jefe. Además, él nunca se lo había pedido. Era el dueño de Maderas recuperadas, y Kylie le debía mucho. Él la había contratado cuando ella había decidido seguir los pasos de su abuelo y ser ebanista. Gib le había dado la oportunidad de ganarse una excelente reputación. Era un buen tipo, y tenía todas las cualidades que debía tener un hombre, en su opinión: era bondadoso, paciente y dulce.
En otras palabras, lo opuesto a Joe.
–¿Algún problema? –preguntó Gib.
–Estaba intentando hacer una compra –dijo Joe, señalando el espejo con un gesto de la cabeza.
Gib miró a Kylie.
–Te dije que era extraordinario.
Gib casi nunca hacía cumplidos, y Kylie se sorprendió. Después, se puso muy contenta.
–Gracias.
Él asintió y le apretó la mano. Aquello la dejó sin palabras, porque… él nunca la tocaba.
–Pero el espejo ya está vendido –le dijo a Joe.
–Sí –respondió Joe, aunque no dejó de mirar a Kylie ni por un momento–. Eso ya lo he entendido.
De repente, había cierta tensión en el ambiente, una tensión extraña que Kylie no supo entender. Sus padres eran adolescentes cuando ella nació, así que se había criado con su abuelo. Había aprendido cosas poco habituales para una niña, como, por ejemplo, a manejar un cepillo de mesa o una regruesadora sin perder los dedos, y a hacer apuestas en las carreras de caballos. Además, se había hecho una persona introvertida. No se abría con facilidad a los demás y, por ese motivo, nunca se había dado el caso de que hubiera dos tipos interesados en ella a la vez. De hecho, durante largas temporadas, no había habido ningún tipo interesado.
Así pues, con el beso de Joe todavía dándole vueltas por la cabeza, que Gib mostrara interés después de años hizo que se sintiera como una adolescente con pánico. Señaló la trastienda con el dedo índice.
–Yo, eh… tengo que irme –dijo, y salió corriendo como si tuviera doce años en vez de veintiocho.
Capítulo 2
#SiLoConstruyesÉlVendrá
Una vez a solas, Kylie se apoyó en la puerta del taller y se tapó la cara ardiente con las manos. «Bien hecho, Kylie. Has quedado estupendamente».
–¿Qué te pasa? –le preguntó Morgan, la nueva aprendiza de Gib. Era una muchacha que, después de algunos encontronazos con la ley, había conseguido encauzar su vida y, aunque no tenía experiencia en la ebanistería, tenía mucho entusiasmo por aprender.
–Nada –murmuró Kylie–. No