–Tienes que irte –le susurró.
–Sí –dijo él.
Tomó aire y exhaló un suspiro mientras apoyaba la frente sobre la de Kylie.
–Uno de estos días, vas a tener que explicarme cómo es que, de repente, tú tienes todo el poder en esta relación.
Ella sonrió, y él movió la cabeza de lado a lado.
–Todo va a ir bien –le dijo.
–Ya lo sé –respondió ella.
A él se le borró la sonrisa de los labios mientras la miraba y le acariciaba la mandíbula. Le dio un ligero beso y siguió besándola como si no pudiera contenerse.
–Más tarde –murmuró.
Ella asintió, embobada, y se dio cuenta de que él se había desvanecido y había dejado la puerta cerrada con llave.
Y, entonces, se percató de que se había llevado la última fotografía y el sobre.
Capítulo 14
#QueLaFuerzaTeAcompañe
–Y entonces fue cuando Vinnie, por fin, me trajo un juguete a los pies –dijo Kylie, que estaba contándoles a sus amigas lo que había ocurrido la noche anterior.
–¿Sí? –preguntó Haley, emocionada–. Qué bueno es. Sabía que podía hacerlo.
Al ver la cara de Haley, Elle entrecerró los ojos y cabeceó.
–No, no. No es la historia completa. ¿Qué te llevó? ¿Un par de calcetines?
–Um –dijo Kylie.
–¡Unas bragas! –exclamó Elle, y todas se echaron a reír.
Estaban en la cafetería, haciendo cola para pedir un café. Tina era la dueña del establecimiento y quien atendía en la barra. Era una mujer impresionante, alta, de pelo y piel oscuros, y adoraba que todo fuera grande: una gran melena, unos grandes pendientes y unos zapatos enormes.
Kylie admiraba su pasión por la moda, porque su propio estilo era ponerse cualquier cosa que le resultara cómoda.
Por suerte, a Tina también le encantaba hacer magdalenas. Cuando Tina era Tim, no había magdalenas en la cafetería. Solo café. Pero Tina era más feliz que Tim, y eso se había traducido en las magdalenas más increíblemente ricas del mundo.
–Podría ser peor –dijo Tina–. Podría haberte llevado el consolador.
Kylie gimió de angustia, y todo el mundo rompió a reír.
–Oh, Dios mío –dijo Haley–. ¿Hizo eso? ¿De verdad? ¿Te llevó el vibrador? ¡Eres mi nueva heroína!
A Kylie le ardían las mejillas.
–Eh –dijo Tina–. No te avergüences. Eres una mujer con sus necesidades y, ahora, él sabe que tú sabes satisfacer esas necesidades. Lo cual significa que también sabe que no necesitas ningún hombre. Eso es una presión añadida para él, que le obliga a comportarse bien, o retirarse –le explicó con una sonrisa–. Y, hazme caso, para un hombre, eso siempre es una buena cosa.
–No te preocupes, cariño –le dijo alguien que iba detrás de ellas en la fila. La señora Winslow, que tenía más de ochenta años y vivía en el tercer piso del edificio, sonrió con picardía–. A él le gustarán tus juguetes. Pero acuérdate de que todo es muy divertido hasta que a alguien se le pierde la llave de las esposas.
Tina alargó el brazo por encima del mostrador para chocar la palma de la mano con ella.
Pru, otra de las amigas de la pandilla, entró en la cafetería con ropa deportiva.
–¡Cómo odio darle sin querer al botón de parada de la cinta de correr y tener que venir a comprarme una magdalena!
–No deberías hacer ejercicio con el estómago lleno –le dijo Elle.
–Claro. Así que no voy a poder hacer ejercicio. Nunca –dijo Pru, y sonrió nerviosamente–. O, por lo menos, hasta dentro de nueve meses.
Todas jadearon y empezaron a hablar al mismo tiempo.
Elle alzó las manos para pedir silencio y miró a Pru.
–¿Estás embarazada?
–El palito se ha puesto azul –dijo Pru, y añadió con una exhalación–: Estoy un poco aterrorizada.
Entonces, empezaron a abrazarla y a hacerle carantoñas hasta que Pru las detuvo.
–De acuerdo, de acuerdo, me queréis, os quiero, sí, sí. Pero estamos haciendo una escenita en público y no voy a ser esa embarazada que quiere toda la atención para sí.
–¿Qué tal se lo ha tomado Finn? –le preguntó Elle.
Finn era el marido de Pru, y dueño de la mitad del pub. Ella sonrió.
–Está feliz.
–Bien –dijo Elle–. Pero, la verdad, me alegro de que seas tú. De todas nosotras, tú eres la única que puede permitirse engordar, tener que estar despierta toda la noche cantando nanas y cosas de esas, como no beber hasta dentro de nueve meses y… ¿Qué? –le dijo a Kylie, que le estaba diciendo por señas que se callara.
–Oh, Dios mío –murmuró Pru, que estaba muy pálida–. Voy a engordar.
–No, no –dijo Elle, intentando arreglar la situación–. Solo un poco. Además, será por una buena causa, ¿no?
–Claro –dijo Pru–. Pero voy a tener que quedarme despierta toda la noche cantando nanas. ¡Y no me sé ninguna!
–Podemos comprar un libro –dijo Elle–. Y apuntarnos a un gimnasio. Todo va a ir bien –le dijo, y todas volvieron a abrazarse.
En aquel momento, Willa entró corriendo y se disculpó con toda la fila por colarse para acercarse a su grupo.
–Disculpe… No voy a comprar nada, de verdad.
–Pru está embarazada –le dijo Elle.
Willa soltó un jadeo y sonrió.
–¡Lo sabía!
–¿Sí? –preguntó Pru–. ¿Cómo?
–Porque después de que nos comiéramos el plato de alitas el otro día, tuviste que desabrocharte la cremallera de los vaqueros –dijo Willa. Le dio un abrazo a Pru, y su bolso hizo un ruido raro.
Llevaba tres cachorros de labrador negros.
Todo el mundo dio exclamaciones de deleite.
–Estoy cuidándolos –dijo Willa–. Cuando muera, quiero reencarnarme en cachorro de labrador negro.
–Yo, en pastor alemán –dijo Tina.
–Duro, impenetrable y leal –dijo Haley, y asintió–. Te pega mucho.
–Gracias, cariño –dijo Tina, y sonrió–. A mí me parece que tú serías un gran san bernardo.
–Eh –dijo Haley, pero después suspiró–. En realidad, después de haberme dado un puñetazo a mí misma en la cara al tratar de taparme bien con la manta esta mañana, puede que tengas razón.
–No, es porque eres amable, cariñosa y cálida –le dijo Tina.
–Ah –respondió Haley–. Eso también me vale.
–Creo que Elle debería ser un dóberman –dijo Willa–. Dura, malota y lista como un demonio.
–Eso