E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jill Shalvis
Издательство: Bookwire
Серия: Pack
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788413756516
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echó a reír, y ella puso los ojos en blanco.

      –Está bien, está bien. Soy una pesada, o lo que quieras. Pero encuentra mi pingüino.

      –Entonces, dices que nadie estaba enfadado con él, ni contigo.

      –Sí, exacto.

      –Pues enfoquémoslo desde otro punto de vista: avaricia, en vez de venganza.

      –De acuerdo –dijo ella, lentamente. Dubitativamente. Y Joe lo entendió. La mayoría de la gente no pensaba mucho en los motivos que podían conducir a un crimen.

      Pero él no era como la mayoría de la gente.

      –Es alguien que os conocía a los dos –le dijo–. O alguien que se enteró de algo por medio de alguien que sí os conocía. De lo contrario, nadie habría sabido que existía esta pieza de madera.

      –Mi abuelo era un hombre sencillo –dijo ella–. Y callado. No salía, y no tenía amigos. Le gustaba quedarse en casa y estar conmigo.

      Joe se alegró al pensar que Kylie había tenido a aquel hombre en su vida cuando no podía contar con sus padres, pero pensó en lo sola y protegida que debía de haber vivido.

      –¿Y sus empleados?

      –No tenía.

      –¿No tenía a nadie? ¿Ni un aprendiz, ni un ayudante?

      –Yo contestaba al teléfono y llevaba las agendas y la contabilidad, aunque sí tuvo algún aprendiz de vez en cuando. No había pensado en ellos.

      –¿Y podrías hacerme una lista de esas personas?

      –Creo que sí. Pero…

      Él le hizo un gesto para que se sentara y le dio papel y bolígrafo.

      –De acuerdo –dijo Kylie, y se concentró sobre el papel. Al bajar la cabeza, su pelo castaño claro, largo, ondulado, se le cayó por la cara. Con un ruidito de fastidio, se lo apartó y se hizo una coleta con una goma que llevaba alrededor de la muñeca. Estuvo escribiendo en silencio durante unos minutos y, al final, le devolvió la libreta.

      –Estos son los aprendices que tuvo mientras yo estuve con él. Son nueve. Te he puesto los nombres y de dónde eran. Uno era mayor que mi abuelo y no es un sospechoso viable. Otro murió. Otros dos viven fuera del país. Y de los que quedan, no creo que ninguno haya hecho esto. Todos querían a mi abuelo tanto como yo.

      Aquello era algo subjetivo y, tal y como hacía siempre en su trabajo, él ignoró la subjetividad y la emoción.

      –¿Hay algo más que deba saber? –preguntó.

      Ella se mordió el labio y, después de una pausa, negó con la cabeza.

      Joe tuvo que contener un suspiro. Kylie mentía muy mal.

      –Necesito que me lo cuentes, Kylie.

      Ella respondió sin mirarlo a los ojos.

      –No hay nada más que necesites saber.

      Claro, claro. Él no la creyó, pero sabía que no debía presionarla más, o se cerraría en banda. Se puso a leer la lista y se quedó sorprendido.

      –Este es el nombre de tu jefe.

      –¿Gib? Sí –dijo ella–. Pero lo he marcado para indicarte que no es una posibilidad.

      –Los has marcado a todos –dijo él, con ironía–. De todos modos, empecemos por Gib. ¿Por qué no lo consideras sospechoso?

      –Porque nos criamos juntos –dijo ella–. Mi abuelo le enseñó todo lo que sabe. Él consideraba a Gib de la familia, incluso le dio un lugar para vivir cuando lo necesitaba.

      –Entonces, él debe de saber lo importante que es el pingüino para ti, ¿no? Y lo que vale.

      –No es Gib –dijo ella, con terquedad–. Ha sido muy bueno conmigo, muy bueno.

      –¿Hasta qué punto ha sido bueno?

      –¿A qué te refieres? –preguntó ella, desconfiadamente.

      Joe tenía un instinto muy fino a la hora de estudiar a la gente. Había estado varias veces en Maderas recuperadas, y nunca había percibido tensión sexual entre Gib y Kylie, pero tenía que preguntarlo de todos modos.

      –¿Hay algo entre Gib y tú, Kylie?

      –¿Tú crees que esta pregunta es necesaria?

      Era necesaria para calmar sus celos, pensó Joe.

      –Sí; podría ser el móvil –dijo él, para justificarse.

      –No –respondió ella–. Nunca ha habido nada entre Gib y yo.

      Ella respondió con sinceridad, pero titubeó lo justo para que él se diera cuenta de que había algo más.

      –¿Y en el futuro? ¿Habrá algo?

      Ella se cruzó de brazos.

      –No sé que tiene que ver eso con el caso.

      Mierda. A ella le gustaba Gib. Joe la observó atentamente durante un instante.

      –Te lo voy a preguntar otra vez. ¿Gib y tú vais a…?

      –Eso no es asunto tuyo. Déjalo, por favor.

      Eso sería lo más inteligente, cierto.

      –De acuerdo. Pero él se queda en la lista.

      –Como quieras. Y ahora, ¿qué?

      –Tú te vas a tu trabajo y yo, también. Tengo que ir a una sesión de vigilancia.

      Para ahorrar tiempo, empezó a recoger todo lo necesario y abrió el armario de las armas para empezar a abrocharse al cuerpo las que necesitaba. La Glock, en la cadera derecha. El cuchillo, prendido en el interior de un bolsillo. El teléfono móvil, en el bolsillo delantero. La Sig, atada a la pierna. Se puso una gorra de los Giants con la visera hacia atrás y un chaleco antibalas. Al alzar la vista, se dio cuenta de que a Kylie se le habían oscurecido los ojos mientras lo miraba, y sonrió para sí mismo.

      –Te aviso en cuanto haya investigado la lista. Voy a empezar esta misma noche, después del trabajo.

      –¿Cómo? No, no. Yo quiero participar. Somos socios en esto.

      –Yo trabajo en solitario, Kylie.

      –Esta vez, no.

      –Escucha…

      –¿Quieres el espejo de Molly, o no? –le preguntó ella.

      –Sabes que sí –respondió él, con tirantez.

      –Entonces, nos vemos después. Socio.

      Mierda. Estaba completamente perdido.

      #FrancamenteQueridaMeImportaUnBledo

      Después de su reunión con Joe, Kylie se fue al trabajo. Pero, por primera vez, no pudo concentrarse. No podía dejar de pensar en el pingüino. Ni, tampoco, en la forma en que Joe se había abrochado las armas al cuerpo, porque, demonios… Ella había estado enamorada de Gib durante años porque era guapo, sólido y… seguro.

      Pero Joe… Joe no tenía nada de seguro y, sin embargo, la atracción que sentía por él dejaba bien claro que a ella no le importaba. Nunca se había arriesgado demasiado en la vida, y eso tenía que cambiar y, si para conseguir cambiarlo tenía que volver a besar los increíbles y sexis labios de Joe, estaba dispuesta a hacerlo. Su boca. Su cuerpo. Y, pensando en cosas tan estúpidas, hizo un corte excesivo en el tablero de la mesa en la que llevaba trabajando desde hacía semanas. Al tratar de corregir el error, se clavó una astilla en la palma de la mano derecha.

      –¡Mierda!

      Apagó la máquina y se miró la palma. Después,