–¿Es el mismo abuelo que te dejó la herencia que han impugnado?
El rostro de Neen se ensombreció y Rico deseó haber mantenido la boca cerrada.
–Eso está en manos de los jueces. No puedo hacer nada más que esperar y ver lo que pasa.
–Menuda época estás pasando. El imbécil de tu ex, la pérdida de tu abuelo y ahora el problema con el testamento –dijo con el ceño fruncido. Sin duda, se trataba de algún pariente lejano que ni siquiera había conocido al pobre hombre, pero había acudido al olor del dinero.
Neen rio de repente.
–Por lo menos tengo un trabajo interesante, como tú me has dicho tantas veces.
–¿Estás contenta con él? –de pronto, le parecía importantísimo que así fuera. En caso contrario, encontraría la manera de arreglarlo.
–Sí, mucho.
Rico sintió que le quitaban un peso de encima. Ella apretó los labios y lo miró con expresión pícara.
–Hablando de trabajos… ¿Médico, Rico? ¿En serio?
Él trató de sonreír, pero no pudo.
–¿No me imaginas con bata blanca y un estetoscopio colgado del cuello?
Ella meneó la cabeza.
–Te veo con delantal y una espátula en la mano.
Él dio un respingo. No lo había dicho para ofenderlo, pero él no pudo evitar su reacción.
–Lo siento, no quería…
–No te preocupes.
No quería que ella se sintiera mal por su culpa, bastantes sinsabores tenía ya.
–Mi madre piensa que ser cocinero equivale a ser un burro de carga.
–Pero ella es cocinera, y nadie diría que es una burra de carga.
–Le llevó mucho tiempo llegar a ser propietaria. Hizo verdaderos sacrificios para darnos a todos una buena educación. También se opuso a que mis hermanos se hicieran cocineros.
–Tenía todas las esperanzas puestas en ti…
–Sacaba buenas notas. Y si hubiera querido…
–Pero no quisiste.
Ella vaciló antes de inclinarse hacia él y tocarle la mano.
–Rico, comprendo el deseo de agradar a un padre, ¿pero no crees que es más importante ser consecuente con uno mismo? Tengo la impresión de que una vez que tu madre te vea contento se aplacará su desilusión.
Si solo tuviera que lidiar con la desilusión de su madre… Pero las cosas no eran así. Nunca podría compensar la muerte de Louis. Su mejor amigo había muerto por su culpa a los diecisiete años. Él fue el que compró las drogas con el dinero que le había robado a su madre. Él fue el que se las ofreció a Louis. Se le revolvió el estómago y una sustancia ácida le abrasó la garganta. Nunca podría devolver a Louis a su familia. Lo único que podía hacer era proteger a jóvenes vulnerables y tratar de evitar que cometieran los mismos errores que habían cometido Louis y él. Miró a la deliciosa mujer que tenía frente a él y decidió no amargarle la noche con una historia tan horrible. Pero cuanto más la miraba, más crecía el abismo en su interior. La quería. La quería con toda la pasión con la que un hombre puede querer a una mujer. Pero no podía tenerla. Le había quitado la vida a su mejor amigo: no tenía derecho a disfrutar de la suya.
Neen y Travis estaban fregando la cocina cuando llamaron al timbre.
–Travis –dijo Jason desde el umbral–. ¿Puedes salir un momento?
El joven salió a una velocidad impropia en un adolescente tan corpulento. A Neen se le secó la boca. ¿Le habrían seguido los problemas domésticos hasta el restaurante? Salió tras él y entonces se detuvo bruscamente, con el corazón a cien por hora.
Era Chris. Estaba en mitad del comedor. Travis y Jason le habían interceptado el paso.
–Por favor, Neen, tengo que hablar contigo.
Su piel se cubrió de un sudor frío.
–Estás violando la orden de alejamiento, Chris. Vete, por favor, antes de que llame a la policía.
–Necesito que sepas que…
Se quedó callado al ver que Travis daba un paso al frente.
–La señora le ha pedido que se vaya.
Lanzando un juramento, Chris se giró y se marchó con cajas destempladas. Travis echó el cerrojo tras él y colgó el cartel de Cerrado.
–¿Cómo lo sabías? –le preguntó Neen.
–Rico.
Una sola palabra con mucho significado detrás.
–Gracias.
Rico se puso rígido mientras sostenía el auricular del teléfono con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. ¿Chris había estado en la cafetería?
–No dejes que se marche hasta que yo llegue –ordenó a Travis.
Colgó el teléfono, agarró la chaqueta que colgaba del respaldo de su silla y se dirigió a la puerta.
–Rico, ¿adónde vas? –le preguntó Lisle–. ¡Recuerda que tienes una cita con el diputado!
–Discúlpame ante él –contestó Rico saliendo de la oficina.
Travis le abrió la puerta de la cafetería cinco minutos más tarde.
–Te has dado prisa.
–Estaba a punto de salir cuando llamaste.
Neen entró en la sala.
–Travis, ¿sabes dónde…?
Se detuvo de golpe al verlo.
–Rico –lo saludó con una sonrisa temblona–. Qué alegría verte.
–Yo me marcho –dijo Travis–. ¿Estás listo, Joey?
Fue en ese preciso momento cuando Rico vio al pequeño sentado a una mesa en la penumbra. El chiquillo corrió hacia Neen y la abrazó a la altura del estómago.
–Adiós, Neen.
–¡Nos vemos, compi!
Le revolvió el cabello y le dio una bolsa de papel que él sujetó junto a su pecho. Cuando pasó junto a él para abrirle la puerta a los niños y echar el cerrojo, su aroma quedó flotando en el ambiente, una mezcla de arándanos y coco con un toque floral.
Ella se giró hacia él. Se hizo un denso silencio y él tragó saliva.
–¿Va todo bien por aquí? –preguntó señalando a los chicos con la cabeza.
–Joey viene a veces después del colegio a esperar a Travis. Es un niño adorable.
–No has contestado a mi pregunta.
Neen agarró un trapo y se puso a fregar el mostrador vigorosamente.
¿Ahora qué?, pensó Rico. ¿Tendría que ponerse a investigar el caso de Travis y Joey?
La mano de Neen en su brazo lo sacó de su ensimismamiento
–Rico, ¿sabes que Travis cumplirá pronto los dieciocho años?
–¿Y?
–Creo que lo tiene todo bajo control.
Él esperaba que fuera verdad, aunque no acabara de creérselo.
–¿Cuánto tiempo tardarías en examinar la situación de los chicos, decidir si es necesario intervenir y rellenar los papeles necesarios antes de enviarlos al departamento correspondiente?
No