Dice: no quiero detenerme más en la muerte de Beatriz por tres razones. Primero, porque no tiene que ver con el objeto de este texto (que, añado yo, quiere hablar de la vida, de la vida de Beatriz y de la que ella hace florecer a su alrededor). Segundo, porque si tuviera que ver, seguramente no sería capaz de hablar de ello como se debe (es verdad que no se puede hablar de un evento tan importante de la forma habitual, merece otra cosa; aparece aquí el tema que, como veremos, concluirá la Vida Nueva: para alabar de forma adecuada a Beatriz hace falta una obra excepcional, que vaya más allá de lo que se ha hecho jamás). Tercero, porque incluso si intentara hablar de ello, podría parecer que quiero elogiarme a mí mismo y esto no está bien (también veremos en la lectura de la Comedia que Dante cuidará siempre de mostrar su pecado, su límite, su inadecuación y que, si ha podido hacer todo lo que ha hecho, el mérito es suyo, se lo debe todo a ella).
Antes de continuar, Dante decide abordar la cuestión del número nueve.
Con todo, como el número nueve ha aparecido muchas veces en cuanto hasta aquí se ha dicho, lo que no se ha hecho sin razón, y en su partida parece que ha tenido mucha parte tal número, conviene decir algo por tanto, pues que parecer hacer al caso. Por lo cual diré la parte que tomó en su partida y luego señalaré alguna razón de por qué le fue tan amigo este número.
Digo pues que, según la usanza de Arabia, su alma nobilísima se partió en la primera hora del noveno día del mes; y, según la usanza de Siria, ella se partió en el noveno mes del año, porque allí el primer mes es thisirin primero, que para nosotros es octubre; y según nuestra usanza, se partió en el año de nuestra indicción, esto es, de los años del Señor, en que el número perfecto habíase cumplido nueve veces en la centena en que ella vivió en este mundo, y ella perteneció a los cristianos en el decimotercero centenario. […] Pero, pensando con más sutileza y según la infalible verdad, el tal número fue ella misma. Hablando por similitud, lo entiendo así: el número tres es raíz de nueve, porque, sin ningún otro número, por sí mismo hace nueve, pues que claramente vemos que tres por tres son nueve. Por tanto, si el tres es por sí mismo factor del nueve, y el factor de todo milagro por sí mismo es tres, es decir, Padre, Hijo y Espíritu Santo, los cuales son tres y uno, esta dama vivió acompañada del número nueve para dar a entender que ella era un nueve, esto es, un milagro, cuya raíz, es decir, la del milagro es solamente la admirable Trinidad. Tal vez una persona más sutil vería en ello alguna razón más sutil aún; más esta es la que yo veo y la que más me place.27
Alguien con más agudeza podría encontrar mejores razones para esta coincidencia, escribe, pero a mí me basta esta: la raíz del nueve es tres, tres es la Santísima Trinidad, nueve es el número de mi Beatriz, por lo que ella es el milagro que mi vida esperaba. Esto explica el retorno de este número a lo largo de toda su trama amorosa.
Aprovecho para aclarar una cosa. Este simbolismo ha hecho que muchos críticos piensen que Dante sencillamente se ha inventado una bonita historia para jactarse de sus conocimientos numerológicos. Yo objeto: antes de nada, ¿quién puede negar que las cosas fueron así de verdad?, ¿que de verdad el primer encuentro tuviera lugar cuando los dos tenían nueve años y el segundo con dieciocho, a esa hora, y la muerte del noveno día del noveno mes, etc.? Pero demos por buena la hipótesis de que Dante jugó un poco con los números, que ajustó las fechas para que cuadraran con la simbología del tiempo, ¿es una razón válida para decir que se lo ha inventado todo? Evidentemente no. La Vida Nueva cuenta la historia de amor real de un hombre y una mujer reales. Que luego sea una historia tan distinta de los cánones a los que estamos acostumbrados quiere decir que tenemos que ampliar nuestros cánones, no que no sea cierta. «Hay más cosas en el Cielo y en la Tierra de las que pueda soñar tu filosofía»,28 diría Shakespeare…
Luego Dante continúa con el dolor de la ciudad viuda: «Después que se partió de este siglo quedó toda la ciudad mencionada como viuda, despojada de toda dignidad».29 ¿ Por qué debe sentirse toda la ciudad como viuda? Pensaréis: «A ver, muere mucha gente allí. Se sentirán como viudos los que la conocieron, los que la vieron…». Pero no, es una percepción que va más allá, que es más profunda y poderosa. Porque, si Dante, que vive en esa ciudad, en esa bendita Florencia, está como viudo de lo que le da significado, para él la ciudad entera queda viuda.
Por otro lado, en mi opinión, esto sucede siempre, porque cada uno de nosotros está ligado de alguna manera a todo el universo, y el bien que te sucede es para todos, y el mal que te cometes repercute sobre todos. Una vez, Pablo VI dijo que «por designio arcano de la divina providencia» el mal que hago se vierte sobre el mundo entero, y así también se vierte sobre el mundo entero el bien que hago. Por lo que tú nunca lo sabrás, pero una obra buena, un acto de caridad que puede parecerte poca cosa, que no sirve de mucho, sin embargo, repercute sobre todos los demás. Como me dijo un sacerdote santo una vez: «¿Cómo sabes tú si por ese bien que vives hoy —por ese sacrificio que haces, por el ofrecimiento de esta hora, de este esfuerzo, de este dolor, de esta tristeza— no saca provecho una viuda en China que jamás conocerás?». O incluso, como escribía un disidente ruso, Mikhail Nazarov: «Si Rusia es lo que es, es porque yo soy lo que soy».30 El mal que cometes repercute en todo, así como el bien que haces puede llegar a cualquier parte.
Después, Dante se dirige a un grupo de peregrinos que ve pasar por la calle camino de Roma y hace esta reflexión.
Después de esta tribulación ocurrió en aquel tiempo en que mucha gente va a ver la bendita imagen que Jesucristo nos dejó como ejemplo de su hermosísimo rostro, el cual contempla mi dama gloriosamente, que unos peregrinos pasaban por cierta calle que está casi en el centro de la ciudad donde nació, vivió y murió la gentilísima señora. Los cuales peregrinos iban, a lo que me pareció, muy pensativos; de aquí que yo, pensando en ellos, dijera entre mí: «Estos peregrinos me parecen venir de muy lejos, y no creo que hayan oído hablar de mi señora ni sepan nada de ella; antes bien, sus pensamientos están en otras cosas, pues tal vez piensan en sus amigos lejanos, que nosotros no conocemos». Luego proseguía: «Yo sé que, si fuesen de un lugar cercano, parecerían, en algún aspecto, turbados al pasar por medio de la dolorosa ciudad».31
Si fueran conscientes de lo que pasa aquí, también ellos participarían de mi dolor y del dolor del mundo. ¡Puede que haya que decírselo! Cuántas veces me viene a la mente este fragmento cuando voy por la calle. Cuando vas por la calle o en tren, te conviertes en compañero de viaje, aunque sea momentáneo u ocasional, de muchísimas personas; y sin rastro de presunción te viene el pensamiento: «¿En qué piensan? ¿Qué saben de mi dolor? ¿Qué saben de lo huérfana que se ha quedado esta ciudad?». ¿Qué sabe la gente del sacrificio de Cristo y de su presencia y de su ser rechazado, descartado, olvidado otra vez? ¡Qué bonito sería que todos supieran!
Luego proseguía: «Si yo los pudiera detener un momento, los haría llorar antes de que saliesen de esta ciudad, porque les hablaría con palabras que harían llorar a quien las oyese». De aquí que después que se hubieran alejado de mi vista, me propuse escribir un soneto, […] que comienza: ¡Oh peregrinos que pensando vais!
¡Oh peregrinos!, que pensando vais / tal vez en cosas que están presentes. / ¿Es que venís de tan lejana tierra / como mostráis en vuestro aspecto, / pues no se os ve llorar cuando pasáis /por medio de la doliente ciudad / como personas que no se diesen cuenta / de la gravedad de sus actos? / Si os detuvierais a escuchar, / el corazón con suspiros me dice / que os veríamos marchar llorando. / La ciudad ha perdido a su beatriz, / y las palabras que de ella pueden decirse / atesoran la virtud de hacer llorar a quien las oye.32
Florencia «ha perdido a su beatriz».33 Sí, beatriz escrito así, con minúscula, para que el significado sea más explícito; ha perdido la fuente de su alegría, de su dicha y felicidad. Si os pararais a escuchar esta noticia, también vosotros lloraríais. Es como si dijera: «Oh, hombres [porque todos los hombres son peregrinos en esta tierra], escuchadme, os puedo decir por qué estáis vagando desesperadamente por esta tierra, porque habéis perdido la fuente de la alegría, es decir, la relación con el Misterio, con la fuente del ser, con el Amor que da significado