Está uniendo la muerte y su derrota, está uniendo la muerte de ella y la Resurrección. Está mirando la muerte de Beatriz, como cristiano, con dolor y llanto, con terror incluso, pero vislumbrando la última victoria, la última palabra, la victoria de un bien.
Y así, parecíame que iba a ver el cuerpo en que estuvo aquella dama noble y bienaventurada; y tan fuerte fue la engañosa divagación, que me mostró a mi señora muerta; y me parecía que unas damas la tapaban, esto es, le tapaban la cabeza con un velo blanco; y parecíame que su rostro mostraba tal aspecto de humildad, que parecía como si dijese: «Estoy viendo el principio de toda paz». En esta imaginación, tanta humildad me sobrevino al verla a ella, que llamaba a la Muerte diciendo: «¡Dulcísima Muerte, ven a mí y no seas villana, que tú debes de ser noble según el lugar donde has estado! Ven, pues, a mí, que mucho te deseo, pues ya ves que tengo tu color». Y una vez que había visto cumplidas todas las dolorosas ceremonias que se acostumbraban con los cuerpos de los muertos, me pareció como si volviese a mi aposento y, una vez allí, mirase hacia el cielo; y tan fuerte era mi visión, que, llorando, comencé a decir con verdadera voz: «¡Ay, mi alma bellísima; cuán bienaventurado es el que te ve!».21
Así que, en su visión, Dante va hacia ella, ve su rostro cubierto por un velo blanco, y escribe: «Tanta humildad me sobrevino al verla a ella, que llamaba a la Muerte». Ante el cadáver, le invade un sentimiento de humildad. La palabra «humildad» viene de humus, «tierra». «Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás», dice la antigua fórmula del rito de imposición de la ceniza al comienzo de la Cuaresma. Ser humildes quiere decir acordarse de que venimos de la tierra y a la tierra volveremos, que por nosotros mismos no somos nada. Si somos, si existimos, es solo por obra de Otro que nos ha creado y nos mantiene en el ser.
Sin embargo, no es fácil contar con este dato; y, de hecho, a Dante le invade este sentimiento de humildad solo por el hecho de que ella, muerta, «mostraba humildad tan verdadera, que decir parecía: —Estoy en paz—».22 Es como si ella, con su rostro sin vida, dijese: «Estate tranquilo, ya he llegado, estoy en casa, estoy ahí donde siempre he deseado estar». Entonces Dante a su vez desea lo mismo y el pasaje se cierra con esta invocación estupenda: «¡Beato, oh alma bella, quien te ve!».
En mi opinión, Dante aquí ha puesto esa semilla de la que germinará todo el árbol de la Comedia. Porque en estas palabras, en este sueño, germina la esperanza de recorrer todo el camino hasta la meta. ¿Para llegar a ver el qué? Me sale responder con el catecismo: ¡para ir al paraíso, para ir a ver a Dios! Pero Dante no respondería así. Es como si Dante nos dijera: «Si existe un paraíso, este debe contar con mi Beatriz espléndida de gloria, con toda su belleza, con toda su verdad. Si existe un paraíso y si deseo alcanzarlo, es para verla revestida de la gloria de Dios, es decir, para verla a ella en toda su verdad; y al fin poder mirarla con los mismos ojos de Aquel que la ha creado, de Aquel que me la ha dado».
Después vuelve a tejer las alabanzas de Beatriz, vuelve de forma más consciente a los temas de la humildad y el milagro, y compone el soneto posiblemente más famoso de toda la Vida Nueva, «Se muestra tan gentil». Leamos también cómo lo presenta.
Esta nobilísima señora de quien se ha tratado en las precedentes palabras llegó a gozar de tanto favor de las gentes, que cuando pasaba por la calle corrían a verla, y esto dábame dulcísimo placer. Y cuando a alguien se acercaba, tanta honestidad entraba en el corazón de este, que no se atrevía ni aun a levantar los ojos ni responder a su saludo, lo cual muchos que lo han experimentado podrían atestiguarlo ante quien no lo creyese. Coronada y vestida la humildad, seguía andando, sin que la envaneciera cuando veía y oía. Muchos decían después que había pasado: «Esta no es mujer; antes bien, es uno de los más hermosos ángeles del cielo». Y otros decían: «Es una maravilla; y bendito sea el Señor, que obras tan admirables hace». Digo, pues, que se mostraba tan noble y llena de todas las gracias, que cuantos la miraban sentían dentro de sí una dulzura tan honesta y suave, que no sabían significarla, como tampoco había nadie de cuantos la miraban que al punto no se viese obligado a suspirar. Estas cosas y otras más admirables procedían de su virtud; de aquí que yo, pensando en ello y queriendo recobrar el estilo de su alabanza, me propuse decir unas palabras con las cuales dar a entender sus admirables y excelentes obras, a fin de que no solo quienes las puedan ver sensiblemente, sino los demás, sepan de ella cuanto puedan dar a entender las palabras. Entonces dije el soneto que comienza: Se muestra tan gentil.
Se muestra tan gentil y recatada / mi señora cuando saluda a alguien, / que toda lengua, temblando, queda muda / y los ojos no se atreven a mirar. / Ella se va oyéndose alabada, / benignamente vestida de humildad; / y así parece ser cosa venida / del cielo a la tierra milagrosamente. / Se muestra tan cortés con quien la mira, / que por ojos da al alma una dulzura / que no puede entender quien no la prueba: / y parece que de sus labios sale / un espíritu suave lleno de Amor / que al alma va diciéndole: Suspira.23
«Es uno de los más hermosos ángeles del cielo», decía la gente. Pero siempre es así. El problema es cómo miramos, es qué vemos cuando miramos. Porque ¿cuántos ángeles del cielo se cruzan en nuestra vida y nuestro día, pero no los reconocemos? Y son ángeles del cielo, enviados que nos hablan de Dios, es el Misterio que hace todas las cosas que nos sale al encuentro. Por cómo lo viví yo siendo pequeño, el ángel de la guarda es esto, es una mirada buena que te acompaña en la vida. Por eso, veía a mi profesora, a mis padres y al compañero de pupitre como «ángeles» que me guardaban.
Frente a esta presencia extraordinaria, a este milagro —retorna el nexo verbal que hemos apuntado anteriormente entre «admirablemente» y «milagro»—, Dante empieza a sentirse llamado a una tarea : «de aquí que yo, pensando en ello […] me propuse decir unas palabras con las cuales dar a entender sus admirables y excelentes obras, a fin de que no solo quienes las puedan ver sensiblemente, sino los demás, sepan de ella cuanto puedan dar a entender las palabras». Es como decir: no puedo ver algo tan grande, tan bonito y extraordinario, y quedármelo para mí. Tengo una tarea, una responsabilidad, debo decirlo, contárselo a mis hermanos los hombres, porque puede que se le escape, que no vean nada, que no lo entiendan. Les sucede lo mismo, se encuentran con una misma persona, están ante la misma realidad, pero no miran y no ven. Dante se siente llamado a asumir la responsabilidad de contarlo para que también los demás puedan ver.
Después, como ya habíamos anticipado, Beatriz muere de verdad. Y entonces sucede algo extraño. Dante describe con todo lujo de detalles la muerte imaginaria, pero, cuando ella muere de verdad, liquida el asunto con pocas palabras.
Quomodo sedet sola civitas plena populo! facta est quasi vidua domina gentium. Aún estaba yo empeñado en escribir esta canción y había concluido la antedicha estancia, cuando el señor de la justicia llamó a la gentilísima a vivir en gloria bajo la enseña de la reina bendita virgen María, cuyo nombre fue siempre reverenciado en las palabras de la bienaventurada Beatriz.24
Vamos a detenernos un momento en la cita bíblica con la que abre la narración: «¡Cuán sola está la ciudad un día lleno de gente! Se ha hecho viuda la que era señora de naciones». Son las palabras del profeta Jeremías al principio de su lamentación sobre Jerusalén.25 Está claro que Dante no establece esta comparación al azar. Para él la historia de su encuentro con Beatriz y la historia de la revelación bíblica —es decir, de la presencia del Misterio de Dios en la vida ordinaria de los hombres— se compenetran, se identifican. O mejor aún, aquí intuye que de alguna manera se identifican, pero que tiene que aprender qué quiere decir esto realmente. Y lo aprenderá en el viaje de la Comedia.
Por tanto, da la noticia de la muerte de Beatriz a secas: Dios la ha llamado a «vivir en gloria», a participar de Su gloria junto a la Virgen María, a la que Beatriz era tan devota y de quien a menudo tuvo ocasión de hablar. Justo después, Dante explica la razón por la que es tan conciso al respecto.
Y aunque tal vez agradaría ahora que yo dijese algo de su partida de entre nosotros, no es mi intención hablar de ello aquí por tres razones: es la primera que