Hasta ahora era lógico hablar de la innovación social en términos quizá simples porque nos ha servido para poner de relieve la existencia de una transformación impulsada por esa innovación cuando, durante todo un siglo, el único motor de cambio digno de consideración ha sido el factor técnico (o mejor dicho, el factor tecno-científico). Pero esa visión unilateral ha dejado de tener sentido: las pruebas que tenemos ante nosotros muestran que la innovación en el sistema socio-técnico no viene solo desde el lado tecnológico, sino que lo hace por un impulso social y cultural de gran envergadura. Sin embargo, una vez dicho esto (y una vez justificada, la simplificación que lleva a diferenciar la tecnología de la innovación social), debemos dibujar de inmediato una imagen más compleja: por razones que veremos más adelante, en un área creciente de la innovación es muy difícil, si no imposible, hacer tal separación.
El asunto es el siguiente: cuanto más penetran los sistemas técnicos en la sociedad (es decir, cuanto mayor alcance tengan y más difusa sea la interconexión entre la tecnología y la sociedad), más rápido y más intenso será su impacto en los sistemas sociales en los que operan. Además (y esto es lo que más nos interesa), cuanta más gente quede expuesta a estas tecnologías, mayor será la oportunidad y la capacidad de absorberlas y saber utilizarlas o modificarlas para propósitos que ni los técnicos que inventaron y desarrollaron esos sistemas habrían soñado jamás. Así ha ocurrido con las tecnologías de la información y de la comunicación que, al sufrir una rápida penetración en la sociedad, han sido “normalizadas” de inmediato y en pocos años han pasado a ser, para muchas personas, la plataforma organizativa de su propia vida. Además, mucha gente ha sido capaz de adaptarlas a sus necesidades o ha llegado a inventar usos nuevos e inesperados. Esto se ha hecho tan evidente que hay gran cantidad de productos que se ofrecen ahora al público en una versión todavía incompleta (una “versión beta”) con el fin de recoger las mejoras o las ampliaciones que sugieren los propios usuarios (que se convierten de esta manera en codiseñadores).
De ello se desprende que es cada vez más difícil mantener esa simplificación que nos llevó a distinguir entre innovación técnica y social. En un ámbito cada vez más gobernado por las innovaciones socio-técnicas, la discusión sobre cuál de los dos aspectos (el técnico o el social) dio el primer paso, tiende a parecerse al debate absurdo entre qué fue primero, si la gallina o el huevo.
Sistemas distribuidos y resilientes
Al mismo tiempo que la confluencia de la innovación social con la innovación tecnológica puede ofrecer nuevos modos de resolver problemas concretos, dicha convergencia puede transformar la infraestructura y los sistemas de producción y consumo.
En las últimas décadas, ha surgido, y en algunos casos se ha extendido, una nueva generación de sistemas socio-técnicos a los que en su conjunto podemos referirnos como sistemas distribuidos, que se encuentran divididos en partes separadas aunque conectadas, relativamente autónomas y mutuamente vinculadas dentro de redes más amplias. Chris Ryan, uno de los principales entendidos en esta materia, los define de la siguiente forma: “El modelo distribuido contempla las infraestructuras y los sistemas esenciales de abastecimiento (es decir, el agua, los alimentos y la energía, etc.) situados cerca de los recursos y de los sitios que los demandan. Los sistemas individuales pueden funcionar como unidades separadas y flexibles, pero también como si formaran parte de redes de intercambio incluso mayores (a nivel local, regional o global). En cambio, los servicios que hasta ahora prestaban los grandes sistemas centralizados lo hacían por medio de la capacidad colectiva de varios sistemas más pequeños. Cada uno está adaptado a las necesidades y oportunidades de un sitio concreto, pero con capacidad para transferir recursos a un área más amplia”. (18) Por lo tanto, al permitir este nuevo tipo de relación entre la pequeña y la gran escala, y, por ende, entre lo local y lo global, los sistemas distribuidos desafían la tendencia dominante que era habitual en los modelos de producción y en la infraestructura tecnológica que los caracterizaba. El reconocimiento del potencial de estos sistemas crece gracias a su eficacia tecnológica y al entusiasmo de un número creciente de personas, lo que los hace coherentes con la innovación social que estamos tratando aquí.
Los sistemas distribuidos se apoyan, sin duda, en la innovación tecnológica. Sin embargo, su naturaleza emerge de procesos más complejos e innovadores en los que el aspecto tecnológico no puede verse como algo separado de la dimensión social; mientras que los sistemas centralizados, al menos en principio, podían desarrollarse sin tener en cuenta el tejido social en el que se implantan, tal cosa es imposible cuando la solución tecnológica en cuestión es un sistema distribuido. De hecho, cuanto más disperso es un sistema en red más grande es su interconexión, más conectado está con la sociedad y más consideración merece el aspecto social de la innovación. En otras palabras, en relación a lo que estamos discutiendo, podemos afirmar que ningún sistema distribuido puede implantarse sin la innovación social: las soluciones distribuidas (como la producción a pequeña escala y el uso de recursos renovables, las redes alimentarias localizadas o las microfábricas) solo pueden funcionar si los grupos dedicados a ello deciden adoptarlas y comprometerse en su ejecución. (19)
Si prestamos la debida atención a la forma en que han aparecido y se han propagado estos sistemas distribuidos, veremos que tal cosa ha sucedido en diferentes momentos y por diferentes razones, en distintas oleadas de innovación que convergen de forma gradual.
La primera de ellas, que se convirtió en el soporte técnico para las demás, tuvo lugar cuando los sistemas de información pasaron de su antigua arquitectura jerárquica a otra nueva articulada en red (inteligencia distribuida), lo que trajo consigo cambios radicales en las organizaciones socio-técnicas que la hacían viable. El resultado fue que, conforme estas nuevas formas distribuidas de conocimiento y toma de decisiones se volvieron más comunes, los modelos rígidos y verticales que eran dominantes en la sociedad industrializada comenzaron a diluirse en otros que podríamos denominar fluidos y horizontales. (20) El éxito de esta innovación ha sido tal que hoy en día la arquitectura en red se considera un estado “cuasi-natural” (aunque, como hemos visto, esto no ha sido siempre así: antes de que existieran los ordenadores portátiles e Internet, los sistemas de información se basaban en grandes computadoras centralizadas y, en consecuencia, en una arquitectura jerárquica).
Infraestructura distribuida
La segunda ola de la innovación tiene que ver con los sistemas de energía y afectará al abastecimiento de agua. En lo que se refiere a este sector, la convergencia de las innovaciones lo ha colocado ante una nueva perspectiva: centrales pequeñas, altamente eficientes, sistemas de energía renovable y redes “inteligentes” que los conectan, que han permitido avanzar hacia soluciones no centralizadas (como la generación de energía eléctrica distribuida). Estas soluciones han llegado a desafiar a los sistemas todavía dominantes con sus grandes centrales eléctricas (“estúpidas”, frágiles) y sus redes jerárquicas. Por otra parte, estas alternativas se han convertido en un importante campo de inversión y competencia en esa fuerte tendencia que es la “tecnología verde”. Es razonable pensar que las tecnologías de este tipo tendrán un fuerte impacto y que, finalmente, el sistema energético al completo evolucionará de una manera similar a como lo han hecho los sistemas de información, que han pasado de una arquitectura jerárquica a otra distribuida. (21)
Es más que probable que los sistemas de suministro de agua sigan una trayectoria parecida. De hecho, el cambio climático y el aumento de la demanda de recursos hídricos reclaman un nuevo enfoque en su planificación y gestión. También en este caso, lo que ocurre es un cambio desde sistemas centralizados (que recogen y almacenan el agua de ríos y afluentes para que los usuarios finales la empleen en todo tipo de usos) hacia otros sistemas distribuidos. En estos últimos, el agua dulce quedaría restringida para consumo de alta calidad (como agua potable y otros parecidos), mientras que el resto de necesidades serían satisfechas con el agua recogida a nivel local: agua de lluvia y aguas residuales convenientemente tratadas. Este nuevo sistema para la distribución de los recursos hídricos requiere una planificación específica (denominada diseño urbano con una cuidada gestión del agua) (22) y nuevas actitudes y comportamientos por parte de los ciudadanos.