Pero, en mi opinión, este caso es también mucho más: es un ejemplo de que son posibles otra forma de producción y otro modelo económico. Su método, que parte de la idea de crear vínculos directos entre la producción (en este caso, la agricultura) y el consumo, implica la presencia de alguien conectado a escala local, pero abierto al flujo global de personas e ideas (que convierte esta iniciativa en un sistema distribuido de producción). (3) Este modelo opera en el marco de una nueva economía social que permite la coexistencia de diferentes economías y en el que “todos salen ganando”, (4) tanto la gente de la ciudad que dió el primer paso (y que ahora tiene la comida sana y con garantías que quería) como los agricultores involucrados en el proyecto.
Ainonghui es un excelente ejemplo del creciente número de iniciativas internacionales en el campo de los productos frescos, sanos y orgánicos y de sus vínculos con la agricultura, que van desde los mercados de los agricultores a las cooperativas de alimentos, a los alimentos de kilómetro cero y a la agricultura apoyada por la comunidad. Como ya hemos observado en relación a Ainonghui, lo que proponen todas estas experiencias no es solo una nueva forma de alimentación, sino otra manera de producir, otra relación entre la producción y el consumo, y, en definitiva, entre las ciudades y el campo que las rodea.
Cuando indagamos en busca de iniciativas parecidas, nos encontramos con una gran diversidad de casos interesantes: grupos de familias que deciden compartir algunos servicios para reducir los costes económicos y ambientales, pero también para crear nuevas formas de vecindad (como la covivienda y otras alternativas para compartir y ayudarse mututamente dentro de un bloque de viviendas o de un barrio); nuevas formas de interacción y trueque (desde simples iniciativas de intercambio hasta bancos de tiempo o la creación de una moneda local); servicios en los que los jóvenes y los ancianos se ayudan unos a otros y con los que promueven una nueva idea de bienestar (servicios sociales participativos); jardines vecinales creados y gestionados por los ciudadanos que mejoran la calidad de la ciudad y del tejido social (jardines de guerrilla, huertos comunitarios, tejados verdes); sistemas de movilidad alternativos a los coches particulares (coche compartido, redescubrir las posibilidades que ofrecen las bicicletas); nuevos modelos de producción con recursos y comunidades locales comprometidas (empresas sociales); o comercio justo y directo entre productores y consumidores (iniciativas de comercio justo).
La primera y más evidente característica de estas propuestas es que emergen de la recombinación creativa de los activos ya existentes (desde el capital social al patrimonio histórico, desde la artesanía tradicional a la tecnología avanzada y accesible) y cuyo objetivo consiste en alcanzar metas socialmente reconocidas pero de una manera completamente nueva. Este rasgo común también proporciona una primera definición de lo que es la innovación social y de por qué ha surgido.
Ideas que sirven para cumplir objetivos sociales (5)
“Definimos las innovaciones sociales como ideas (nuevos productos, servicios y modelos) que satisfacen las necesidades sociales y crean nuevas relaciones o formas de colaboración. En otras palabras, se trata de innovaciones que mejoran la capacidad de la sociedad para su funcionamiento”. (6) A partir de esta definición, damos por sentado que, en la actualidad y por diversas razones, se ha generalizado la práctica de la innovación social, que ha existido siempre, y ha asumido características sin precedentes: por un lado, las tecnologías de la información y la comunicación se han extendido del mismo modo que las prácticas sociales que las hacen posibles; por otro, un número creciente de personas en diferentes contextos, por diversas razones, han sentido la necesidad de reinventar sus vidas. Este es el quid de la cuestión: en muchos países occidentales (tradicionalmente ricos) la actual crisis económica ha forzado a un número creciente de personas a aprender a vivir, y si es posible, a vivir mejor, al tiempo que reducen su consumo y redefinen sus ideas sobre el bienestar (y el trabajo). De forma simultánea, la mayoría de la gente en las economías de rápido crecimiento se ve empujada a cambiar velozmente sus contextos socioeconómicos tradicionales por otros nuevos, a los que nos referiremos como contextos “modernos”: (7) todos ellos se sienten obligados a redefinir radicalmente la forma en que viven y sus ideas de bienestar.
En esta situación, millones de personas se ven forzadas por la pobreza, las guerras y los desastres ambientales a dejar sus aldeas y partir a las ciudades (aunque sería más correcto decir que tienen que dejar sus pueblos por suburbios, chabolas o favelas según cada zona) y a dejar su país de origen por otros (donde esperan encontrar una vida mejor y más segura). Todas estas dificultades representan desafíos para la sociedad en su conjunto y para las instituciones y organismos políticos, a cualquier escala, ya sea local o global. Cada una de ellas supone un inmenso problema social cuya solución no puede hallarse en los modelos económicos tradicionales ni en las iniciativas planteadas desde arriba (a pesar de que se necesitan de manera urgente). Las ONGs y otras asociaciones de la sociedad civil deben cumplir su papel, y lo que es más importante, los individuos, las familias y las comunidades tienen que participar de forma activa y cooperativa en estos procesos. Es ahí donde la innovación social puede ser útil. Por supuesto, la forma en que esto suceda es una incógnita, pero no hay duda de que, en todas partes y cada día más, millones de personas se ven obligadas a cambiar algo en su forma de vivir (y más que eso, en su forma de pensar y en su idea de bienestar). En tal contexto, la innovación social interviene como un potente y poderoso agente transformador en todo el sistema socio-técnico.
Soluciones a problemas insolubles
En los últimos años, la innovación social ha pasado de ser algo secundario a colocarse en el núcleo de la agenda política de muchos gobiernos y, de forma general, ha centrado los debates públicos. (8) Ello nos lleva a preguntarnos por qué ha sucedido así, del modo en que lo ha hecho.
Quizá, la primera respuesta a esta pregunta sea muy simple: la innovación social contribuye a la solución de problemas que hasta entonces parecían muy difíciles o, incluso, inabordables. “La razón principal”, escriben Murray, Caulier-Grice y Mulgan, “es que las estructuras y las políticas hasta ahora existentes eran incapaces de atajar algunos de los problemas más acuciantes de nuestro tiempo”. (9) Se refieren a asuntos tales como las epidemias provocadas por enfermedades crónicas, la creciente desigualdad, las sociedades envejecidas o los problemas de cohesión social en las sociedades multiculturales. Mulgan y sus colegas se refieren a ellos como problemas sociales inabordables, problemas para los que “las herramientas clásicas de las políticas estatales, por un lado, y las soluciones del mercado, por otro, se han mostrado claramente insuficientes”. (10) Sin embargo, la innovación social adquiere su verdadera relevancia al afrontar estas dificultades porque, como era de prever, señala maneras viables de afrontarlas con soluciones que rompen con los modelos económicos tradicionales y proponen otros nuevos, con las diversas motivaciones y expectativas de los actores implicados.
Estos nuevos y complejos modelos de organización desafían las tendencias tradicionales y van mucho más allá de las dicotomías convencionales entre lo público y lo privado, entre lo local y lo global, entre el consumidor y el productor o entre la necesidad y el deseo. Las soluciones que proponen son modelos que difuminan esas polaridades. Son, a un tiempo, locales (porque están enraizadas en un sitio) y globales (porque están conectadas internacionalmente con otros modelos similares), de forma que los papeles de productor y usuario tienden a solaparse (porque se