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ha sido, era de constitución demasiado fuerte, demasiado madura, siempre jugaba con lo que le apetecía y se vestía con lo que le apetecía y se comportaba como le parecía, no entendía ni entiende ahora a quienes no lo hacen así, no era nada complicado, era la gente quien lo hacía complicado.

      Ilmur no habría dejado de hablar del monstruo con Lotta, ella no tomaba decisiones por su cuenta por vergüenza ante los demás, pero prefería callar, se preocupaba de que no se le viera mucho en la ducha después de clase de natación en la escuela primaria, no se ponía pantalones demasiado ceñidos como para que se notara el gusarapo y no hacía alardes. No sabía por qué era así, y solo quería guardárselo para ella. Era asunto suyo.

      Pero lo dicho. No vamos a correr, no tenemos ninguna prisa, la historia va saliendo a la luz poco a poco, escribe elle bostezando, aunque aún quede la eternidad de la noche.

       Hans Blær Viggósbur

      Samastaður. ¿Basta con que haya paredes, o además hay que descubrir lo que se puede hacer con esas paredes? ¿Acumular energías, lograr seguridad y crearse el objetivo de enfrentarse al mundo de paredes afuera para que rijan en él las mismas leyes que de paredes adentro? ¿Aprender a navegar entre Escila y Caribdis, aprender a sujetarse para mantenerse a flote, para vivir la vida libre de cinturones de seguridad, safe-spaces, wingwalkers, transmisores de emergencia y otros recordatorios de la muerte?

      La muerte no es algo que haya que temer. El sufrimiento no es algo que haya que temer. No hay que temer nada, excepto la cobardía y las palabras de los lacayos exigiendo seguridad sin fisuras. Los conflictos son instructivos. La violencia es una parte de la vida de la que nadie querrá carecer cuando llegue el momento decisivo, excepto quizá quienes nacen bajo un ala protectora, universitarios mimados que se fijan un microscopio en la jeta para analizar hasta los más mínimos defectos del mundo, porque creen que la vida no tiene categoría. Y claro que no tiene categoría. La vida de esa gente carece de cualquier conflicto auténtico, así que tienen que crearlos. Buaa las tipas que están de permiso maternal no reciben suficiente subvención. Buaa a los niños de las plantas de neonatos les dan pañales rosas y azules GRATIS. Buaa las chicas que van solas por ahí de noche tienen miedo de que venga el perverso hombretón blanco y les enseñe la polla. Bua y más buaaa. Es muy difícil existir, es un milagro que esa gente no se asfixie simplemente al intentar aspirar oxígeno.

      Nadie quiere reconocerlo, pero todos sabemos que la mayoría de nosotros no estamos dispuestos a aceptar oposición de ninguna clase. Somos blandos. Somos perezosos. Cedemos ante la menor presión. Nos escondemos en cuanto alguien enseña los dientes. Muy pocos de nosotros somos capaces de mantener en serio un diálogo con el mundo, de pelear. Seguramente nuestras aptitudes físicas, cada vez peores, tienen mucho que ver con eso. En el fondo somos como otros animales, pero nuestras condiciones de vida hacen que tengamos músculos fláccidos y huesos quebradizos, somos rígidos y lentos. Y entonces nuestro cerebro nos dice que hagamos lo único que le parece razonable: buscar escondites y gemir suplicando ayuda a quienes no son igual de rígidos, miserables y quebradizos. ¡Ay, en mi casa hay tanto moho que no puedo respirar! Como si las condiciones hubieran sido mejores en las viejas granjas de turba. ¡Ay, me resulta muy difícil contraer compromisos porque mi papá no me mostró suficiente afecto! ¡Buaaa! ¡Todas las noches me duermo llorando porque una vez en el colegio me metieron mano una noche de vídeos y no conseguí decir no! ¡Es que no pude! ¡Me bloqueé!

      Hace 22 h y 33 m. 442 likes. 303 comentarios.

      HANS BLÆR

      Me duermo sole y me despierto sole, escribe elle, se levanta y vuelve a sentarse, completamente despierte, aunque ya ha empezado a anochecer. Dormir sole no es una norma. Elle no vive la vida según las normas. Es una preferencia. La eligió elle. A decir verdad, le da igual si duerme abrazade a alguien o no. Probablemente sea toda una «experiencia» para la persona en cuestión y a elle no le hace ningún daño. Pero está totalmente determinade a despertar sole. Eso es innegociable. Elle no tiene sueños románticos sobre una persona amada que se levanta y prepara café, va a la panadería a por cruasanes recién hechos y a llevarle el desayuno a la cama, o que le despierta haciéndole sexo oral. A elle no le interesa, beber y comer en la cama es pura desidia, y la sexualidad puede ser más emocionante que eso. Cuando ya no puedes entrar en los genitales de otra persona como en una juguetería —como ha sido durante un tiempo—, enseguida pasa a ser tan emocionante como cualquier mierda producida en serie. Vibradores recubiertos de piel para meter por pliegues carnosos con agujeros. Elle busca algo más auténtico. Elle no practica el sexo sino para desgarrar elle misme la carne viviente. Y nadie empieza el día haciendo eso.

      Si quieres despertar sole, lo más práctico es dormirte sole. Nunca hay que confiar en que podrás echar a alguien que se ha quedado dormido. A elle no le engaña su naturaleza, y su naturaleza es la libertad. Pero elle es un hombre práctico —cuando no es una mujer práctica— y prefiere anticiparse a las cosas.

      Despierta con la cabeza despejada, decidide y cansade, y empieza poniéndose cara, una de sus caras. Eso es una norma. No la estableció elle, y no tiene por qué someterse a ella, pero es así, sin discusión. Primero se pone la cara, luego se pone bata y zapatillas, va al descansillo y baja las escaleras. Desde la planta baja se accede a la cocina de Joe & the Juice. Allí compra té rooibos, batido de espinacas y jengibre, y un sándwich de atún y jalapeño. Da propina al empleado —Andreu, Torfi o Sigurjón, en ocasiones algún contratado temporal—. Sabe que en Islandia no se da propina, pero elle no vive la vida según las normas. Elle misme decide lo que quiere y lo que no quiere. A elle no le importa un billete de cien coronas más o menos, aunque tampoco servirá para hacer milagros en la economía doméstica de Andreu, Torfi o Sigurjón, según el caso, pero los pondrá de buen humor. Con el billete de cien coronas está diciendo: vosotros sois especiales. Y también: vosotros me otorgáis un trato especial. Os preocupáis de que esté abierta la puerta trasera y no me importunáis con cháchara innecesaria si estoy recién despertade y no me interesa lo que digáis, pero sois superconscientes de mantener conversación conmigo cuando estoy feliz y parlanchine. Además, a veces, en su honor, hasta apagan la música que inunda el local como una resonante oleada cancerígena.

      Vuelve a subir de puntillas los escalones de madera. Su apartamento consiste en un único espacio, aparte del cuarto de baño. La pared consta de ocho paneles cuadriculados de cuatro metros de altura —disfruta de vistas a la zona portuaria, el monte Esja y el edificio Harpa—. Hay escaleras de roble que conducen al piso superior, a la izquierda, donde duerme, y debajo está el cuarto de baño. A la derecha está la cocina americana y una mesa de comedor, aunque elle come siempre en la esquina izquierda, cerca de la ventana, donde tiene el ordenador de sobremesa sobre una mesita de bar. Todas las paredes están pintadas de negro.

      Después lee las noticias y se informa. Huye del algoritmo prefabricado y busca opiniones más que likes, si hay opción —la belleza de la muchedumbre, donde pueden florecer mil flores—. Le fastidia que un bienintencionado programador de Chicken se filtre para sí mismo alguna verdad aprovechable, algo de lo que pueda escandalizarse el unísono coro de borregos que el algoritmo sitúa más cerca de elle. Fastidio, odio, desprecio, deshonor y vergüenza. Todo el espectro de sentimientos.

      Elle utiliza la misma táctica, ya que no es mejor engañarse a sí misme que dejar que otros lo hagan. Si alguna opinión le parece demasiado ridícula, si apacigua su bondad innata, pasa enseguida a otra.

      Un ejemplo.

      ¿El sistema de cuotas de pesca tenía alguna función que no fuera reprimir la naturaleza humana? ¿No estaba destinado el ser humano a vivir en la tierra y a morir después? ¿Tenía que arrastrarse por el mundo como una mendicante serpiente sin piernas, dejándose arrastrar por la vergüenza luterana en vez de por su natural deseo de las cosas buenas de la vida? ¿O debería alabar el sistema de cuotas como maximización del beneficio, de ese magnífico arte del cálculo de los expertos en administración de empresas que fueron capaces de transformar una simplísima ecuación, unos trazos sobre un papel, en imaginarios peces no pescados en el océano de queso y champán de las orgías de Garðabær? Quizá lo mejor sería