El libro estaba organizado de la siguiente forma: 1) huesos y cartílagos, 2) ligamentos y músculos, 3) venas y arterias, 4) nervios, 5) órganos de la nutrición y la generación, 6) corazón y las “partes” que lo auxilian y 7) sistema nervioso central y órganos de los sentidos. Como podemos apreciar, dos de las siete secciones de la obra estaban dedicadas a la neurociencia; la cuarta, a los nervios; y la séptima, al sistema nervioso central (19).
En este contexto, Vesalio hizo algunos aportes con relación a la anatomía del sistema nervioso. Entre ellos se destaca una excelente descripción de los cuatro ventrículos, opuesta a la existencia ya mencionada de tres. Diferenció claramente la sustancia blanca y la sustancia gris, y dejó muy buenas imágenes de la glándula pineal y de los colículos cuadrigéminos (20). Sin embargo, en relación con el sistema nervioso periférico, la descripción de los nervios no fue tan detallada: siete pares craneanos y el glosofaríngeo, que consideró una rama del neumogástrico o vago (20).
Es importante mencionar que se opuso a la doctrina cavitaria, ya que pudo identificar en muchos animales la existencia de ventrículos en el cerebro, muy parecidos a los que tenemos los seres humanos y, dado que los primeros carecen de un nivel de desarrollo de funciones mentales como las que tenemos los seres humanos, no podían ubicarse allí esas actividades tan especiales (16).
Descartes y el sistema nervioso
El filósofo francés René Descartes (1596-1650) fue considerado el ‘padre del racionalismo’. A diferencia de varios médicos y científicos mencionados en los párrafos anteriores, se trata de un pensador, que nunca llevó a cabo disecciones anatómicas o cirugías, pero que, con un rigor extraordinario, realizó aportes significativos en muchas áreas, incluida la neurociencia. En medio de una época en la que predominaba el concepto ‘mecanicista’ para explicar el funcionamiento de muchos elementos de la naturaleza, por ejemplo, el movimiento de los astros se asimilaba a la más compleja maquinaria de un reloj, así se consideraba que algo similar ocurría con el cuerpo humano (8, 21).
En relación con el sistema nervioso, el autor del Discurso del método compartía con sus predecesores la afirmación de la existencia de los espíritus animales, que se albergaban en los ventrículos cerebrales, y el hecho de que circulaban por el cuerpo por medio de los tubos huecos que eran los nervios, acorde con los principios de la hidráulica. Consideró que estos espíritus se producían en la glándula pineal, ya conocida desde la Antigüedad, y que debe su nombre a su similitud con la piña del árbol de pino. No obstante, erróneamente la ubicó en el interior de uno de los ventrículos, y le atribuyó como una de sus funciones filtrar la sangre proveniente del corazón para, a través de este proceso de tamizaje, dar origen a los espíritus animales (8, 21). Para el filósofo, esa glándula era además la sede del sentido común, de la imaginación, de la memoria y la estructura que daba origen al movimiento corporal (5).
El ventrículo en el cual estaba suspendida la glándula pineal se encontraba comunicado con los nervios y tenía poros que permitían que a través de ellos ingresaran los espíritus que fluirían por medio de ellos, acorde con las leyes de la hidráulica, ocasionando el movimiento de las extremidades y otra serie de actividades de los seres humanos (8). Algo tan importante como el sueño se produciría cuando en el ventrículo hay casi total ausencia de espíritus animales y se hace necesario un período de reposo para que se vuelvan a producir (8).
Un aspecto fundamental de los aportes del sabio francés a la neurociencia es que, probablemente, fue la primera persona en aproximarse al concepto neurofisiológico del reflejo, aunque no lo denominó así (21). De acuerdo con su teoría, cuando las estructuras del cuerpo (por ejemplo, una mano o un pie) se veían expuestas a una condición potencialmente lesiva (una llama, un objeto punzante), el estímulo recibido viajaría a través de los nervios hacia el cerebro, allí pasaría por medio de unos diminutos poros que harían que los espíritus animales salieran de los ventrículos en dirección a la extremidad afectada, ocasionando la retirada de esta para evitar daño (8, 21).
Finalmente, es esencial mencionar que dicho filósofo fue extraordinariamente agudo en términos de señalar la singularidad del lenguaje humano: se refirió a la posibilidad de que máquinas o autómatas pudiesen hablar (se adelantaba en siglos a los robots de hoy en día), o a animales provistos de órganos del lenguaje y que, incluso, pronuncian algunas palabras, como los loros, pero con la gran diferencia de que en el ser humano es la expresión del pensamiento, incluso en sujetos con limitaciones físicas o intelectuales (8).
Fin de la era de los espíritus
La prolongada era de los espíritus animales se inició en Alejandría en el siglo III a. e. c. sobreviviendo la Edad Media, parte del Renacimiento y el inicio de la Edad Moderna, es decir, ¡pervivió por unos dos mil años!
Con el advenimiento del microscopio se hizo posible evaluar los nervios y se empezó a cuestionar si realmente eran tubos vacíos o no. La utilización de dicho instrumento en biología y medicina se debe al holandés Anton van Leeuwenhoek (1632-1723), quien identificó a finales del siglo XVII los espermatozoides, los protozoos y la naturaleza estriada de los músculos esqueléticos, entre otras cosas (22).
El poder apreciar objetos y estructuras que previamente eran desconocidos, o sobre los que se suponía su estructura, pero nunca se había observado, marcó grandes avances. Con la aparición del microscopio compuesto, empleado por primera vez por Robert Hooke (1635-1703) en 1665, se empezó a cuestionar la existencia de los espíritus, dado que, si supuestamente los nervios eran tubos huecos, dichos espacios nunca fueron observados, ni siquiera en los voluminosos nervios ópticos de bueyes. A su vez, si por esos tubos huecos transitaban espíritus animales, al ligar en un animal vivo uno o varios nervios, estos deberían hincharse por la acumulación de los espíritus en su interior y no ocurría. Comenzaba a derrumbarse la teoría que había prevalecido casi dos milenios (6).
El anatomista y zoólogo holandés Jan Swammerdam (1637-1680) llevó a cabo investigaciones muy originales con perros y ranas, especialmente con estas últimas, dejando claro que los nervios, definitivamente, no eran tubos huecos portadores de espíritus animales. Al separar del cuerpo de una rana una de sus extremidades y pellizcarla, se producían contracciones musculares. Era evidente que dichas contracciones no tenían nada que ver con el cerebro y el tránsito de espíritus animales a través de los nervios, pues la extremidad estaba totalmente alejada del encéfalo (8).
Aunque este y otros experimentos efectuados por este científico derrumbaban las teorías precedentes sobre los espíritus animales, no pudo esgrimir argumento