Hipócrates de Cos, ‘padre de la medicina’ (c. 460-377 a. e. c.), consideraba que el cerebro era el órgano que tenía el control del cuerpo. Además, ocurría que un buen número de enfermedades, como, por ejemplo, la epilepsia, se atribuían a ‘caprichos de los dioses’, que hacían que un mortal la padeciese, por lo que se denominaba entonces como un ‘mal sagrado’. Pero el padre de la medicina se opuso radicalmente a tal idea. Una de sus frases más célebres dice: “El hombre debería ser plenamente consciente de que del cerebro, y sólo de él, proceden nuestros sentimientos de alegría, placer, risa, así como la pena, el dolor, la aflicción y las lágrimas. Pensamos con el cerebro y gracias a él podemos ver y oír y somos capaces de establecer la diferencia entre maldad y belleza, malo y bueno, y entre lo que es agradable y es desagradable” (6). Aunque su esfuerzo, como el de sus discípulos y seguidores, fue muy importante, la teoría cardiocéntrica continuó prevaleciendo durante muchos siglos más.
Galeno de Pérgamo (c. 131-200 d. e. c.) fue una prominente figura de la medicina en la época del Imperio romano. Adquirió fama como médico de gladiadores en su ciudad natal y su éxito al frente de tan difícil labor lo llevó a adquirir gran popularidad, convirtiéndose luego en médico de las personalidades más importantes de Pérgamo, y posteriormente decidió instalarse en Roma. Sus habilidades y destrezas lo llevaron a ser médico de la corte de tres emperadores romanos (Marco Aurelio, Cómodo y Séptimo Severo) (14). Fue un inquieto investigador en varios campos de la medicina, entre ellos la anatomía y la fisiología. Vivió en una época en la cual existían limitaciones, desde el punto de vista religioso, que hacían imposible llevar a cabo disecciones en seres humanos, pero, a cambio de ellos las practicó en diferentes animales, entre estos, perros, gatos, cerdos, monos, camellos, lobos, osos, comadrejas, pájaros y peces (6, 8).
El estudio de la anatomía del cerebro era más fácil de hacer en cerebros de bovinos, particularmente bueyes, por su tamaño. Identificó con claridad las meninges, los ventrículos y varios nervios craneales. Adicional a sus disecciones en animales muertos, practicó vivisecciones en muchos animales para identificar el funcionamiento de los órganos del cuerpo, comprobando, entre otras cosas, que el cerebro no es un órgano frío, sino que, en un animal vivo, tiene la misma temperatura que el resto del cuerpo (8).
Prestó especial atención a los nervios que, como fue mencionado previamente, eran considerados tubos huecos por los que circulaban los ‘espíritus animales’ emanados del cerebro para garantizar el movimiento de las partes del cuerpo. Galeno entonces describió con precisión que los nervios estaban divididos en dos sendas, una para los sentidos y otra para las acciones físicas (se refería, en nuestra concepción actual, a los nervios sensitivos y motores) (8).
Dentro de los experimentos que llevó a cabo con diferentes animales, se menciona especialmente el descubrimiento que hizo de la función de un nervio que, cuando era cortado, hacía que el animal dejara de emitir sonidos mientras seguía respirando, los perros dejaban de ladrar, los gatos de maullar o las cabras de balar. Galeno denominó entonces a este nervio como “nervio de la voz” y, posteriormente, se llamó nervio laríngeo recurrente o “nervio de Galeno” (6, 8).
Este médico realizó secciones en diferentes niveles de la médula espinal observando la manera en la que las estructuras ubicadas por debajo del corte dejaban de moverse, así como, al aplicar estímulos sensitivos por debajo de la sección, no observaba respuesta de ningún tipo. Esto lo llevó a pensar que era presumible que la sensibilidad había desaparecido en dichas áreas (6).
A pesar de ser un gran admirador de Aristóteles, se apoyó mayoritariamente en la teoría cerebro-céntrica propuesta por Hipócrates. El cerebro era tibio, y no frío, como señalaba Aristóteles, y en sus abundantes trabajos de disección, pudo comprobar que los nervios, a partir de los diferentes órganos de los sentidos, estaban “conectados” con el cerebro, y no con el corazón, así entonces, al igual que el padre de la medicina, tuvo la certeza de que las funciones mentales se ubicaban en el cerebro y no en el corazón (8, 11).
Durante la Edad Media no se produjeron grandes hitos en relación con el conocimiento del cerebro. Se dejaron de lado las disecciones anatómicas, la doctrina galénica se leía en las facultades de medicina europeas como un dogma: lo que había escrito “el divino Galeno” era incontrovertible y nadie osaba refutarlo (15).
La era de ‘los espíritus’ y la doctrina cavitaria
Los ‘espíritus’
Inicia este relato volviendo a Galeno que, con base en teorías expuestas previamente por médicos alejandrinos, tres siglos antes de nuestra era común, apuntó que los nervios eran tubos huecos por los que circulaban “espíritus animales” producidos en la “sustancia del cerebro”, almacenados en los ventrículos, y en caso de ser necesarios, circulaban por los nervios para asegurar la generación de movimiento o de sensaciones (6, 9). Galeno integró estas viejas teorías a sus conceptos de anatomía y fisiología del cuerpo humano.
Consideraba que los espíritus animales se derivaban de los pneumas vitales, que para el pensamiento griego de ese entonces correspondían a un soplo, hálito, aire o espíritu. A su vez, proviene de ideas surgidas en la antigua Alejandría que planteaban que la vida estaba asociada a un sutil vapor o pneuma directamente vinculado con la respiración (8).
De acuerdo con sus teorías, el aire presente en la naturaleza ingresaba al organismo por la vía respiratoria superior, llegando a los pulmones en donde se transformaba en pneuma vital, este nuevo elemento se mezclaba con la sangre y, a través de las arterias, llegaba a la base del cerebro donde se transformaba en pneuma psíquico o espíritu animal. La extraordinaria transformación se producía, como se mencionó, en la base del cerebro, y se lograba, según Galeno, gracias a la rete mirabile (red milagrosa), que estaba constituida por una compleja malla de vasos sanguíneos dispuesta en varias capas. Una vez realizada la transformación, los espíritus animales quedaban alojados en los ventrículos, y de ahí fluían a través de los nervios (tubos huecos) hacia los órganos para llevar a cabo funciones específicas. Hoy es claro que dicha red no existe y no debemos olvidar que Galeno no practicó disecciones anatómicas en humanos por razones ya expuestas. No obstante, observó la red de vasos sanguíneos mencionados en otras especies y asumió que los humanos también la teníamos (6, 8).
La doctrina cavitaria
Durante este período se consideraba que los seres humanos teníamos en el cerebro tres ventrículos y no cuatro, como sabemos hoy. A su vez, y como variante muy importante a la doctrina galénica, se empezó a considerar que las cavidades ventriculares eran, ni más ni menos, que el asiento del alma. Los grandes jerarcas de la Iglesia católica consideraban que el alma estaba radicada en la cabeza, la parte del cuerpo más cercana al cielo y, por lo tanto, a Dios. Sin embargo, la sustancia cerebral no era pulcra, e incluso era comestible