Oxitobrands. Marcelo Ghio. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Marcelo Ghio
Издательство: Bookwire
Серия: Azimut
Жанр произведения: Зарубежная деловая литература
Год издания: 0
isbn: 9788418049255
Скачать книгу
Vinci

      Galvanizar la innovación –particularmente en Latinoamérica– no ha sido nada sencillo en estos últimos cincuenta años. La relación del diseño con la realidad de la periferia se ha encontrado con golpes militares, revoluciones y crisis sociales y económicas que han relativizado la práctica profesional.

      Conocí a Max Bruinsma en el Congreso de Icograda Sao Paulo, Fronteiras 2004. Max vive y trabaja en Amsterdam y ha sido, entre muchas cosas, Editor de la revista Eye, seguramente una de las publicaciones de diseño más importantes del globo. Allí le escuché decir que el diseño actúa, tal como en la química, como un catalizador.

      Un catalizador es una sustancia química, simple o compuesta, que modifica vertiginosamente la velocidad de una reacción, interviniendo en ella pero sin llegar a formar parte necesariamente de los resultados de la misma. Los catalizadores se caracterizan con arreglo a las dos variables principales que los definen: la fase activa y la selectividad. La actividad y la selectividad, e incluso la vida misma del catalizador, depende directamente de la fase activa utilizada. El Webster Dictionary dice: “Una substancia que inicia o acelera una reacción química. Algo que causa un importante evento a suceder.”

      Finalmente ¿qué es esto del branding? ¿Ya se ha dicho todo? ¿Qué falta? Marc Gobé dice que “sin la Marca, Apple estaría muerta. Absolutamente muerta. La Marca es su bien más preciado. Su Marca les ayuda a mantenerse con vida y sus productos son lo de menos”.

      Si preguntamos a los diseñadores y marketineros a qué se debe que los usuarios de las Macs sean tan fieles, todos van a responder lo mismo: “la Marca Apple”.

      Naomi Klein es una iconoclasta. Dice que Apple y Benetton solo venden marcas que fascinan a las multitudes con apetencias, sueños y anhelos de éxito y prosperidad.

      Los clientes ya no compran semiología barata. Solo compran soluciones para sus ventas.

       “Si tu casa ardiera, ¿que salvarías? El fuego.”

      Jean Cocteau

      Dice Bernard Shaw que “el gran drama de la comunicación es pensar que ha tenido éxito”.

      Comunicar la innovación presupone ante todo entender que innovar es reemplazar situaciones existentes por situaciones preferibles. La Marca no es un Logo. Es una conducta. Y una promesa. Cuando cumple sus compromisos -comerciales, institucionales, culturales- está construyendo Marca.

      El Logo es –en todo caso– la emblemática de esa promesa.

      Las Marcas no son. Están siendo. Y efectivamente, algunas Marcas se van al cielo.

      Una Marca virtuosa es aquella que cumple las promesas. Una Marca eficiente es aquella que emite la identidad correcta. Una buena Marca es aquella que recauda afectos.

      El dilema de las tres íes: Identidad, Identificación, Imagen. La primera está en el vientre del emisor. La segunda es la estrategia para transferir esa identidad. La tercera es la fantasía que la audiencia elabora de la primera.

      Marcelo ha construido más que una Marca. Ha construido una idea. Oxitrobrands es el testimonio de esa idea.

      Ave Marcelo, los mortales te saludan.

      RONALD SHAKESPEAR

      Buenos Aires / Argentina / 2011

      La idea de gestionar la marca ya indica la consciencia de una dimensión de la misma, más allá de su poderosa evidencia visual -por la cual la marca ha sido tan confundida con su “logo”. La Marca es la interacción inextricable de dos marcas: verbal y visual. Ese binomio inseparable hace la doble realidad -tangible y mental- de la marca.

      La marca tenía que ser necesariamente visual por tres razones: porque nuestro cerebro visual genera imágenes y nos alimenta con ellas; porque “el hombre cree lo que ve” como decía Brunswicg, y ser visible hace la marca creíble; y también por la potencia emocional de lo visual para crear recuerdo. Y asimismo tenía que ser verbal por tres motivos: porque lo que no tiene nombre no existe; porque nombrar es un modo psicológico de integrar y de “apropiarse”; y, sobre todo, porque su propiedad oral hace a la socialización de la marca.

      La síntesis de este tejido de elementos es la naturaleza simbólica de la marca. Ella es el único elemento capaz de evocar automáticamente el significado de la marca y la concentración de sus valores en una misma sensación instantánea. Ningún otro elemento comunicativo posee esta capacidad de síntesis simbólica.

      Pero, con todo, la vida de la marca, su cara a cara con la realidad, emerge del encuentro de cómo la empresa se comporta adaptándose al entorno, y de cómo la sociedad, los públicos, reaccionan en respuesta. Y ese encuentro fundamental implica dos factores de gestión: la notoriedad (quantum) y la notabilidad (quali) de la empresa-marca.

      El conjunto que forma el comportamiento de la empresa y de la marca -que ha devenido una única y misma cosa- le confiere su personalidad genuina, única e incopiable: toda entidad tiene su identidad. Y esa es la matriz de la gestión marcaria.

      Marcelo Ghio conoce bien estos mecanismos desde su triple experiencia: la práctica empresarial internacional, la investigación y la didáctica unida a la divulgación. Sobre este bagaje, Ghio ha introducido su interpretación de los últimos progresos en neurociencia acerca de las sensaciones, sentimientos y emociones, que define su enfoque vinculado al branding.

      Creo que este prólogo puede ser útil en la medida que aporte el marco contextual general de la evolución histórica de la marca en sus facetas sociales, económicas, tecnológicas, pero también progresivamente estratégicas y comunicativas.

      Puede parecer que la gestión de la marca se creó con el branding, por aquello de que la palabra hace la cosa. Pero en realidad, la marca y la necesidad de gestionarla, se inició al mismo tiempo con las “marcas de comercio” en la Edad Antigua, y ha vivido tres reencarnaciones que han determinado su historia hasta hoy. Los sucesivos renacimientos de la marca son el reflejo de los grandes sistemas económicos: la economía agraria, la economía corporativista, la economía industrial y la Revolución Científica, que reemplazó la Revolución Industrial y cambió el rumbo de la historia.

      1. En la Antigüedad, la civilización mediterránea experimentó un gran impulso con la llegada de los fenicios, hacia el siglo XII a.C. Ellos enseñaron a los pueblos del Mediterráneo la navegación, el comercio y la industria, y se les debe también el alfabeto, que fue adaptado a la escritura griega, de la cual derivó nuestro actual alfabeto latino.

      Los cuatro aportes fenicios: comercio, industria, navegación y alfabeto, tienen que ver con las marcas. La actividad comercial consistía en la venta y transporte de mercancías a sus destinos, desde Grecia, Fenicia, Roma, Pompeya, Corinto, Barcelona a lo largo de la costa hasta Girona y en Francia, Montpellier y Béziers, Málaga y Huelva, principalmente. Un intenso tráfico comercial por todo el Mediterráneo que se expandía por el Norte de Europa, Norte de África y Oriente Próximo. Lo que se exportaba era básicamente vino, aceite, ungüentos, salazones y en menor escala cereales, miel, frutos secos, aceitunas, dátiles… la célebre dieta mediterránea. La gran mayoría de las mercancías viajaban en ánforas de barro cocido.

      Los estudios sobre el comercio entre los siglos IV a.C. y II d.C. ofrecen valiosas informaciones sobre las marcas, que eran producidas y utilizadas por los alfareros y los mercaderes. Las marcas de comercio nacieron con una finalidad explícita. No económica directamente ni comercial, sino policial. Ellas debían identificar el lugar de origen (el alfarero) o el mercader exportador. Las marcas no debían identificar el contenido, sino el contenedor, que siempre era prioritario: las ánforas. Existían dos modos de identificar su procedencia, mediante la forma del cuello y las asas, así como el color de la arcilla, que eran características de determinadas regiones, y, por último, la marca. Las ánforas debían tener marcada, de forma indeleble, el sello distintivo del alfarero o del mercader.

      Esta necesidad de identificar era impulsada para impedir los robos por los piratas, lo cual era frecuente en la navegación marítima. Gracias a la marca, cuando se recuperaba lo