Un tripulante llamado Murphy . Álvaro González de Aledo Linos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Álvaro González de Aledo Linos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416848768
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muchas, la tenía en stock. La última nos hizo el favor de llamar por teléfono a una de material de camping, “Aux Vieux Campeur”, en un barrio periférico de Marsella, y allí nos dijeron que tenían una. Después de recorrer las calles de Marsella contrarreloj para llegar antes del cierre resultó que era muy grande para el hueco que tiene el Corto Maltés para la nevera y no la compramos. Los días siguientes estuvieron marcados por las gestiones para localizar una, lo que conseguimos una semana después en Cavalaire.

      El día siguiente, domingo, se marchó finalmente Mario y a media mañana llegó Nacho. Seguía soplando el mistral con fuerza 8 y así no íbamos a salir en ningún caso, o sea que dedicamos el día a recorrer la ciudad. Subimos a la basílica de Notre-Dame de la Garde, casi 150 metros de desnivel con las minibicis, y desde allí Marsella se extendía a nuestros pies como un mapa. Contemplamos las vistas de toda la ciudad y de las islas que iríamos a conocer en cuanto pudiéramos salir de aquel encierro. Desde lo alto se veía el mar turquesa azotado por el mistral, fuera del puerto las crines de las olas levantando espuma y dentro del malecón plano como una piscina en un día de verano, y el aire limpio con una visibilidad extraordinaria. Para los del Norte un temporal es sinónimo de un cielo oscuro cubierto de nubarrones, el mar negro como un pozo sin fondo, mucho frío, la visibilidad reducida y la lluvia volando en horizontal haciendo inútiles hasta los paraguas. Pues allí el mistral pueden estar soplando con fuerza 8 en el mar, y en tierra ir los chicos en camiseta de deltoides, y las chicas con camisolas y vestiditos de talla escasa pareciendo mariposas al andar por las calles, y con un ramillete de sonrisas bajo un sol espléndido. De hecho la subida en bici a la basílica nos había costado una soberana sudada y no parábamos de darnos crema solar para no quemarnos. Ya puestos, yo prefería ese temporal seco donde por lo menos te evitas el mal rato de tener todo el barco condensando humedad, resbaladizo y pasando frío. Pero hay que reconocer que asusta su fuerza, y sobre todo cómo puede cambiar de intensidad en pocas horas. En algunas de nuestras fotos de aquel día se deja ver el mar encrespado lleno de olas y rompientes bajo un cielo azul, y nosotros contemplándolo desde tierra en manga corta. El interior de la Basílica tenía colgados del techo exvotos con maquetas de barcos, seguramente de personas que consideran que la Virgen les salvó de un naufragio.

      Volvimos de la basílica por una senda costera, peatonal y ciclable, con unas vistas espectaculares sobre todo hacia las islas del archipiélago de la Rada de Marsella, If, Frioul, Tiboulen y Planier en el horizonte, porque con el mistral la visibilidad es extraordinaria, y que a nosotros nos hacían volar la imaginación sobre lo que descubriríamos en ellas los siguientes días. Además esa senda costera pasaba por los pequeños puertos y varaderos que aún quedan en el entorno de esa gran ciudad como reliquias de lo que fue en el pasado. Uno de los puertecitos era el de los pescadores, y era tan pequeño que las barcas estaban amarradas en dos filas paralelas, unas a flote y las otras en seco en una pequeña rampa pegando a la calle. En esa rampa cada barca tenía una casetita con el cabrestante para tirar de la embarcación y sacarla del agua. No nos imaginamos la forma de botarlas, porque inmediatamente en el agua detrás de ellas estaba la otra fila de barcas a flote, en una línea compacta y cerrada. Suponemos que se ponen de acuerdo para salir a pescar todos a la vez. El entorno estaba lleno de restaurantes de pescado y lugares típicos para tapas y picoteo. Finalmente recorrimos algunos parques de la ciudad y volvimos a cenar al barco.

      Allí nos llegó la noticia de que se había publicado en el suplemento dominical de muchos periódicos de España un artículo sobre nuestra actividad de vela solidaria Carpe Diem, centrado en el punto de vista de los niños, a dos de los cuales habían entrevistado. Era un orgullo para nosotros y nos animó la velada. Tras la cena planificamos un poco nuestras siguientes etapas. Por lo pronto el día siguiente, lunes, que seguiría soplando el mistral aunque más flojo, haríamos una etapa corta, solo hasta las islas situadas frente a Marsella. Seguramente dormiríamos en ellas y las exploraríamos con las bicis. A partir del martes seguirá soplando del Oeste pero ya sin la fuerza de esos días y eso nos facilitará mucho nuestra progresión hacia el Este.

      Así pues el día siguiente hicimos una navegación supercorta, para conocer la Isla Frioul, a solo 4 millas. Empezaban unas etapas relajadas en comparación con la semana que acababa de pasar con Mario, pues Nacho y yo teníamos 17 días para hacer unas 265 millas. Había muchos lugares, y sobre todo muchas islas, para conocer sin prisa. Era lunes 16 de mayo y festivo en Francia, con la mala suerte de que la cafetería donde nos habían guardado los frigolines para congelar estaba cerrada cuando nos íbamos, y no pudimos recuperarlos. ¡Vaya forma de empezar nuestra navegación, sin nevera y sin frigolines! Por eso llevo siempre frigolines de repuesto en el barco pero claro, estaban calientes. Hicimos gasolina y salimos a las 9:30 h. Fue una etapa de solo una hora y navegando solamente con el génova pues no merecía la pena correr más, y aun así íbamos a 4-5 nudos. Dejamos a babor la Isla de If, con su castillo, antigua prisión, en la que no se puede desembarcar si no es con visitas guiadas que salen del Vieux Port. Esta fortaleza habría custodiado a Edmond Dantès, el héroe imaginario de la novela El Conde de Montecristo, de Alexandre Dumas. Llegamos Frioul a las 10:30 h y nos sorprendió ver los comercios del pequeño poblado abiertos, porque era festivo en Francia. Nos explicaron que desde 2004 todos los trabajadores tienen obligación de trabajar un día festivo al año, y las ganancias de ese día son para reflotar la caja de las pensiones de los jubilados. Aunque cada empresa puede decidir el festivo que trabaja, el gobierno sugirió que fuera hoy.

      Las islas de Frioul son en realidad dos, Ratonneau al Norte y Pomègues al Sur. Además hay un pequeño islote, Tiboulen, detrás de las dos principales. Las dos grandes se unieron por un dique artificial en 1824, posteriormente mejorado, para ampliar la capacidad de la isla como lazareto donde se hacía la cuarentena de los buques procedentes de las Indias, y han quedado como dos hermanas siamesas. Más adelante en el espacio cerrado de mar que quedó entre ambas se construyó el puerto donde nos quedamos nosotros. Antes de la entrada al puerto nos llamó la atención en la costa un barco subido a las rocas. De más cerca comprobamos que era la casa de los prácticos, una de las oficinas de la zona de Marsella-Fos, que la han construido con la forma de la proa y el puente de un mercante. Tiene hasta su ancla. Muchos ferris y vedettes entran a diario desde Marsella, y como tienen preferencia hay estar atento a esquivarlos. En la marina nos recibió Rudi, el marinero de guardia, que al estar el muelle vacío nos dijo que amarrásemos como quisiéramos. Rudi era hijo de padre y abuelo españoles, pero no tenía ni idea de nuestro idioma. Nos pusimos abarloados al muelle, aunque había boyas para amarrarse de proa al muro y la popa a la boya, porque así era más fácil desembarcar las bicis. Nos dijo que si vinieran muchos barcos, algo improbable en mayo, nos avisaría para cambiar el amarre, pero no hizo falta. Los pocos barcos que vimos llegar a lo largo del día entraban para estancias cortas, posiblemente comer en alguno de los restaurantes de la isla (los amarres para el tiempo de una comida no se cobraban) y se volvieron a Marsella al término de la tarde, quedándonos solos en el muelle. En el puerto amarran habitualmente unos 600 barcos, y está rodeado de construcciones de los años 70, algunas viviendas de cuatro o cinco pisos en tonos pastel donde viven una centena de habitantes, y algunos comercios. Hicimos los papeles y nos guardó los frigolines en su congelador, en la salita al lado de la oficina.

      Dedicamos el día a conocer las dos islas. Lo primero que hicimos fue recorrer el curioso muro que las une bautizado inicialmente como “Dique Berry” y posteriormente, en 1831, como “Dique de Frioul”. Tiene más de 300 metros de largo y a su entrada hay esta advertencia apocalíptica:

      “Atención peatones. Están ustedes sobre el Dique Berry. Esta obra marítima no está concebida para los peatones. Sigan el itinerario previsto a este efecto. Toda persona que recorra el dique lo hace bajo su entera responsabilidad”.

      Supusimos que aunque ese día el mar estaba tranquilo, con los temporales las olas podrían rebasar el dique y hacerlo peligroso. Aunque es bastante alto (7 metros sobre el agua) su fachada que se enfrenta a las olas da al Oeste, justo el peor sector de viento en esta costa y en algunos temporales las olas pueden superar esa altura. Se construyó entre 1822 y 1824, bajo el reinado de Luis XVIII y se bautizó así en recuerdo del Duque de Berry, heredero del trono y asesinado en 1820. El dique transformó en un auténtico puerto de refugio lo que antes era un mero fondeadero desde la época romana. Su origen está en la epidemia de