Un tripulante llamado Murphy . Álvaro González de Aledo Linos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Álvaro González de Aledo Linos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416848768
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Isla de Brescou (43º 15,79’ N; 3º 30,09’ E) pequeñita, de unos 80 metros y apenas elevada sobre el mar, con un fuerte amurallado en su interior que ocupa toda su superficie llegando los muros hasta el mar. Desde lejos parece un barco entrando a puerto. Dentro del fuerte está el faro, que es de sectores y tiene un sector rojo que marca la zona peligrosa, entre la orilla Noroeste de la isla y la costa, por donde no se debe navegar. La isla tiene un desembarcadero en su orilla Noroeste, pero eso lo sabíamos por las fotos de Google Earth porque en la cartografía de la Guía Imray no salía, y no nos daba mucha confianza. En efecto, los alrededores están sembrados de rocas que velan a menos de un metro, y en cualquier caso aquel día el oleaje lo imposibilitaba e íbamos muy apresurados de tiempo como para quedarnos a esperar que el mar se calmase. Por desgracia aquella preciosa isla deberíamos dejarla para otro viaje.

      El canal de entrada a Cap d’Agde pasa entre la Isla de Brescou y un escollo bien balizado llamado La Lauze, pero todos los alrededores están sembrados de escollos, piedras y bajos fondos que hacen la entrada muy ajustada. La Guía Imray advierte:

      “Aunque los barcos locales atajan entre la Isla de Brescou y la costa y entre La Lauze y el rompeolas del Este, los barcos visitantes deben ajustarse al canal de aproximación normal”.

      Desde luego ese día la advertencia había que respetarla, porque si no atravesaríamos zonas con dos metros de calado, y con las olas que había en el seno de alguna de ellas habríamos tocado fondo. Daba rabia porque tomar el canal normal suponía dar un rodeo para dejar la isla por babor en lugar de tirar recto, pero no nos quedó más remedio. Respecto a la entrada a la marina, está protegida por dos enormes rompeolas que cierran un antepuerto grandísimo, de medio kilómetro, vacío de pantalanes y de barcos, pero en el que precisamente por su extensión el viento puede levantar olas incluso dentro de los espigones. La Guía Imray advierte:

      “Con vientos duros del Sur o del Este hay una mar de fondo confusa en la entrada y, con vientos con fuerza de temporal de esa dirección, la entrada puede ser peligrosa con olas rompientes a través de la entrada. Con tramontana fuerte una considerable mar de fondo se levanta en el amplio antepuerto y se necesita mucho cuidado para entrar”.

      Nosotros entramos, en efecto, con vientos del Sureste de fuerza 5-6, y aunque no era un temporal tuvimos que afinar mucho con el timón al embocar el canal de entrada, para ir esquivando cada rompiente y tomando bien las olas desbandadas. Porque a ambos lados de nuestra derrota el mar se rompía en los escollos haciendo, más que salpicaduras, una auténtica batería de géiseres.

      La marina de Cap d’Agde está construida en un mar interior, con varias islas, todas las cuales se usan como atraques y tienen urbanizaciones de esas en las que cada casita tiene su embarcadero en la puerta. Aunque la laguna existía previamente, al construir la marina se dragó para aumentar su calado hasta 3 metros en el centro y 1,5-2 metros en las orillas. Una milla y media más al Norte siguiendo la costa se encuentra en puerto de Ambonne, donde hay una ciudad naturista, que también aprovecha una laguna interior pero con un calado de solo un metro, y dos kilómetros tierra adentro el volcán extinguido de Monte Agde, en cuya cima hay una fortaleza construida, como el castillo de la Isla de Brescou y otras fortificaciones que iríamos viendo después, por Richelieu.

      Pues a esta marina llegamos Mario y yo, como dije, al anochecer, empapados, ateridos y flojos como si nos hubieran vaciado las rodillas, después de meternos en el cuerpo 55 millas en 13 horas bajo la lluvia. Estábamos ansiosos de un recibimiento cómodo, una ducha caliente y un bareto donde cenar para no tener que cocinar a esas horas. Amarramos en el muelle de la capitanía pero estaba ya cerrada. Así que llamamos por la radio al marinero de guardia que se acercó a recibirnos con el paraguas. Nos señaló el pantalán de visitantes muy cerca de la capitanía, a uno de cuyos lados estaba amarrado un velero enorme atravesado, y nos dijo que nos amarrásemos donde quisiéramos porque estaba todo el otro lado del pantalán casi vacío. Enseguida tuvimos claro dónde colocarnos, que fue a sotavento del velero que acabo de mencionar, que con su masa nos hacía de cortavientos y de rompeolas a la vez, ya que el pantalán de visitantes está muy cerca de la entrada de las escolleras. Las olas del exterior nos alcanzaban en el atraque y lo hacían muy incómodo para dormir. Había allí otros 6 u 8 pequeños barcos que habían tenido la misma idea, pues todos estábamos a sotavento de la fiera.

      El marinero nos dijo que él no podía hacernos los papeles de entrada ni cobrarnos la noche por adelantado. A mí me gusta hacerlo así porque el día siguiente puedo marcharme cuando quiera, antes incluso de que abran las oficinas, y me parece más práctico. Tened en cuenta que en mayo amanece a eso de las 6, y las oficinas suelen abrirlas a las 8, y que en el barco te acuestas temprano y te despiertas cuando entra la luz, o sea que madrugar no es un esfuerzo sino casi lo natural. La única solución que me daba el marinero era que le dejase los papeles del barco en la oficina a cambio de la llave de las duchas. Como era nuestra primera noche en Francia y nuestro primer contacto con las costumbres de las marinas francesas tuvimos que aceptar, aunque bien a disgusto porque cualquier emergencia que nos surgiera durante la noche nos obligaría a marcharnos dejando los papeles en la oficina. Tanto me disgustó que en la primera ocasión hice una fotocopia de los papeles y en las siguientes marinas que me los pedían les dejaba tranquilamente la fotocopia, sin que nunca se dieran cuenta de la diferencia.

      Las duchas estaban en un edificio un poco apartado, así que tuvimos que ir a ducharnos con los paraguas. Las instalaciones en sí estaban bien, pero el agua no salía caliente y, después del día que llevábamos y la hora que era, tuvimos que ducharnos con agua fría. A mí me sentó fatal y junto a la mojadura de todo el día me hizo acatarrarme y estar los días siguientes con dolor de garganta, síntomas gripales y algo de fiebre. Mario también se acatarró. Murphy: 3, Corto Maltés: 1. La parte buena es que tenían lavadora y secadora, y aunque por falta de tiempo para esperar todo el programa no usamos la lavadora, sí la secadora, donde metimos toda la ropa empapada de los últimos días que tendida en el barco era imposible que secase. Entre unas cosas y otras nos dieron las 22 h y ya no había sitios abiertos para cenar. Entre eso y que no paraba de diluviar tuvimos que hacer la cena a bordo, acabando cerca de la medianoche.

      Con el cansancio acumulado y la necesidad de recuperar nuestros papeles, el día siguiente no madrugamos. Al abrir los ojos como quien despierta de una pesadilla estábamos envueltos en humedad por todo lo que metimos mojado a bordo el día anterior, y tuvimos que escurrir las paredes y el interior de las ventanas con la bayeta. El pueblo estaba alejado de la marina 4 o 5 kilómetros y nos limitamos a dar un paseo por el puerto para estirar las piernas, y a hacer la compra. Preguntamos por el wifi de la marina y lo tenía pero con unas tarifas de escándalo. Los primeros 30 minutos eran gratuitos pero luego costaba 3 euros la media hora o 4,5 euros la hora. En muchas marinas de Francia e Italia nos íbamos a encontrar lo mismo. Dicen disponer de wifi gratuito para que conste así en los catálogos y las guías, pero a la hora de la verdad es una gratuidad muy relativa. No creo que se deba tomar la decisión de entrar en una u otra marina por el wifi porque es una información falseada. Y es una pena, porque en las navegaciones actuales el wifi se ha hecho casi más importante que las duchas o las tiendas, debido a la necesidad de comunicarte con tu familia o consultar la meteorología. También encontramos muchas marinas que nos decían que el wifi acababa de estropeárseles poniendo cualquier disculpa (por ejemplo las tormentas) pero claro está, no te reducían la tarifa por el servicio que no te prestaban.

      Al ir a cargar el agua resultó que los grifos estaban tan cerca del suelo que no cabía un bidón debajo. En el Corto Maltés no llevamos manguera, para ahorrar peso y espacio, y cargamos el bidón de agua con uno más pequeño en los grifos del pantalán o tomamos prestada alguna manguera de las que suele haber frente a otros barcos. En Cap d’Agde no vimos ninguna disponible y el marinero nos consiguió una. Por cierto hablaba castellano, como muchos por esta costa. Dimos la vuelta al gancho de tomar los rizos, pusimos el pabellón de cortesía francés en el obenque de estribor y continuamos nuestra ruta a las 12:30 h para una etapa intermedia, de unas 30 millas.

      La navegación de ese día fue de las de darlo todo, alternando lloviznas con auténticos chubascos,