La memoria sobre el 68 en México también es reconstruida desde posiciones no testimoniales. De acuerdo con la pesquisa realizada, se destacan dos trabajos que a través de la crónica periodística intentan ofrecer lecturas renovadas acerca de los hechos en cuestión. Por un lado, José Cabrera Parra, con la obra titulada Díaz Ordaz y el 68103, pretende realizar un análisis del sistema político mexicano a partir de la figura del expresidente Gustavo Díaz Ordaz y su carrera política, en el marco de una revisión de los principales postulados y la trayectoria de la Revolución mexicana. Para este caso, en el último capítulo, el autor somete a crítica algunas de las imágenes idílicas sobre el movimiento estudiantil, tan comunes en los testimonios de los protagonistas y las víctimas, para realizar un examen más desapasionado de los hechos. A través de documentos poco consultados, así como de la revisión sistemática de prensa, Cabrera Parra piensa la masacre de Tlatelolco como un eslabón más de la cadena de hechos de aquel año 68 y como una ocasión medular para pensar las prácticas del sistema político mexicano, en especial, el profundo presidencialismo que encarna Díaz Ordaz.
Con una pluma conmemorativa, cuarenta años después104 Carlos Monsiváis dedica dos textos a los sucesos del 68. Aunque el género empleado en el texto conmemorativo es el de la crónica, Monsiváis sostiene que el 68 –entendido como concepto cargado de una gran experiencia histórica– es el comienzo de la defensa de los derechos humanos en México, pese a que los manifestantes no nombran de esta manera sus exigencias. En consecuencia, el 68 también instituye el momento en que emerge la sociedad civil –llamada opinión pública–, en contrapartida del autoritarismo encarnado por el entonces presidente Díaz Ordaz.
La crónica conmemorativa de este autor deja en claro que el movimiento no es homogéneo ni monolítico tanto en su organización interna como en su discurso. Monsiváis muestra la convivencia de discursos emergentes –críticos de un sistema político caduco y anquilosado– con expresiones de ultraizquierdismo, a la que se suma la creatividad y el humor de la juventud mexicana que funda sus luchas tanto en el Distrito Federal como en otros lugares de la nación. Una fusión de distintos matices de inconformidad y protesta que permite preguntarse por la indignación moral de los movimientos sociales105. En estos escritos Monsiváis expresa la vitalidad de las letras mexicanas para reflexionar sobre su pasado más reciente, considerado como el acontecimiento social, cultural y político más connotado de la segunda mitad del siglo XX, sin caer en el sentimentalismo, pero sin olvidar el impune suceso que conduce lamentablemente a la tarde del 2 de octubre.
Entrando en el terreno de los análisis académicos, los resultados escriturales se pueden dividir en dos grupos. Por un lado, los trabajos que no tratan directamente y a fondo los acontecimientos del movimiento estudiantil mexicano de 1968, sino que lo incorporan a procesos más amplios como la llamada ‘revolución cultural planetaria’. De otro lado, los textos que estudian detalladamente los acontecimientos vividos en la segunda mitad de 1968. Con motivo de los treinta y los cuarenta años de 1968, el sindicalista Alberto Pulido Aranda publica una pequeña obra en la que sintetiza la complejidad y la riqueza cultural de aquel año106. En un recorrido por las expresiones culturales y artísticas de la década del sesenta, el autor comparte con los lectores una imagen muy personal del año 68, que se aprecia en breves ensayos reflexivos sobre los sucesos de Tlatelolco o el papel que desempeña el exrector Barros Sierra. Es interesante destacar que a la referenciación cronológica se agrega un listado de obras memorables del rock, la literatura y el cine de esta época. Más que un balance crítico rebosante de rigor científico, el texto de Pulido se convierte en un interesante y ameno abrebocas para pensar el movimiento estudiantil mexicano en un contexto global de la cultura.
Con unos propósitos distintos, Cuauhtémoc Domínguez Nava se da a la tarea de reflexionar sobre la revolución cultural planetaria, que refieren y analizan Braudel, Wallerstein y Aguirre Rojas, y la relación con tres de los epicentros de esta: China y su Revolución Cultural, Francia y su Mayo del 68 y México con su movimiento estudiantil-popular107. El interés de este autor consiste en propiciar un ejercicio comparativo que analiza el desarrollo de estos profundos cambios, a partir del estudio de tres casos significativos. Sin desconocer las profundas implicaciones en ámbitos como la reestructuración familiar o la relación entre los géneros, Domínguez fija su mirada en las transformaciones que sacuden la escuela, término que designa todo el sistema educativo y que intenta revisar en cada caso. Aunque pretende fundar sus apreciaciones en los postulados de la escuela de Fráncfort y de los teóricos de la larga duración y del sistema-mundo, el estudio se queda en la exhortación a profundizar en estos temas, toda vez que su soporte empírico consiste en ensayos y bibliografía secundaria de carácter general. No obstante, la propuesta de pensar una dimensión del movimiento estudiantil mexicano, como es la dinámica interna de la educación o el reto de comparar tres casos internacionales, es sugerente para renovar la historiografía sobre los movimientos estudiantiles108.
Mención aparte merece el ensayo histórico La imaginación y el poder: una historia intelectual de 1968, escrito por Jorge Volpi para México109. Circunscrito a los sucesos de Tlatelolco del 2 de octubre de aquel año, el ensayista y escritor mexicano logra captar las dependencias recíprocas de la producción textual de la época y las figuraciones sociales a las que pertenece. A partir de la trágica y absurda muerte de los estudiantes de la plaza de Tlatelolco en 1968, Volpi revisa la historia intelectual mexicana de los años sesenta. Las formas de organización y del ejercicio del poder mexicano, las representaciones y las prácticas del entorno intelectual no solo de la nación azteca, sino del entorno latinoamericano y mundial son analizadas en detalle por este autor, con un acento crítico. Tampoco escapan a la aguda pluma de Volpi las tensiones políticas por los hechos de Tlatelolco y las reacciones de ciertos intelectuales con el Estado, quienes de labios hacia fuera apoyan a los estudiantes, pero nunca se distancian del gobierno. La investigación es también un análisis retrospectivo de estos sucesos aún latentes en la memoria social mexicana. Partiendo de una lectura cultural y política de la época, Volpi reconstruye y explica los acontecimientos en detalle y llama a cuentas a quienes ostentan por muchos años, y todavía, el título de impulsores de la vanguardia cultural mexicana y del boom latinoamericano.
Monumento en memoria de los caídos en Tlatelolco. Plaza de las Tres Culturas. México, D. F.
Fotografía del autor. 2008.
Herederos de la sociología de Alain Touraine y asumiendo un diálogo con las ciencias sociales mexicanas, los trabajos de Gerardo Estrada110 y Sergio Zermeño111 hacen también una reflexión sobre los acontecimientos del 68. Con casi dos décadas de diferencia en su publicación, estos dos textos procuran superar la remembranza emocional del testimonio para ofrecer análisis que articulen el enfoque sociológico de la movilización estudiantil con la narración y la descripción de los acontecimientos de la segunda mitad del 68. La crítica a la que someten al sistema político mexicano y los esfuerzos por pensar los acontecimientos, especialmente la constitución del movimiento estudiantil, son logros más que suficientes para referenciar estas obras. Zermeño se ocupa de pensar la relación entre las esferas de lo social y de la política en la sociedad mexicana de la segunda mitad del siglo XX. Considera que para explicar esta relación es inevitable realizar una crítica al Estado, a los partidos políticos y al poder político en general. El lugar analítico del autor se mueve entre el estudio de la coyuntura de 1968 y el reconocimiento de la estructura social y económica de México, entendiendo que el país pertenece inevitablemente a un capitalismo dependiente o, como lo llama el propio Zermeño, a una “sociedad en tránsito”.
Con base en esta hipótesis, el trabajo se estructura en tres grandes partes: en la primera explora el ambiente