—¿Y ahora qué va a pasar? —Necesitaba averiguar todo lo que pudiera por impactante que me resultara.
—El conde ha dispuesto que un grupo de leales le acompañe al campamento real. Diría que simplemente quiere ganar tiempo para pensar, pero lo cierto es que la tregua desgastará menos a sus tropas y sus fondos para financiarlas. Tendré que acompañar a Lope Cortés y otros a parlamentar.
—¿Y los piratas?
Me miró extrañado por la pregunta.
—Esos malditos piratas no se irán, están demasiado cómodos teniendo a Gixón como base para sus negocios mientras saquean el resto de la costa norte. Aunque el conde nos les pagara ya habrían obtenido pingües beneficios solo con esas incursiones.
—¿Cuándo tienes que partir? —preguntó Constanza, que se había mantenido muy callada escuchando la explicación de Bernal.
—Mañana después del oficio por Todos los Santos… qué apropiado —añadió con ironía—. Pero, antes, la condesa desea ofrecer una cena a los castellanos. Supongo que para alardear de lo bien servida que está su mesa a pesar del cerco. Quiere hacer una demostración de fuerza. —Nos miró a ambas—. Y, por cierto, ha pedido que asistáis.
—¿Las dos? —pregunté alarmada.
—Te dije que la villa era pequeña y vuestra pequeña excursión de esta mañana ya habrá llegado a sus oídos. La condesa tiene muchos ojos a su servicio. Sabe que hay una noble alojada en esta casa y desea conocerla.
—¡Pero no puedo ir! ¡No estoy preparada!
—No tienes elección —sentenció.
Como por arte de magia, el ama de llaves apareció en la puerta, que habíamos dejado solo entornada, y la golpeó con suavidad para hacer notar su presencia. Nadie iba a convencerme de lo contrario, aquella mujer era una reencarnación de la señora Danvers. La puerta se abrió y entró con un refrigerio. Llevábamos un rato en la sala y supuso que estaríamos hambrientos. Sin embargo, comer no era una prioridad en aquel momento y, para ser sincera, a mí se me había cerrado el estómago.
—Elena, acompaña a doña Blanca al vestidor. Yo iré en un momento —ordenó Constanza.
No tenía escapatoria, así que la seguí hasta el piso superior. En cuanto se quedaron solos se sentó junto a Bernal. Él miraba el fuego pensativo.
—¿Crees que es prudente que vaya? —le preguntó.
—¿Qué quieres decir?
—Podríamos dar una disculpa, que está indispuesta… no sé. —Se levantó para acercarse a la ventana—. Bernal, no la conocemos bien y la situación es delicada.
—Demasiado tarde, la condesa no va a aceptar una disculpa.
—¡Pero habrá castellanos y otras gentes de las que cuidarse! ¿Quién es Blanca? ¿Por qué ha aparecido de la nada? ¿Tiene algún papel en esta historia?
—Constanza. —Él cogió sus manos envolviéndolas por completo—. Me fio de ella. No me preguntes la razón, ni yo mismo la conozco, pero lo siento aquí dentro. —Se tocó el corazón.
La italiana bajó la mirada.
—Te recuerda a ella…
—Ella está muerta —respondió el capitán en tono sombrío— y enterrada.
—Está bien, iré a prepararla entonces.
Y sin mediar una palabra más se dirigió a la puerta.
Capítulo 6
PRESENTACIÓN EN LA CORTE
—¡Qué contrariedad! ¡Justo antes de que monsieur Dumont haya podido hacerte un guardarropa como Dios manda! ¿Con qué se supone que vamos a presentarte?
Constanza iba de un lado a otro de la amplia habitación que hacía las veces de vestidor abriendo y cerrando baúles sin encontrar respuesta a su propia pregunta.
Yo observaba el ajetreo con mis propias preocupaciones en mente. ¿Cómo iba a comportarme? ¿Qué respondería ante las preguntas? El miedo me paralizaba. Una cosa era estar viviendo en 1394 arropada por Bernal y Constanza y otra muy distinta compartir mesa con la sublevada corte del conde Alfonso Enríquez.
—Mis vestidos son piú… —Hizo un gesto para ilustrar que ni de lejos lograría yo rellenar el hueco de sus curvas a lo Sophia Loren.
Por fin se detuvo y, mientras doblaba con cuidado el vestido que tenía en las manos y lo depositaba sobre la cama, me sonrió.
—Ánimo, piccola, estaremos a tu lado en todo momento. —De pronto, algo captó su atención y salió disparada hacia un baúl más pequeño que el resto y decorado con hojas de roble talladas sobre la tapa con gran detalle. Extrajo de él un vestido sencillo, pero de un color muy particular, un azul verdoso muy similar a la aguamarina sin pulir que remataba mi torques. Se le iluminó la cara—. Ecco di cosa abbiamo bisogno. Estarás preciosa.
No fue tarea fácil convertirme en una dama presentable. Mi pelo, que siempre sabía cuál era el mejor momento para rebelarse, iba por libre. A duras penas consiguieron dominarlo. Lo recogieron en un moño bajo y lo adornaron con flores silvestres. No creyeron necesario usar colorete, mis mejillas se autoabastecían. Hizo falta algún retoque en el vestido, pero cuando terminaron pude confirmar la predicción de Constanza, nunca me había visto tan guapa. Bernal asomó por la puerta y lanzó un prolongado silbido de aprobación.
—Deslumbrante, tendremos que apartar a los pretendientes a manotazos.
Yo intenté esbozar una sonrisa, pero me salió una mueca torcida. Bernal despidió a las doncellas y me cogió por los hombros con tanto cuidado como si fuera a romperme.
—¿Estás asustada?
¡Pues claro que lo estaba! Literalmente muerta de miedo. El desconcierto inicial por mi llamémosle aterrizaje forzoso había dejado paso a un nuevo estado. Hasta ese momento la adrenalina me había impedido pararme a pensar, pero ahora que había descansado y comido bien empezaba a ser verdaderamente consciente de mi situación. Al ver que no le contestaba, insistió:
—¿De mí?
—¡No! —exclamé.
¿Cómo se le habría ocurrido pensar semejante cosa? ¿Qué hubiera hecho yo sin su providencial aparición? Era cierto que no le conocía en absoluto, pero mi intuición me impulsaba a creer que permaneciendo a su lado estaría a salvo.
—Bien —dijo Bernal, que no había vuelto a tocarme desde que descubriera que era una mujer. Y como si hubiera sido capaz de leerme la mente añadió—: Porque debes saber que estás a salvo conmigo. Y ahora marchémonos, no quiero que lleguemos tarde. Ya vamos a despertar suficiente expectación.
El palacio estaba estructurado alrededor de un patio rectangular con doce majestuosas columnas de piedra cuyos capiteles se hallaban rematados por zapatas de madera con roleos tallados que sostenían el corredor del piso superior. El portón que daba entrada al palacio tenía dos pequeñas torres circulares, una a cada lado del mismo, con el escudo de armas del conde: la figura de dos fieros leones rampantes enfrentados y un castillo entre ambos. Había otra impresionante torre almenada de cuatro alturas anexa al edificio principal. La sólida puerta de entrada, que daba acceso al patio hermosamente decorado, formaba un arco de medio punto que lucía el escudo sobre la clave. Todo me resultaba abrumador.
Atravesamos el patio con paso decidido y ya en ese momento despertamos las primeras miradas curiosas y murmullos. Bernal caminaba poderoso en su uniforme de capitán al lado de una Constanza bella y voluptuosa. Yo los seguía intentando controlar los nervios.