Shelby se puso al sol y apareció el reflejo cobrizo de sus cabellos castaños.
—Como es un edificio histórico, la reparación de la fachada la cubre el presupuesto del estado.
Rafe asintió.
—Ya nos estamos encargando de ello.
—Sí, les he visto trabajar por el pueblo. Son muy buenos. Pero también necesito que echen un vistazo al tejado y a las habitaciones de la parte de delante. Que me hagan un presupuesto de cuánto costaría arreglarlo —ella dudo un instante y respiró hondo—, poquito a poco. Lo más necesario. Lo justo para que pueda abrir el negocio.
Rafe contuvo una sonrisa.
—Haven Springs no es un lugar turístico.
—Pero en verano hay gente que pasa de camino al lago, y en otoño la gente viene a ver el color de los árboles. Haré publicidad, hay gente a quien le gusta hospedarse en casas históricas. Al cabo de unos meses podré continuar con la restauración de Stewart Manor.
Otra vez esa actitud testaruda. Ella frunció los labios y él sintió que su estómago se encogía. Maldita.
—Echemos un vistazo —él regresó al porche y se acercó a la puerta de roble que tenía un cristal ovalado en el centro. La abrió y entró a un gran recibidor. De pie sobre el suelo de madera sintió el frescor de la penumbra. Del techo colgaba una gran lámpara de araña. Había una escalera para subir a las plantas superiores, faltaban algunos peldaños y en el pasamanos algunos barrotes.
—Será mejor que no se acerque a la escalera hasta que la haya revisado entera —dijo él. Torció a la izquierda y se metió en la sala.
Shelby observó como el arrogante señor Covelli se desplazaba por la casa. Así que pensaba que ella no era de gran ayuda. Que tenía que advertirla acerca del peligro evidente. En fin, tenía algo que decirle. Había pasado toda su vida cuidando de sí misma y podía seguir haciéndolo.
Se acercó donde estaba él y vio que estaba comprobando el estado de los cercos de las ventanas y de los zócalos de madera tallada. Se agachó para mirarlos de cerca. Ella no pudo evitar fijarse en la curva de su trasero y en los musculosos muslos que resaltaban bajo los vaqueros usados. Después se fijó en su espalda fuerte y en sus anchos hombros. Sintió un escalofrío. Levantó la vista y lo miró a la cara. Él estaba muy concentrado. Su tez morena daba indicios de su descendencia italiana y de que trabajaba al aire libre.
Él tenía los ojos de color chocolate y su mirada era hipnotizadora. Su pelo era negro carbón y lo llevaba muy corto en la zona de las orejas. Se quitó la gorra, el resto del cabello estaba perfectamente peinado. En cierto modo, ella ya sabía cómo era la vida de Rafe Covelli. Todo ordenado e impecable. Blanco o negro.
Todo lo contrario a ella.
Ella dudaba de que él aceptara trabajar en su idea. Hasta a Shelby comenzaba a parecerle una locura.
—Bueno, señora Harris —dijo él poniéndose en pie—, tengo malas noticias. Hay una gotera junto a estas ventanas —señaló la zona.
Shelby no apartó la vista de las manos de él. Unas manos grandes que esculpían la madera. No pudo evitar preguntarse cómo serían las caricias de esas manos en su piel… Controló sus pensamientos y prestó atención a lo que él estaba diciendo.
—Primero he de subir al ático y encontrar las goteras, después hay que reemplazar los cercos y reponer el yeso —se apoyó en el suelo con una rodilla—. ¿Ve esta humedad? Viene de detrás de los zócalos. La madera está combada, así que también tendré que cambiarla —se puso en pie y caminó hasta el recibidor. Ella lo siguió—. En las escaleras hay que cambiar los peldaños y los barrotes de la barandilla. Todo en roble de la mejor calidad —continuó andando hasta que llegó al salón.
Esa era la habitación en la que se había instalado Shelby. Había lavado y colgado las cortinas, metido algunos muebles, un sofá, una silla, una televisión y una estantería. Junto a la pared había una mesa y un ordenador. Desde que llegó a la casa, tres días atrás, solo había utilizado esa y otra habitación, la de servicio, que estaba junto a la cocina y que tenía un dormitorio y un baño.
Rafe se acercó a la chimenea de piedra y miró la repisa de madera tallada. Ella contuvo la respiración al ver que él se fijaba en las fotografías que había colocado sobre la repisa.
Él la miró.
—¿La familia? —preguntó.
Shelby dudó y contestó.
—Sí.
Él sonrió.
—Pensaba que nadie tenía más familia que yo.
Miró las fotos y ella sintió un poco de envidia. Como la mayoría de la gente, Rafe Covelli apreciaba a sus familiares. «Hay otros que no tenemos una familia de verdad», pensó ella e intentó desprenderse del sentimiento de soledad.
—¿Tiene mucha familia, señor Covelli?
Él asintió.
—Mi abuela, mi madre, mi hermano y mi hermana. Además tengo un montón de tíos, tías y primos. Las reuniones familiares son como una casa de locos —se cruzaron las miradas y él sonrió. Sus ojos oscuros eran como un imán y ella no podía apartar su mirada. Apenas podía respirar. Finalmente, él se dio la vuelta y continuó con la tasación.
Se agachó y examinó el suelo. Escribió algo en el cuaderno.
—¿Hay alguien de su familia que viva por aquí cerca?
—Oh, no —dijo ella—. Viven en el sur.
—¿Por qué no se compró la casa por allí? Quizá su familia podría haberla ayudado.
—Prefiero hacerlo yo sola.
—¿Y cómo encontró Stewart Manor?
—Estaba en internet. Si sabes dónde buscar se puede encontrar cualquier cosa.
Rafe se puso en pie y se acercó a la ventana.
—Por mí, puede hacer una pila con todos los ordenadores y prenderle fuego.
Shelby contuvo una sonrisa.
—Parece que ha tenido problemas con su ordenador.
—Ninguno. Ni lo toco. Le dejo todo el trabajo de ordenador a mi hermana. Angelina es diplomada en informática. Hay uno en la oficina y yo me mantengo alejado.
—Bueno, si algún día decide aprender, llámeme. Yo trabajo haciendo páginas web.
—Gracias, pero dudo que necesite sus servicios. ¿Cuántas habitaciones hay arriba?
—Cinco dormitorios y dos baños. Uno de ellos se comunica con el dormitorio principal. La tercera planta es la buhardilla.
—¿Cuántas habitaciones quiere que mire?
—Quiero que me diga si alguna necesita alguna reparación importante. Hay goteras en dos de los dormitorios y en uno de ellos ya se ha levantado el yeso. Quiero empezar a pintar y a empapelar lo antes posible.
—Creo que no debe decorar nada hasta que evaluemos todos los daños. Cuando se quita el yeso viejo, se ensucia mucho —la miró a los ojos y ella sintió que todos sus sentidos se ponían en estado de alerta. ¿Por qué ese hombre la ponía tan nerviosa?
Ella asintió.
—Iré a echar un vistazo —él salió de la habitación y ella lo siguió. Cuando llegaron a la escalera, él se detuvo. Ella no, y chocaron. Él la agarró antes de que ella perdiera el equilibrio—. Será mejor que se quede aquí. Estas escaleras no son seguras, y hasta que no estén arregladas no quiero que las use.
Shelby sintió el calor de su roce y perdió el deseo de discutir. Él se volvió y continuó subiendo. Shelby lo observó subir de manera atlética