Rafe la sujetó.
—A mi abuelo le dieron un Corazón Púrpura porque le habían disparado —los niños exclamaron mientras se pasaban la medalla de uno a otro.
—Durante meses, yo no sabía si Enrico había conseguido salvarse. Al cabo de un año, la guerra terminó —se le llenaron los ojos de lágrimas—. Pensaba que debía estar muerto, porque me había prometido que nunca se olvidaría de mí.
—Pero no estaba muerto —dijo Rafe animándola.
Vittoria tomó la mano de su nieto.
—No, pero no sabía nada de él. Lo esperaba. Para entonces, mi padre había organizado mi boda con Giovanni Valente.
—Pero tú no querías casarte con él —comentó Rafe.
—No, Rafe, yo no quería a Giovanni, quería a Enrico. Mi familia quería que me casara con él porque era rico. Incluso durante la guerra, la familia Valente consiguió mantener sus viñedos. Nosotros no teníamos nada excepto el juego de anillos de rubí que se guardaban para cuando se casara la hija primogénita. Y esa era yo. Y mi padre ya le había dado los anillos a Giovanni.
Ella se entristecía al pensar en ello. Utilizó el tejido de seda blanca del paracaídas de Enrico para confeccionar el vestido de boda. Al menos llevaría algún recuerdo de su verdadero amor.
—Y el abuelo volvió a rescatarte.
Vittoria sonrió. Había contado tantas veces esa historia a sus hijos, y a sus nietos.
—Sí, regresó la semana de mi boda.
Recordaba aquel día perfectamente. Casi se desmayó cuando Enrico volvió a por ella. La tomó entre sus brazos y la besó hasta que ella se percató de que no estaba soñando. Él había vuelto, como había prometido.
—Vuestro abuelo me pidió que me casara con él, pero mi padre insistió en que yo estaba prometida con otro. Enrico no se detuvo por eso. Fuimos juntos a dar explicaciones a la familia Valente. Giovanni estaba furioso porque no me casara con él, pero al fin accedió a romper el compromiso. Juró que nunca amaría a otra mujer y se negó a devolver uno de los anillos. Se lo puso en el dedo meñique para recordar a su novia robada. La madre de Giovanni echó una maldición sobre los anillos diciendo que hasta que no se encontraran de nuevo, ni los Covelli, ni sus hijos serían afortunados en el amor.
Durante todos esos años, Vittoria había sufrido profundamente. Abrió la caja otra vez y sacó el anillo. Aunque Enrico nunca había creído en el maleficio, Vittoria sentía que algo había ensombrecido su amor. Tuvo problemas para concebir a sus hijos, pero por fin tuvo dos niños. Su hijo Rafaele casi no llega al altar con su novia, María. ¿Serían las consecuencias del maleficio?
Rafe se puso de rodillas.
—¿Puedo verlo?
Vittoria abrió la caja para mostrar el rubí y los diamantes engarzados en un anillo de oro. Cuando los dos anillos estaban juntos, quedaban preciosos. La última vez que eso había sucedido era hacía más de cincuenta años.
—¡Caramba! Me apuesto a que vale más de un millón de dólares.
—Oh, Rafaele. Este anillo es el símbolo del amor, y eso no tiene precio. El amor verdadero es lo único que romperá el maleficio y hará que los dos anillos se junten otra vez.
Capítulo 1
TENÍA más de cien años, pero Stewart Manor aún era un sitio bonito para contemplar.
Rafe Covelli condujo su camión a través de las puertas de hierro y se quedó mirando el edificio de tres plantas. Años atrás ese sitio era una de las casas reales de Haven Spring. Ni la pintura vieja ni las tablillas que faltaban escondían la belleza de la arquitectura.
Lo había fascinado desde que era niño. Paseaba con su bicicleta por allí y se quedaba mirando a la casa, que parecía encantada, preguntándose cómo sería vivir en un sitio como ese. Se había imaginado un montón de pasadizos secretos, habitaciones ocultas y fantasmas.
Por supuesto, nada era verdad. La casa se construyó para un rico hombre de negocios, William Stewart, que fue alcalde de Haven Spring a principios de siglo. Su hijo, William Junior, y su esposa vivieron allí junto a su hija, Hannah. Rafe recordaba que de niño la señorita Hannah le parecía simpática. Ella nunca se casó y vivió en esa casa hasta que murió tres años atrás.
Un primo lejano heredó la propiedad, pero no quería la casa y la sacó a subasta. El emblema del pueblo se vendió por una pequeña fracción de su valor. Era la primera vez que alguien que no perteneciera a los Stewart viviría allí.
Rafe detuvo el camión frente a la casa y vio que había una mujer en el porche. Estaba a punto de conocer a la nueva vecina de Haven Spring, la señora Shelby Harris.
Tomó su carpeta y se bajó del coche. Caminó hasta la escalera del porche.
—¿Señora Harris? —levantó un poco la gorra que llevaba el logotipo de Covelli and Sons—. Soy Rafe Covelli.
La mujer aparentaba tener unos veintitantos años.
—Gracias por venir, señor Covelli.
—No hay de qué. Estaba trabajando por la zona. Estamos restaurando las fachadas de las casas que hay al principio de la calle.
Rafe subió las escaleras y se encontró cara a cara con la mujer. Eran casi de la misma altura. La miró y vio que tenía las piernas muy largas, cubiertas por un par de vaqueros. Le miró la cintura y más tarde la camiseta de algodón que resaltaba sus pechos. Notó que se le aceleraba el pulso. Había pasado mucho tiempo desde que alguien así había llegado al pueblo. La última fue Jill Morgan, quien se acababa de casar con Rick, el hermano pequeño de Rafe.
Rafe la miró a la cara y al ver que tenía los ojos verdes más bonitos que había visto nunca, le dio un vuelco el corazón.
Ella se puso nerviosa y miró hacia otro lado.
—Como le dije por teléfono, tengo intención de convertir Stewart Manor en un hostal.
Rafe dio un fuerte silbido.
—Ya le expliqué que eso llevará mucho trabajo. Y dinero.
—No me da miedo trabajar, señor Covelli —dijo ella—. Pero si no puede hacerse cargo del trabajo…
—No he dicho que no pueda hacerme cargo del trabajo —salió del porche y miró la fachada alumbrada por el sol de agosto. Comenzó a calcular qué cosas necesitaban atención inmediata. Era necesario reparar los aleros de la planta superior, la madera estaba deteriorada por el tiempo y en algunos puntos comenzaba a pudrirse. Esa era la especialidad de Rick, quizá podría llevar allí a su hermano para que hiciera ese trabajo. El tejado estaba en malas condiciones y había que cambiarlo. Por tanto, habría goteras en el interior.
Miró a la mujer.
—¿De cuánto tiempo y dinero dispone, señora Harris?
—De eso quería hablar con usted.
Por la expresión de su cara, él supo que tendría problemas. Maldita sea. Había visto esa expresión tantas veces en la cara de su hermana. Era algo serio. Ocurría algo y él no estaba seguro de querer saber qué era.
—De acuerdo, dígamelo.
Ella tensó los músculos de la espalda.
—Me he gastado la mayor parte del dinero en comprar esta casa. Hasta dentro de un mes no tendré más. En este momento tengo que ser comedida, así que pensé que quizá podríamos llegar a un trato.
Rafe sabía que debía darse la vuelta, subir al camión y marcharse. Ya tenía