La vuelta a España del Corto Maltés. Álvaro González de Aledo Linos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Álvaro González de Aledo Linos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги о Путешествиях
Год издания: 0
isbn: 9788494202735
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seguridad, no nos gustaría haber estado en su pellejo al recordar lo que estábamos pasando nosotros ¡con el viento a favor!

      Para el día siguiente planificamos el salto hasta Figueira da Foz, más de 80 millas, aprovechando que el pronóstico daba dos días más de vientos del Norte, pero después se pronosticaba un role al Sur que, si fuera de la misma intensidad que los que estábamos conociendo, nos obligaría a permanecer en puerto. Nos levantamos a las 5:30 obsesionados por la distancia que teníamos que hacer, pero nos precipitamos porque estábamos listos y desayunados antes de que saliera el sol y no queríamos salir de noche de ese puerto que tiene una entrada en la que se atraviesan las olas y rompen con facilidad. Esperamos a la salida del sol y al final hizo un día delicioso, y la navegación también aunque muy larga. Hicimos todos los cambios posibles de velas: espí y génova en orejas de burro, mayor y génova ídem, mayor en 1º y 2º rizos y génova enrollado o entero, espinaker solo, etc. La vela mayor, faltándole un sable, pintaba peor pero funcionaba suficientemente bien. El sol, los cúmulos de buen tiempo, el viento de fuerza 5 por la popa, los surf sobre las olas, la velocidad que no bajaba de 6 nudos, etc., ahora sí que recordaban a los vientos alisios, por lo menos los que conocimos en el Atlántico en la travesía de Cádiz a Martinica. Lo único ajeno eran los múltiples palangres que debíamos esquivar constantemente que, naturalmente, no existen en las travesías del Atlántico. Ese día volvimos a hacer algún pico de más de 10 nudos.

      Llegamos a Figueira da Foz otra vez casi de noche. Allí no había puerto pesquero, además, en Povoa de Varzim se nos habían quitado las ganas de intentar de nuevo amarrar a los pesqueros. La marina está a media entrada y en la orilla Norte de una ría que, a veces, debido a las crecidas de río y la marea vaciante, puede tener corrientes en contra de 7 nudos que impiden la entrada. Por suerte no fue el caso, porque el siguiente puerto estaba a 30 millas y no nos quedaban más fuerzas después de más de 13 horas navegando y comiendo poco. También hay un puerto de mercantes, justo frente a la marina en la orilla Sur de la ría, que esperan muy cerca de la playa a poder entrar a puerto. La playa ocupa un largo tramo de la costa al Sur de la ría, tras ella existe uno de los bosques de coníferas más grandes de Europa. Cuando sopla viento del Oeste o hay fuerte oleaje de ese sector se forman olas rompientes en la entrada, que puede llegar a estar prohibida si se considera peligrosa. Para ello existe un semáforo en el Fuerte de Santa Catalina, a babor de la entrada, que muestra un código de señales para indicar si la entrada está prohibida (una esfera negra o luces verticales roja, verde y roja) o si es peligrosa (esfera negra a media asta o luces verticales verde, destellos rojos y verde). Si no hay ninguna señal es que se puede entrar. Estas señales es obligatorio respetarlas; ya os imagináis con qué angustia escrutábamos con los prismáticos el Fuerte de Santa Catalina, pues de ellas dependía que pudiéramos entrar a puerto a descansar, ducharnos y cenar en sitio seguro, o tener que seguir navegando 30 millas de noche. Por suerte pudimos entrar. Inmediatamente dentro de la ría, al Sur del gran rompeolas, había una aglomeración de barquitas de pesca locales, algunas fondeadas en el canal principal de navegación (que está prohibido) seguramente por ser el único lugar algo resguardado en muchas millas a la redonda donde poder pescar con esas embarcaciones tan pequeñas. Esquivándolas como pudimos mientras bajábamos las velas, llegamos a la entrada de la marina.

      La marina está un poco antes del puente de la autovía (Ponte Nova) que impide a los veleros navegar más río arriba. Su entrada tiene una fuerte corriente transversal originada por las mareas y la vaciante del río. Nos dirigimos al pantalán de espera, justo al pie de las oficinas, donde hicimos los trámites curiosamente ante la Policía Marítima (personal militar y uniformado) en lugar de ante el personal civil de la marina como estábamos acostumbrados. Existe un único pantalán muy alargado (300 metros) del que reservan las plazas más alejadas para los barcos de paso. Al ver que había plazas vacías más cerca de la entrada al pantalán y, por tanto, más cerca de todas las instalaciones que necesitábamos (aseos, cafetería, etc.) preguntamos por la posibilidad de utilizar una de esas. Al contestarnos que no y preguntar la razón, nos dijeron que donde estábamos, más cerca de las oficinas y por tanto del servicio de guardia, nos vigilaban mejor (¡!). Gente desconfiada, pensamos, lo que se confirmó con la anécdota siguiente. En todas las marinas se paga por el pantalán y se deposita una fianza por las llaves del pantalán y los aseos. Esta fianza se reintegra al devolver las llaves. El militar que nos atendía me pidió el dinero de la fianza (30 €) en metálico y su importe justo, me abrió un sobre de ventana entre sus dos manos para que metiera yo el dinero sin tocarlo él, me lo mandó cerrar a mí y firmar encima de la solapa. Cuántas precauciones innecesarias, pensé, suponiendo que era para que el visitante tuviera la seguridad de que el dinero que le devolvieran por la mañana en un sobre cerrado era el suyo. Y no necesitaría tantas garantías, pensaba. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando al día siguiente me devuelve el sobre abierto (con el dinero, eso sí). Luis y yo no dábamos crédito a lo que veíamos. ¿Habría una cámara oculta? ¿Era para comprobar si el dinero era falso? ¿Para ver si contenía rastros de droga que hubiéramos tocado nosotros? En las siguientes escalas preguntamos a distintas personas de las sucesivas marinas si comprendían este extraño proceder, nadie se lo explicaba.

      El pantalán tenía los servicios habituales pero no wifi, para lo que había que desplazarse a la cafetería de la entrada del pantalán. Al explicarles nuestra situación, la necesidad de informar a nuestras familias de nuestro destino y dado que la cafetería estaba llena, amablemente nos dejaron instalarnos para escribir el blog en un saloncito particular con decoración náutica de lo más coqueta. La mesa tenía bajo un cristal una colección de nudos marineros, en el salón había un compás de mercante, diversas ruedas de timón, fotos antiguas del pueblo, etc. Como habíamos llegado tan de noche tampoco pudimos ir a visitar el pueblo.

      Al estudiar en Internet el pronóstico para el día siguiente vimos que los vientos del Sur que nos temíamos no se confirmaban. Por eso planificamos para el día siguiente (que ya nos habíamos resignado a pasar en puerto) una etapa “corta”, unas 30 millas, hasta Nazaré. Salimos de Figueira sin prisa, a las 9:30, con una brisa del Norte muy favorable. Nada más salir de puerto nos cruzamos con la flota pesquera que regresaba de faenar. Nos llamó la atención el tipo de bote auxiliar que usan para pescar. Es un bote enorme, posiblemente más grande que el Corto Maltés, que mide aproximadamente un tercio de la eslora del barco principal. Lo llevan subido en la cubierta de popa, asomando su propia popa sobre el agua, en una imagen desproporcionada casi cómica. Volvían a toda velocidad con las ganas lógicas de regresar a casa.

      Nuestro trayecto ese día fue sencillísimo. Si el anterior habíamos hecho todas las combinaciones posibles de velas, ese día sacamos el espí en Figueira y no lo tocamos hasta Nazaré, a rumbo directo y a unos 6 nudos. En los veleros es molesto estar tanto tiempo sentados en la bañera, entre otras cosas porque la superficie antideslizante de toda la cubierta es muy agresiva y se te acaba clavando en la piel de las posaderas. Este día inventamos un sistema para descansar de estar tanto tiempo sentados: cruzamos una escota del winchi de babor al de estribor con un poco de comba, y yendo de pie nos agarramos a la escota de la misma manera que se hace en las zódiac cuando van a toda velocidad sobre las olas. Ir agarrado te ayuda a guardar el equilibrio y puedes hacer toda la guardia de pie; de verdad que se agradece.

      Al principio de la tarde llegamos a Nazaré. Decimos al principio de la tarde y no la hora exacta porque no sabíamos ni en qué hora vivíamos. Después de tres días en Portugal nos enteramos que era una hora menos que no habíamos corregido. Nazaré es ahora un puerto moderno. Cuando lo conocí hace unos años subían los barcos de pesca para descargar arrastrándolos por la playa con un tractor. Y antes de eso, con bueyes. En los recuerdos turísticos hacen alusión a este pasado, con grabados en elementos de cerámica, postales, cuadros, pañoletas, etc., mostrando el tiro de bueyes arrastrando a los barcos por la playa. El puerto tiene su bocana abierta al Noroeste, justo el sector de donde viene en esta costa el viento y el oleaje dominante. A pesar de esta circunstancia, es uno de los puertos más seguros de la costa atlántica de Portugal, casi nunca está cerrado y se puede entrar cuando en otros puertos vecinos y más grandes sería una temeridad. Obedece en primer lugar a que una milla más al Noroeste hay un cabo que protege la entrada de puerto de los elementos y, en segundo lugar, y principalmente, a la naturaleza de los fondos frente a la costa. El Canhao de Nazare (canal de Nazaré) es un profundo canal que discurre