La vuelta a España del Corto Maltés. Álvaro González de Aledo Linos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Álvaro González de Aledo Linos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Книги о Путешествиях
Год издания: 0
isbn: 9788494202735
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viento de proa en esta costa de la península e íbamos a intentar evitarlo como a la peste. Nuestra siguiente cita con las chicas era el 23 de junio en la desembocadura del Guadiana, para remontarlo hasta su cabecera o hasta donde lo permitiera su caudal.

      Como la primera etapa de Portugal era larga (143 millas hasta Figueira da Foz) salimos de Vigo temprano, a las 7:00 h, después de izar en el obenque de estribor la bandera de cortesía de Portugal que nos había hecho Ana. Pensábamos emplear media hora en salir de la ría y tardamos casi 4 horas. El viento venía de proa (del Oeste-Noroeste) con fuerza 5, las olas del mismo sector de 2-3 metros (fuerte marejada) y la marea creciente también de proa. Salimos de la ría con un tiempo lluvioso, frío, dando pantocazos y bordos interminables, con la mayor en el segundo rizo y el motor, y en alguno de los bordos apoyando un poco con el génova parcialmente enrollado. Además, a la entrada de la ría hay una boya cardinal Oeste separada dos millas de tierra, que no se puede atajar porque marca un bajo donde hay varios naufragios de los que intentaron el atajo, que debíamos dejar por babor antes de cambiar el rumbo hacia el Sur. Superar aquella boya fue un ejercicio de modestia ante los elementos y de confianza en los cartógrafos, porque a la vista teníamos aguas aparentemente libres de peligros hacia el Sur, que era nuestro rumbo ansiado desde que salimos de puerto, pero nos veíamos obligados a seguir dando bordos hacia el Oeste con todos los elementos viniendo de proa. Además, justo pegado a ella discurre el dispositivo de separación de tráfico de los mercantes que entran y salen de Vigo; por suerte, no nos cruzamos con ninguno, porque si, además de lo que ya teníamos, hubiéramos tenido que jugar a esquivar a los mercantes no habríamos salido de la ría hasta el mediodía.

      Ya fuera de la ría pudimos tomar rumbo Sur, y a ese rumbo, con el viento del Noroeste de fuerza 5-6 por la aleta de estribor, pudimos quitar el motor y navegar a muy buena marcha (siempre más de 6 nudos) con la mayor en el segundo rizo y el génova más o menos al 50%. El resto del día transcurrió con vientos fuertes del Oeste, pero sobre todo con unas olas atlánticas de 2,5 a 3 metros (fuerte marejada a mar gruesa) que daban bandazos al barco como si fuera una coctelera. En varias ocasiones embarcamos alguna ola, bien porque clavábamos la proa en la ola anterior al salir lanzados en un surf, bien porque nos alcanzaba una rompiente por la popa o por la aleta, en ambos casos dejándonos calados o haciéndonos resbalar por la bañera. Entre el retraso de la salida de Vigo y las condiciones de mar que nos estábamos encontrando que, entre otras cosas, no permitían usar el timón automático y nos obligaban a gobernar a mano desde el exterior, no nos pareció prudente navegar de noche ya que los elementos no se apaciguaban al atardecer y preveíamos una noche en las mismas condiciones. Cambiamos nuestro puerto de destino por Povoa de Varzim, a 63 millas de Vigo. Realmente daba un poco de miedo mirar a estribor. Los timoneles que antiguamente llevaban los barcos por el cabo de Hornos tenían prohibido, bajo penas severas, mirar a popa; era para que no se asustasen al ver las olas que les alcanzaban. A nosotros nos pasaba igual ese día pero por estribor.

      Alrededor de las 14:30 estábamos a la altura de la desembocadura del río Miño, y abandonábamos las aguas españolas. Aunque el río Miño es navegable, su desembocadura está llena de bancos de arena que cambian continuamente por lo que solo debe intentarse la entrada con buen tiempo y cartas actualizadas. La guía Imray dice textualmente:

      La entrada es difícil y puede ser peligrosa, habiéndose cobrado más de un yate así como numerosas embarcaciones locales. Es una alternativa solo con tiempo de calma y con poco o ningún oleaje. Una vez dentro, en caso de que se formen vientos u oleaje del Oeste, un yate puede quedar atrapado durante días. Hay muchas rocas, bajos y bancos en los alrededores, y en el propio río los bancos de arena cambian de lugar y las corrientes aumentan mucho de velocidad en la estrecha entrada, especialmente después de las lluvias. Una vez dentro del canal, no hay boyas ni otras señales de canal.

      Con esta descripción apocalíptica comprenderéis que abandonamos nuestra idea original de acercarnos al menos hasta la Insua Nova, una isla baja en mitad de la desembocadura, ocupada en su totalidad por un fuerte de piedra, que tiene una imagen espectacular vista desde cualquiera de las orillas del río. Con pena decidimos pasar de largo, contentándonos con despedirnos de España haciendo un gesto al Monte Santa Tecla, de 350 metros de altura y con unas antenas en la cima, el último accidente geográfico de España antes de entrar en Portugal. No quisimos acercarnos a menos de 5 millas de la costa por si algo nos salía mal que los elementos no nos arrojasen contra la orilla.

      Nos turnábamos a la caña cada hora. Había que salir con el traje de aguas completo y las botas Katiuskas, así como toda la colección otoño-invierno puesta, además del chaleco y el arnés. El que no gobernaba se quedaba dentro para intentar descansar, pero te ponía nervioso el ruido de los pantocazos y el silbido de la jarcia. La utilización de la cocinilla se hacía de rodillas, pues ni siquiera la cincha antiescoras te daba estabilidad, y descubrimos la única forma estable de comer para poder disponer de las dos manos: sentado en el suelo, haciendo cuña entre las rodillas que se calzaban en el borde del mueble del fregadero y la espalda que se calzaba en la puerta del baño.

      Llegamos a Povoa de Varzim a las 20 h, casi de noche. Al parecer tiene una vista preciosa de las casas y el casino que bordean la playa, pero entre la oscuridad del anochecer y que en el extremo del dique de abrigo se forman rompientes con cualquier clase de oleaje, no pudimos disfrutar de las vistas concentrados como estábamos en la navegación. Además, la guía advertía la existencia de fondos “sucios” (quiere decir con rocas u obstáculos) hasta 30 metros mar adentro en el lado Sur. Tras pasar el dique de abrigo nos dirigimos al muelle pesquero. Era nuestra primera recalada en Portugal y todavía desconocíamos las costumbres de ese país, así que intentamos quedarnos con los pesqueros como siempre. Pero aquí los pescadores (por lo menos en esta primera impresión) no fueron tan amables como en España y nos mandaron a la marina deportiva. También pudo influir la dificultad con el idioma, que nos vieran como extranjeros o la simple extrañeza de ver un velero tan pequeño por esos mares. De todas maneras no nos importó ir a la marina porque al ser nuestro primer puerto extranjero convenía dejar los papeles a las autoridades y esto lo hacían a través de la marina.

      Al aproximarnos a ella nos hizo gestos el marinero de guardia (Bruno) pues las oficinas ya estaban cerradas, indicándonos el amarre que debíamos ocupar. Enseguida vino Bruno a bordo con una carpeta de documentos para hacernos in situ la entrada en el país y los papeleos de la marina. El atraque es en pantalanes relativamente cómodos, con agua, electricidad, wifi (aquí pronuncian “guayfay”) y barato (8,5 € la noche). No había gasolinera, pero habíamos navegado casi todo el día a vela y podíamos prescindir de repostar. Descubrimos el invento que han aplicado para evitar la suciedad de las gaviotas en los pantalanes: es como un tendal por encima de todo su recorrido, hecho con un sedal de pesca casi invisible, donde se tropiezan con las alas si intentan posarse. Debe dar buen resultado pues lo vimos posteriormente, con distintos diseños estructurales, en casi todas las marinas de Portugal. Sin embargo la zona técnica y comercial es la mínima expresión de una marina, pues no estaba asfaltada, los barcos se situaban en un desorden sistemático, y no había ningún servicio, ni siquiera un bar o supermercado. Los aseos estaban limpios y en las proximidades había un intercambio de libros entre navegantes, una costumbre muy arraigada en otros países (no tanto en España) que permite renovar la biblioteca de a bordo sin coste. Se coge uno y se deja otro, sin más trámites. Posteriormente lo vimos en muchas marinas de Portugal, el único problema para nosotros es que la mayoría estaban en inglés. Íbamos tan apresurados de tiempo para cenar, actualizar el blog y tranquilizar a nuestras familias, y por el madrugón que nos teníamos que dar al día siguiente, que ni siquiera disfrutamos de las duchas. Al hacer recuento de los daños de esa navegación registramos una rotura en la vela a nivel de la camisa del sable superior, que había salido despedido y faltaba de la vela, y que se había soltado una bisagra de la tapa del banco sobre el pozo del fueraborda como consecuencias de las vibraciones y los pantocazos. Lo anotamos todo en la lista de bricolajes pendientes. Preguntamos a Bruno cómo se iba a la ciudad, solo nos indicó el camino para la zona del casino y los restaurantes. ¿Con qué pinta nos vería? Lo que necesitábamos era una cena rápida para no cocinar a bordo. Nos tomamos un plato combinado en el primer bar que salió a nuestro encuentro y volvimos al barco sin ni siquiera visitar el pueblo, que por cierto, quedaba bastante alejado. En el pantalán de al lado había amarrado un barco inglés