Los sermones no lo pueden hacer. Alléguense a la gente dondequiera que se halle, por medio de la obra personal. Relaciónense con ella. Esta obra no puede realizarse por representación. El dinero prestado o dado no puede hacerla, como tampoco los sermones predicados desde el púlpito (OE 196).
El canto en la obra misionera. Hay poder en el ministerio del canto. Los estudiantes que hayan aprendido a cantar dulces himnos evangélicos con melodía y claridad, pueden hacer una buena obra como evangelistas cantores. Hallarán muchas oportunidades para emplear el talento que Dios les ha dado y llevarán melodía y alegría a muchos lugares solitarios, oscurecidos por el pesar y la aflicción, cantando para quienes rara vez tienen el privilegio de asistir a una iglesia.
Estudiantes, salgan a los caminos y los vallados. Esfuércense por alcanzar a los de las clases superiores tanto como a los de las clases humildes. Entren en los hogares de los ricos como en los de los pobres, y cuando se les presente la oportunidad, pregunten: “¿Le agradaría que cantásemos algunos himnos evangélicos?” Entonces, cuando los corazones se enternezcan, se abrirá el camino para que eleven cortas oraciones pidiendo la bendición de Dios. Muy pocos se negarán a escuchar. Este tipo de ministerio es genuina actividad misionera (CM 533, 534).
Un amplio campo de obra práctica. Hay un amplio campo de trabajo tanto para las hermanas como para los hombres. Se necesita la ayuda de todos: de la cocinera eficiente, la costurera, la enfermera. Enséñese en los hogares humildes la forma de cocinar, la forma de coser la ropa y de remendarla, cómo atender a los enfermos, cómo cuidar el hogar adecuadamente. Aun a los niños debiera enseñárseles a hacer algunos mandados de amor y misericordia para los menos afortunados que ellos.
Otros tipos de utilidad se presentarán delante de quienes estén dispuestos a cumplir los deberes que están más cerca de ellos. No se necesitan ahora eruditos y elocuentes predicadores, sino humildes hombres y mujeres semejantes a Cristo.
Trabajen desinteresada, amante y pacientemente por todos aquellos con quienes se relacionan. No muestren impaciencia. No profieran ni una palabra áspera. Exista el amor de Cristo en vuestro corazón, la ley de la bondad en vuestros labios (RH, 7-8-1913).
El empleo de nuestros días feriados para el trabajo misionero. Hay otras clases de trabajos. Algunos son capaces de estudiar las Escrituras y comunicar a otros lo que creemos. Pueden ser canales de luz y un consuelo precioso para algunas pobres almas desanimadas, que parecen ser incapaces de aferrarse a la esperanza y ejercitar la fe. Otros debieran investigar y estudiar cómo pueden prestar servicios al Señor. Si quienes trabajan tiempo completo, con excepción de los domingos y feriados, en vez de gastar tiempo en su propio placer lo usaran para ser una bendición para otros, serán de utilidad en la causa de Dios. Con su ejemplo ayudará a otros a hacer algo que redunde para la gloria de Dios. Presten atención a las palabras del apóstol inspirado: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” [1 Cor. 10:31]. De esa manera, un principio viviente se hará presente en vuestra activa vida diaria: el de ser buenos y hacer el bien...
No será posible que todos dediquen todo su tiempo a la obra, debido al trabajo que deben hacer para ganar su sustento diario. Sin embargo, éstos disponen de sus feriados y oportunidades que pueden dedicar a las tareas cristianas, y a hacer el bien en esta forma si no pueden dar mucho de sus recursos (Carta 12, 1892).
Las horas que con tanta frecuencia se dedican a las diversiones que no refrigeran ni el cuerpo ni el alma, debieran dedicarse a visitar a los pobres, los enfermos y los dolientes, o a ayudar a algún necesitado ( JT 2:514).
Asistencia social en sábado. De acuerdo con el cuarto mandamiento, el sábado fue dedicado al descanso y el culto religioso. Todo asunto secular debía ser suspendido, pero las obras de misericordia y benevolencia estaban en armonía con el propósito del Señor. Estas obras no estaban limitadas ni por el lugar ni por el tiempo. Aliviar a los afligidos y consolar a los tristes es un trabajo de amor que realmente honra el santo día de Dios (RTC, Nº 4, p. 46).
Los métodos de visitas diarias. Quienes sientan el peso de las almas sobreellos, salgan y hagan la obra de casa en casa, y enseñen a la gente precepto sobre precepto, un poquito aquí y un poquito allí, guiándola gradualmente a una luz plena de la verdad bíblica. Esto es lo que teníamos que hacer en los primeros días del mensaje. Cuando se lleven a cabo fervientes esfuerzos, el Señor hará que su bendición descanse sobre los obreros y sobre quienes están buscando entender la verdad, tal como está en la Palabra de Dios.
Hay preciosas verdades, gloriosas verdades en la Palabra de Dios, y es nuestro privilegio llevar esas verdades delante de la gente. En aquellos lugares donde muchos no pueden asistir a reuniones alejadas de su hogar, podemos llevarles la verdad personalmente y trabajar con ellos con sencillez.
¡Qué luz hay en la Palabra! Leemos en Isaías: “Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión” [Isa. 58:1]. Esta es la obra que hemos de hacer. Noten la expresión: “Mi pueblo”. ¿Por qué el profeta debía decir “mi pueblo”? No estaban caminando de acuerdo con la luz de la verdad, pero Dios deseaba salvarlos de sus pecados. La verdad había de serles llevada nuevamente en su sencillez.
El mensaje del tercer ángel debe ir a toda gente, y Cristo ha declarado que ha de ser proclamado en los caminos y en los senderos. “Clama a voz en cuello, no te detengas”, ordena Dios. Esto significa que dondequiera que ellos presenten la verdad, ya sea ante una congregación, en público o de casa en casa, han de presentarla como está revelada en la Palabra de Dios (Manuscrito 15, 1909).
No hemos de esperar que las almas vengan a nosotros. No hemos de esperar que las almas vengan a nosotros; debemos buscarlas donde estén. Cuando la Palabra ha sido predicada en el púlpito, la obra sólo ha comenzado. Hay multitudes que nunca recibirán el evangelio a menos que éste les sea llevado (PVGM 181).
Trabajen de casa en casa sin descuidar a los pobres, que generalmente son pasados por alto. Cristo dijo: “Me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres” [Luc. 4:18], y hemos de hacer lo mismo (RH, 11-6-1895).
“¡Estoy perdido! ¡Y usted nunca me amonestó!” Vayan a los hogares aun de quienes no manifiestan interés. Mientras la dulce voz de la misericordia invita al pecador, trabajen con toda la energía del corazón y el cerebro como lo hizo Pablo, quien, “de noche y de día, no” cesaba “de amonestar con lágrimas a cada uno” [Hech. 20:31]. En el día de Dios, cuántos nos enrostrarán y dirán: “¡Estoy perdido! ¡Estoy perdido!, y usted nunca me amonestó; nunca me suplicó que fuera a Jesús. Si yo hubiera creído como usted, habría seguido a cada alma que tenía que hacer frente al juicio y que hubiera estado dentro de mi alcance con oraciones y lágrimas y amonestaciones” (Ibíd., 24-6-1884).
La relación del trabajo de casa en casa con nuestra propia espiritualidad. Visiten a sus vecinos en una manera amigable y traben relaciones con ellos... Quienes no quieren hacer este trabajo, quienes actúan con la indiferencia que algunos ya han manifestado, pronto perderán su primer amor y comenzarán a censurar, criticar y condenar a sus propios hermanos (Ibíd., 13-5-1902).
La obra no es insulsa ni falta de interés. Todos los que se mantienen en comunión con Dios hallarán abundancia de trabajo que realizar para él. Quienes obran con el espíritu del Maestro, y tratan de alcanzar a las almas con la verdad, no encontrarán aburrida, penosa o insulsa la obra de atraer las almas a Cristo. Se les ha encargado una obra como mayordomos de Dios, y recibirán más y mayor vitalidad al entregarse por entero al servicio de Dios. Abrir las Escrituras para que otros las conozcan es una tarea que llena de gozo (TI 9:96).