Los doce enviados a trabajar de casa en casa. En esta primera gira, los discípulos debían ir solamente a donde Jesús había estado antes y había conquistado amigos... No debían permitir que cosa alguna distrajese su atención de su gran obra, despertase oposición o cerrase la puerta a labores ulteriores. No debían adoptar la indumentaria de los maestros religiosos ni usar atavío alguno que los distinguiese de los humildes campesinos. No debían entrar en las sinagogas y convocar a las gentes a cultos públicos; sus esfuerzos debían limitarse al trabajo de casa en casa... Debían entrar en la morada con el hermoso saludo: “Paz sea a esta casa” [Mat. 10:1-13; Luc. 10:1-10; 10:5]. Ese hogar iba a ser bendecido por sus oraciones, sus cantos de alabanza y la presentación de las Escrituras en el círculo de la familia (DTG 317, 318).
Igualmente los setenta. Llamando a los doce en derredor de sí, Jesús les ordenó que fueran de dos en dos por los pueblos y las aldeas. Ninguno fue enviado solo, sino que el hermano iba asociado con el hermano, el amigo con el amigo. Así podían ayudarse y animarse mutuamente, consultando y orando juntos, supliendo cada uno la debilidad del otro. De la misma manera, envió más tarde a los setenta. Era el propósito del Salvador que los mensajeros del evangelio se asociaran de esta manera. En nuestro propio tiempo la obra de evangelización tendría mucho más éxito si se siguiera fielmente este ejemplo (Ibíd., 316).
Pablo iba de casa en casa. De la misma manera, Pablo en su trabajo público iba de casa en casa predicando el arrepentimiento y [retorno] a Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo. Se encontraba con los hombres en sus hogares y les suplicaba con lágrimas, declarándoles todo el designio de Dios (RH, 24-4-1888).
El secreto del poder y éxito de Pablo. En una ocasión, declaró Pablo: “Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciamos y enseñaros, públicamente y por las casas...” [Hech. 20:18-20].
Estas palabras explican el secreto del poder y el éxito de Pablo. No rehuyó nada que fuese útil para el pueblo. Predicó a Cristo públicamente, en los mercados y las sinagogas. Enseñaba casa por casa, valiéndose del trato familiar del círculo del hogar. Visitaba a los enfermos y tristes, confortando a los afligidos y animando a los oprimidos. Y en todo lo que decía y hacía predicaba a un Salvador crucificado y resucitado (YI, 22-11-1900).
Pablo también tuvo acceso a otros mediante su oficio. Durante el largo período de su ministerio en Efeso, donde por tres años realizó un agresivo esfuerzo evangélico en esa región, Pablo trabajó de nuevo en su oficio...
Algunos criticaban a Pablo porque trabajaba con las manos, declarando que era incompatible con la obra del ministerio evangélico. ¿Por qué Pablo, un ministro de la más elevada categoría, vinculaba así el trabajo mecánico con la predicación de la Palabra? ¿No era el obrero digno de su salario? ¿Por qué se dedicaba a hacer tiendas en el tiempo en que a todas luces podía dedicarse a algo mejor?
Pablo no consideraba perdido el tiempo así empleado. Mientras trabajaba con Aquila se mantenía en relación con el gran Maestro, sin perder ninguna oportunidad para testificar a favor del Salvador y ayudar a los necesitados. Su mente estaba constantemente en procura de conocimiento espiritual. Daba instrucción a sus colaboradores en las cosas espirituales, y ofrecía también un ejemplo de laboriosidad y trabajo cabal. Era un obrero rápido y hábil, diligente en los negocios, ardiente “en espíritu, sirviendo al Señor” [Rom. 12:11]. Mientras trabajaba en su oficio, el apóstol tenía acceso a una clase de gente que de otra manera no hubiera podido alcanzar...
Pablo trabajaba algunas veces noche y día, no solamente para su propio sostén, sino para poder ayudar a sus colaboradores. Compartía sus ganancias con Lucas, y ayudaba a Timoteo. Hasta sufría hambre a veces, para poder aliviar las necesidades de otros. La suya era una vida de abnegación (HAp 289, 290).
El ejemplo práctico de Pablo de sostenerse con su trabajo. Pablo dio un ejemplo contra el sentimiento, que estaba entonces adquiriendo influencia en la iglesia, de que el evangelio podía ser predicado con éxito solamente por quienes quedaran enteramente libres de la necesidad de hacer trabajo físico. Ilustró de una manera práctica lo que pueden hacer los laicos consagrados en muchos lugares donde la gente no está enterada de las verdades del evangelio. Su costumbre inspiró en muchos humildes trabajadores el deseo de hacer lo que podían para el adelanto de la causa de Dios, mientras se sostenían al mismo tiempo con sus labores cotidianas. Aquila y Priscila no fueron llamados a dedicar todo su tiempo al ministerio del evangelio; sin embargo, estos humildes trabajadores fueron usados por Dios para enseñar más perfectamente a Apolos el camino de la verdad. El Señor emplea diversos instrumentos para el cumplimiento de su propósito; mientras algunos con talentos especiales son escogidos para dedicar todas sus energías a la obra de enseñar y predicar el evangelio, muchos otros, a quienes nunca fueron impuestas las manos humanas para su ordenación, son llamados a realizar una parte importante en la salvación de las almas.
Hay un gran campo abierto ante los obreros evangélicos de sostén propio. Muchos pueden adquirir una valiosa experiencia en el ministerio mientras trabajan parte de su tiempo en alguna clase de labor manual; y por este método pueden desarrollarse poderosos obreros para un servicio muy importante en campos necesitados (Ibíd., 292, 293).
Ir con el espíritu del que estaba investido Pablo. Alléguense hasta sus prójimos uno a uno, acérquense muy junto a ellos hasta que sus corazones se enfervoricen con vuestro interés y amor desinteresados. Simpaticen con ellos, oren con ellos, vigilen las oportunidades que tengan de hacerles bien y, en cuanto puedan, reúnan a algunos y abran ante sus mentes entenebrecidas la Palabra de Dios. Manténganse vigilantes, como quienes deben rendir cuentas por las almas de los hombres, y aprovechen al máximo los privilegios que Dios les da de colaborar con él en su viña espiritual.
No descuiden el hablar a sus prójimos, y realizar en su favor todas las bondades que estén a su alcance para que por todos los medios puedan salvar a alguien. Necesitamos buscar el espíritu que constriñó al apóstol Pablo a ir casa por casa, predicando con lágrimas y enseñando el “arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” [Hech. 20:21] (RH, 13-3-1888).
Las primeras obras en la iglesia del Nuevo Testamento. Las primeras obras de la iglesia se vieron cuando los creyentes buscaron a sus amigos, parientes y conocidos y, con corazones desbordantes de amor, les contaron la historia de lo que Jesús era para ellos (SpT “A”, Nº 2, p. 17).
El éxito del plan del Nuevo Testamento. Mientras más de cerca se siga el plan del Nuevo Testamento en la obra misionera, más éxito habrá en los esfuerzos que se hagan. Deberíamos trabajar como lo hizo nuestro divino Maestro, sembrando las semillas de la verdad con cuidado, ansiedad y abnegación. Debemos tener la mente de Cristo para que no nos cansemos en el bien hacer. Él tuvo una vida de continuo sacrificio para bien de otros. Debemos seguir su ejemplo (T 3:210).
CAPÍTULO
8
Obra e influencia de las sociedades de beneficencia Dorcas
Devuelta a la vida para continuar su obra. En el curso de su ministerio, el apóstol Pedro visitó a los creyentes en Lida. Allí sanó a Eneas, que durante ocho años había estado postrado en cama con parálisis. “Y le dijo Pedro: Eneas, Jesucristo te sana; levántate, y haz tu cama. Y en seguida se levantó. Y le vieron todos los que habitaban en Lida y en Sarón, los cuales se convirtieron al Señor” [Hech. 9:33-35].
En Jope, ciudad que estaba cercana a Lida, vivía una mujer llamada Dorcas, cuyas buenas obras le habían conquistado extenso afecto. Era una digna discípula de Jesús, y su vida estaba llena de actos de bondad. Ella sabía quiénes necesitaban ropas abrigadas y quiénes simpatía, y servía generosamente a los pobres y afligidos. Sus hábiles dedos estaban más atareados que su lengua.
“Y aconteció que en aquellos días enfermó