Entretanto, Harris había continuado su carrera con gran placer. Le parecía que de repente se había vuelto un ciclista más fuerte y más capaz en todos los sentidos. Así que dijo, dirigiéndose a lo que creía que era su mujer:
—Hacía meses que no encontraba la bicicleta tan ligera. Creo que es este aire, me hace mucho bien.
Luego le dijo que no se asustara y que le iba a enseñar lo rápido que podía pedalear. Se inclinó sobre el manillar y se entregó con todas sus fuerzas. La bicicleta brincaba por la carretera como un ser vivo, granjas e iglesias, perros y gallinas se le venían encima y quedaban atrás. Los viejos se detenían a mirarlo, los niños lo vitoreaban.
Así recorrió unas cinco millas. Luego, según explica, nació en su interior la sensación de que algo iba mal. El silencio no le sorprendía, pues el viento soplaba con fuerza y la bicicleta traqueteaba bastante. Fue como una sensación de vacío lo que se apoderó de él. Tanteó hacia atrás con la mano, pero allí no había nada. Saltó, o más bien cayó al suelo, y miró hacia atrás por el camino. Nada, solo la blancura del sendero que se extendía a través del oscuro bosque, y no podía distinguirse alma alguna. Volvió a montar y encaró la colina en dirección contraria. En diez minutos llegó al lugar donde la carretera se dividía en cuatro. Desmontó y trató de recordar qué camino había tomado.
Mientras pensaba, pasó un hombre sentado de lado en un caballo. Harris le detuvo y le explicó que había perdido a su mujer. El desconocido no pareció ni sorprendido ni apenado por él. Mientras hablaban pasó otro granjero a quien el primer hombre le explicó el asunto, no como un incidente, sino como una buena historia. Lo que pareció sorprender al segundo fue que Harris armara un jaleo por ello. Harris no sacó nada en claro ni de uno ni de otro, y los maldijo mientras volvía a montarse en el tándem y encaraba el camino de en medio. A mitad de la colina encontró a dos chicas y a un muchacho entre ambas. Por lo que se ve, estaban sacándole el mejor partido. Les preguntó si habían visto a su esposa. Ellos le preguntaron cómo era. Pero Harris no sabía suficiente holandés para describirla con propiedad, todo lo que pudo decirles fue que era una mujer muy guapa, de mediana estatura. Evidentemente, esto no los satisfizo. La descripción era demasiado general, cualquier hombre podía decir lo mismo y de esta manera quizá tomar posesión de una esposa que no era la suya. Le preguntaron cómo iba vestida y por nada del mundo fue capaz de recordarlo.
Dudo que ningún hombre pueda recordar cómo va vestida una mujer diez minutos después de haberla dejado. Recordaba una falda azul y algo que la completaba hasta llegar al cuello, una blusa, sin duda. También recordaba vagamente un cinturón. Pero ¿qué clase de blusa? ¿Verde? ¿Amarilla? ¿Azul? ¿Con el cuello cerrado o con un lazo? En el sombrero ¿llevaba flores o plumas? Por cierto, ¿llevaba sombrero? No se atrevía a decir nada por miedo a cometer un error y que lo enviaran decenas de millas por el camino equivocado. Las dos jóvenes empezaron a reír, lo cual, dado su estado de ánimo, irritó a Harris. El joven, que parecía deseoso de sacárselo de encima, le sugirió que preguntase en la comisaría de Policía del siguiente pueblo. Harris se dirigió allí. En la policía le dieron un trozo de papel y le dijeron que escribiera una descripción completa de su esposa, junto con los detalles de cuándo y cómo la había perdido. Él no sabía dónde la había perdido, todo lo que podía decir era el nombre del pueblo donde habían almorzado. Estaba seguro de que estaba allí con ella y de que habían salido juntos.
El policía miró con expresión de sospecha. Dudaba de tres cosas. Primera: ¿era realmente su esposa? Segunda: ¿la había perdido realmente? Tercera: ¿por qué la había perdido? De todos modos, con la ayuda del recepcionista de un hotel que hablaba un poco de inglés, Harris pudo vencer sus escrúpulos. Le prometieron hacer algo al respecto, y por la noche se la trajeron en un carro, junto con una cuenta de gastos. El encuentro no fue tierno. La señora Harris no es buena actriz y le cuesta mucho disimular sus sentimientos. En aquella ocasión, confesó después con sinceridad, no hizo nada para ocultarlos.
Una vez arreglado el asunto de las bicicletas, se presentó la eterna cuestión del equipaje.
—Supongo que será la lista habitual —dijo George disponiéndose a escribirla.
Eso se lo había enseñado yo. Y yo, por mi parte, lo había aprendido años atrás de mi tío Podger.
—Antes de empezar a hacer las maletas—solía decir mi tío—, haz una lista.
Era un hombre metódico.
—Toma un pedazo de papel —siempre empezaba por el principio—, escribe en él todas las cosas que puedas necesitar, luego repásalo y comprueba que no has puesto algo que en realidad no te hace falta. Imagínate en la cama, ¿qué llevas puesto? Pues bien, ponlo, y además pon una muda de recambio. Te levantas. ¿Qué haces? Te lavas. ¿Con qué te lavas? Con jabón. Pon jabón. Continúa así hasta que hayas terminado. Luego la ropa. Empieza por los pies: ¿qué llevas en los pies? Botas, zapatos, calcetines. Ponlo. Continúa hasta que llegues a la cabeza. ¿Qué necesitas además de la ropa? Un poco de brandy. Ponlo. Un sacacorchos. Ponlo. Ponlo todo, así no te olvidarás de nada.
Este es el plan que siempre seguía él. Hecha la lista, la repasaba cuidadosamente, como siempre aconsejaba, para ver si se había olvidado de algo. Después la leía de nuevo y tachaba todo lo que no era realmente necesario.
Y después perdía la lista.
—En las bicicletas solo llevaremos lo necesario para un día o dos —dijo George—. El resto del equipaje podemos mandarlo de una ciudad a la siguiente.
—Debemos ser cuidadosos —dije— Una vez conocí a un hombre que…
Harris miró su reloj.
—Ya nos lo explicarás en el barco —dijo—. Debo encontrarme con Clara en la estación de Waterloo dentro de media hora.
—No necesitaré media hora —dije—. Es una historia auténtica y…
—No la desperdicies —dijo George—. Me han dicho que hay noches lluviosas en la Selva Negra, entonces estaremos encantados de escucharla. Lo que tenemos que hacer ahora es acabar la lista.
Ahora que lo recuerdo, nunca pude acabar aquella historia, siempre hubo algo que me interrumpió. Y era realmente auténtica.
capítulo iii
El defecto de Harris. Harris y su ángel de la guarda. Un farol de bicicleta patentado. El sillín ideal. El repasador. Su ojo de águila. Su método. Su alegre confianza. Sus gustos sencillos y baratos. Su aspecto. Cómo librarse de él. George como profeta. El gentil arte de hacerse antipático en una lengua extranjera. George como estudiante de la naturaleza humana. George propone un experimento. Su prudencia. El apoyo de Harris asegurado, con ciertas condiciones.
Harris apareció el lunes por la tarde con un prospecto