Cartas a Thyrsá. La isla. Ricardo Reina Martel. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ricardo Reina Martel
Издательство: Bookwire
Серия: Libro
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417334307
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del comandador. Dejadme comenzar, pues el tiempo apremia y sin embargo… dispongo para ello de todo el tiempo del mundo ¡Qué tremenda ironía!

      Tenía quince años recién cumplidos cuando sucedió, fue en Jissiel la aldea vecina, escapó de la oscuridad y de repente se encontró con ella. Salió de una caverna malsana y oscura y ella estaba allí, en medio de la nada. No pudo, ni se atrevió a decir palabra alguna, pues salvo Latia, apenas había tenido posibilidad de entablar conversación con otra mujer, por lo que su timidez le delató. Alargó su mano y aceptó el regalo que esta le ofrecía. La criatura más hermosa de la tierra se encontraba frente a él; fascinado no podía apartar los ojos de ella, contemplándola enmudecido.

      Le llegó el amor de repente, como suele suceder, ese primer amor que nunca se olvida y cuyo néctar perdura embriagándonos para siempre. En el gesto tan simple de aceptar el pastelillo, en este sencillo gesto; el niño Ixhian aceptaba su destino. Sin opción, al no poderle responder, se atragantó todo de ella y desde ese día su alma quedó sellada y unida a la niña Thyrsá. En ese acto tan ingenuo, todo el rumbo de su vida cambió inesperadamente. Este sería y no otro, el principio de su historia y nacimiento.

      Había vivido en las profundidades de la Sidonia desde que tuvo uso de razón, era pues un refugiado de las Cavernas Amarillas, unas viejas minas de agua en desuso a las afueras de la pequeña aldea de Astry. Era pues un desprotegido, uno de los llamados huérfanos de la Sidonia. Un lugar destinado para los niños sin hogar, aquellos que no poseen casa ni familia, un refugio para niños desahuciados. Todos sus recuerdos le llevan allí, antes no había nada. Ya que jamás pudo recordar detalle alguno que le llevase a un tiempo anterior al de las cavernas.

      No fue un niño fuerte y no me refiero con ello a que fuese un niño enfermizo o débil, nada de eso. Nació asustado, con el terror metido entre las venas. El miedo le metía para dentro y los gritos de los otros niños le hacían retorcer de angustia, no podía soportarlo.

      Pasaba la mayor parte del día oculto en lo más profundo de la cueva, apartado del gentío y de la luz. Allí aprendió lo poco que sabía, mirándose a sí mismo y observándose a través del reflejo del agua estancada, alimentando su febril imaginación con los pocos recursos que disponía.

      Era la Sidonia un mundo laberíntico, forjado de manera natural por el curso del agua y el trascurrir del tiempo, en donde cientos de grutas se comunicaban entre sí ¿Quién decidía el habitáculo de cada niño? Todo era un misterio y enigma, nuestro niño siempre estuvo allí, ocupando el mismo lugar.

      El padre Amaro era el encargado y guarda de la comunidad, siendo este un anciano afanoso y de constitución ancha. Según se decía, había pertenecido a una antigua orden en el lejano País de la Roca. Era hombre serio y de rígidos principios, sin embargo era bastante usual el verlo perder la compostura, correr bebido y sin apenas poder mantenerse en pie, intentando interponer su particular modo de entender la paz y el orden entre los niños más traviesos. Siendo obvio de deducir que lo suyo no fue nunca la diplomacia ni la cordura, aunque tampoco se daba lugar para ello en aquel lugar, todo hay que confesarlo. Sin embargo, nuestro niño se mantenía al margen, pasando lo más desapercibido posible. Se le veía poco, tan solo en las horas que en repartían la ración de sopa y el trozo de pan, era cuando este asomaba la cabeza.

      Cada cierto tiempo llegaba un grupo de mujeres desde la aldea, que le obligaban a cambiarse de ropa y bañarse en grandes barreños de roble. Pero nuestro niño se escondía en lo más hondo de la cueva, ya que les tenía mucho recelo y desconfianza. Le horrorizaba pensar que le pudiesen sacar de su zona de confort y llevarlo lejos de allí.

      Debería ser bastante mayor cuando ocurrió lo de su primera relación, y desde ese momento comenzó un retraído atrevimiento con el otro, muy despacio en principio; hasta que definitivamente se atrevió a cruzar esa frontera, que delimita el contacto del aislamiento. Sin embargo el miedo no se marchó, sino que sencillamente se fue haciendo a la nueva manera de hacer. Era todo muy áspero, una especie de pequeño macizo de albero, conformado por derrumbados riscos amarillentos y profundas perforaciones. Sin duda que el agua debió de correr algún día por allí, hasta que aburrida de hacer siempre lo mismo, desvió su curso, estableciéndose un arenal baldío, salpicado tan solo por una enrevesada y fatigada higuera, cuyas ramas se arrastraban enmarañadas a ras del suelo, junto a varias chumberas torcidas y picoteadas por los insectos.

      Dewa, el Brujo

      A los siete años, aproximadamente, ocurrió un percance que lo cambió todo. El viejo Amaro trajo a dos amigos a visitar la Sidonia, mientras el niño dormitaba en lo más profundo de la caverna. Era un día que ardía en fiebres y en donde el pavor que precedía a su insólita enfermedad, le hundía en lo más recóndito del alma.

      Ixhian les vio llegar, percibiéndoles como si estos fuesen un espejismo. Avanzaban encorvados y con cuidado de no tropezar. Su fiebre le hacía delirar, distinguiendo sus imágenes deformadas como si fuesen fantasmas. Se sorprendieron y enfadaron mucho con Amaro, cuando lo encontraron en un lugar tan oscuro y abandonado, envuelto tan solo por un sucio y decrépito retazo de lino. Uno de los hombres se inclinó y alargó su mano, hurgando entre la ropa y colocándosela sobre la frente. Los ojos del niño, abiertos y aterrorizados debieron de sorprenderles, pues ambos hombres dieron un respingo y saltaron hacia atrás, asombrados.

      En ese instante, se puede hasta decir que tembló la tierra, percibiéndose un descomunal estremecimiento; cayendo una lluvia de arena, desde el techo de la caverna. Luego murmuraron entre sí, apresurándose en sacar al niño enfermo y consumido. Lo trasladaron a un extraño recinto rectangular de paredes lisas y blancas, nada comparable con el marco rocoso y triste de las cavernas. Le despojaron de la ropa y limpiaron el rostro con un paño mojado, a la vez que se oyó decir al más feo de los dos:

      —Sí, es él, no hay duda alguna, apenas le queda carne que vista sus huesos.

      —Partiré enseguida con la noticia, ella debe de ser la primera en estar al tanto de todo. Tú no te muevas ni separes un segundo de él, más te vale. No quiero que se pierda de nuevo —dijo el hombre de las pequeñas barbas y ojos de búho, al feo de su compañero.

      —A sus órdenes —le contestó el señor de prominente dentadura y ojo extraviado.

      Desde entonces, a partir de ese día, tuvieron en la Sidonia dos tutores, Amaro y Dewa; pues el señor de barbas y el más elegante de los dos, partió inmediatamente y no se le volvió a ver en mucho tiempo.

      Al brujo Dewa, todos los niños terminaron adorándolo, pues en pocos días, consiguió hacerse con la confianza y el dominio de toda la congregación. Feo a rabiar, larguirucho además de torcido, dentadura destacada y de ojo izquierdo extraviado. Sin embargo su poder de sugestión era tal, que ninguno de los niños se atrevía a mofarse de él.

      Daba forma a sus manos, formando una especie de trompeta que fijaba a su boca, tocando en las mañanas «el toque del cuerno», cuyo particular sonido emplazaba a los niños a la primera reunión obligada del día. Era como una especie de convocatoria en donde el loco de la Nanda, como también le llamaban los niños, pasaba revista y efectuaba una especie de recuento matinal. Nada más oír el extraño sonido, por llamarlo de alguna manera, acudían velozmente todos los niños a la plaza de Siria, alineándose frente al brujo. Proporcionándose un sinfín de codazos y empujones, con el único objetivo de conseguir un lugar privilegiado frente a él y con la esperanza puesta en que este fijase su atención en alguno de ellos. Algo realmente imposible, ya que con el estrabismo que este padecía, era imposible de conocer la dirección exacta de su mirada.

      Luego se inventó lo del desfile y más tarde se sacó de la manga «las canciones de la procesión» que consistían en circular cantando alrededor de la plaza, innovando gestos y posturas distorsionadas con su cuerpo. Mientras los niños le seguían alegres, tratando de imitarlo. Así, en un tiempo relativamente corto, se estableció una nueva gestión y un estilo de vida diferente, en la comunidad de los niños desahuciados. Consiguiendo el brujo modificar la conducta y disciplina de la Sidonia.

      Entre los cerros amarillos, se encontraba un círculo perfecto llamado la