Unos minutos más tarde, el informe del propio sheriff apareció en la pantalla, y Ben estuvo media hora leyéndolo con atención. No había nada fuera de lo común. Unos cuantos accidentes. Un ratón muerto en mitad de la autopista. Dos arrestos por conducción bajo los efectos del alcohol. Incidentes domésticos. Ben memorizó los nombres que aparecían en el informe e imprimió el documento para añadirlo a sus archivos. Hecho.
En la pantalla apareció una alerta sobre el tiempo, y Ben la leyó rápidamente. Después suspiró de alivio. La primera gran tormenta de la temporada, pero parecía que a ellos solo iba a afectarles ligeramente. Muy bien, porque se suponía que iba a golpear la noche de Halloween. Los pobres niños ya tenían suficiente con las calles empinadas del pueblo, los jardines en cuesta y los escalones helados que subían hasta las casas. Y los adolescentes tendrían la inevitable fiesta, ya que en aquel pueblo se había estado celebrando la misma fiesta de Halloween desde tiempos inmemoriales, y él no quería que volvieran conduciendo a casa durante una tormenta de nieve.
Con una sonrisa reticente, Ben pensó en la fiesta de disfraces a la que había ido él cuando tenía dieciséis años, la última que habían conseguido celebrar en una de las viejas minas. Había sido estupenda, con un strip poker y tequila de contrabando. Y se alegraba con toda su alma de que hubiera sido la última; la idea de ir a una fiesta en una mina de plata abandonada le había parecido emocionante de niño, pero de adulto le daba mucho miedo.
Ben tomó nota de que tenía que ir a revisar los candados de las puertas de las minas en algún momento durante los cuatro días siguientes. Si algún niño ebrio se caía a un pozo de alguna mina, él se quedaría destrozado para el resto de su vida.
—Jefe, me voy a comer —le dijo Brenda, interrumpiendo sus pensamientos.
—Te acompaño fuera. Es hora de hacer la ronda.
Tomó su sombrero y miró por la ventana. Entonces, tomó también el abrigo acolchado del uniforme. Con nieve o sin ella, había llegado un frente frío que había hecho bajar las temperaturas.
—No habrás oído nada sobre las viejas minas, ¿verdad? He pensado en ir a revisar las puertas antes de Halloween. ¿Te acuerdas de aquella última fiesta a la que fuimos de niños?
Brenda sonrió de una manera extraña que le iluminó los ojos.
—Bueno, no sé lo que recuerda usted, pero mi noche terminó cuando Jess Germaine vomitó en mis botas nuevas.
—Es cierto. Tuve que llevaros a casa, y después lavar el coche de mi padre.
—Usted siempre fue un caballero.
Ben abrió la puerta y le cedió el paso con un guiño. Brenda se estaba riendo cuando pasó por delante de él, pero al intentar seguirla, él se chocó contra su espalda.
—Lo siento. ¿Qué ocurre?
—¡Hola! —les dijo Molly a los dos desde la acera.
Ben empujó suavemente a Brenda para que se apartara de la puerta y bajara los tres escalones que había hasta la acera. Molly les sonrió a los dos. Llevaba un gorro de lana rosa calado hasta las orejas, y un abrigo también de lana, muy femenino y demasiado blanco como para ser práctico, aunque por lo menos parecía caliente.
—Eh, mi amor —le dijo a Ben—. Me he enterado de que somos pareja. Te mueves muy rápido para ser un hombre tan grande.
Él se tropezó en el último escalón; el cemento debía de haberse hundido un poco aquel verano. Tuvo que bloquear las rodillas para no caerse.
—No tiene gracia —dijo Brenda—. El Jefe Lawson odia los cotilleos.
—Oh. Yo… Oh —balbuceó Molly—. Se me había olvidado por completo.
Ben negó con la cabeza.
—No pasa nada, Brenda. Te veré después.
Brenda se alejó apresuradamente, después de mirar con un gesto ceñudo a Molly.
Molly la vio marcharse.
—¿Brenda? Oh, Dios mío, ¿es esa Brenda White? Es igual que su… Eh, no importa. ¿No estaba en tu clase?
—Sí —dijo Ben, y miró por la calle en busca del viejo pickup de Miles.
—Ben, lo siento. Se me olvidó lo de tu padre. No quería que tú aparecieras en la columna de Miles.
—No es culpa tuya. Además, no pasa nada. Eso fue hace mucho tiempo.
Ella sonrió, y sus ojos brillaron una vez más, y Ben se quedó asombrado, de nuevo, al ver cuánto había cambiado. Ya no era insegura; más bien irradiaba seguridad en sí misma, como si la hubiera adquirido en su vida en la ciudad. Se había hecho dos coletas que le caían por el cuello. Parecía tan suave allí… muy suave…
—Bueeeno… Solo había venido para tomarte el pelo por lo del periódico, pero ahora quiero ver la comisaría —dijo ella, y miró hacia la puerta doble del local.
—Está igual que hace diez años.
—Bueno, no sé qué estabas haciendo tú en tu juventud, Ben, pero yo nunca entré en una comisaría. Era una buena chica.
Dios Santo. Él consiguió no ruborizarse en aquella ocasión, lo cual fue un gran alivio. Parecía que a ella le encantaba que se azorara.
Ben abrió la boca para explicarle que iba a irse a hacer la ronda y que no podía enseñarle la comisaría, pero entonces se dio cuenta de que tenía la nariz del color del gorro. Ella se agarró las manos, que llevaba dentro de unos mitones, y sopló contra ellas.
—Está bien. Entra —dijo él, y le hizo un gesto con la mano para que pasara por delante de él. La siguió y constató que sí, su trasero seguía siendo muy respingón con aquellos vaqueros ajustados. Redondo y delicioso. Dos pequeños globos de…
—Prohibido —murmuró.
Cuando Molly se volvió a mirarlo, él se limitó a agitar la cabeza.
Él estaba frunciendo el ceño, y claramente no lo estaba pasando bien. Molly sintió una punzada de culpabilidad.
Se le habían olvidado los problemas que Ben había tenido con su padre, y había hablado a la ligera sobre la columna del periódico. Todo había ocurrido cuando ella tenía doce años, y no había entendido muy bien el escándalo de que el señor Lawson tuviera una aventura con una adolescente. El señor Lawson, el director del instituto, teniendo una aventura con una estudiante. Qué pesadilla.
Ben le señaló el enorme mostrador de recepción.
—Durante el verano, la comisaría siempre está atendida, pero en invierno solo estamos los del pueblo. Todo el mundo sabe dónde puede encontrar a Brenda a la hora de comer.
—¿Es que solo trabajáis media jornada durante el invierno?
—No, tenemos a una oficial de Aspen que trabaja aquí durante el verano. Funciona perfectamente, porque ellos la necesitan para la temporada alta, y después, cuando se abre el paso, en primavera, ella viene aquí durante unos meses, y el resto de nosotros podemos trabajar a turno completo durante la temporada baja.
—Quinn me dijo que por aquí hay mucho más tráfico que antiguamente.
Ben asintió.
—Cada vez viene más gente a montar en bicicleta por la montaña, y las compañías de rafting se han expandido para ofrecer rutas en bici y han comprado más autobuses. Llevan a los ciclistas y las bicis hasta el inicio de la ruta, y después los recogen al final para hacerlo de nuevo. En mi opinión, es una manera excelente de romperse el cuello.
—El profesor Lógico, como siempre.
—Dios, nadie había vuelto a llamarme así desde que se mudaron tus padres —dijo él. Después la llevó por