—Aquí Lawson —dijo.
—Jefe —respondió su secretaria, recepcionista y telefonista—. Soy Brenda. ¿Está en casa?
—No, ¿por qué?
—Tenemos un pequeño problema. Andrew está en casa de los Blackmound, ayudando a reunir unas reses que se han escapado a través de la valla, y se ha quedado atascado un camión de mudanzas en Main Street. El coche de Jess Germaine está en medio, y él no responde cuando llamamos a la puerta.
Ben gruñó y aminoró la velocidad. Seguramente, aquel problema ya se habría resuelto cuando él bajara del risco, pero claro, si Jess estaba durmiendo la mona…
—Está bien. Estaré allí en veinte minutos. Llámame si aparece Jess.
—De acuerdo. No sé qué hace un camión de la mudanza ahí.
Él se puso tenso. Gracias a Dios que nadie conocía su breve historia con Molly, o habría murmuraciones de deleite por todo el pueblo.
—Ha vuelto Molly Jennings —explicó.
Y ya estaba causando problemas. Aquel iba a ser un invierno condenadamente largo.
Incluso después de llevar unas cuantas semanas vacía, la casa de la tía Gertie seguía impecablemente limpia. No había polvo ni pelusas por ningún sitio.
Y, seguramente, nunca volvería a estar así. Molly miró bien a su alrededor antes de desempaquetar su ordenador y colocarlo en un escritorio del comedor.
No tenía una mesa grande, ni sillas. Aunque su loft de Denver era lo que ella quería, tenía un tamaño pequeño. Así que el comedor de la tía Gertie ya no era un comedor, sino que se había convertido en el despacho de Molly. Su tía se habría quedado horrorizada.
Dejo mi hogar a mi sobrina nieta, Molly Jennings, con la esperanza de que abandone su desagradable vida de ciudad y retome el camino de Dios en el campo, lugar al que pertenece.
Molly sonrió y agitó la cabeza. Oh, claro que había vuelto al campo, pero había llevado consigo su desagradable vida de ciudad.
Encendió el ordenador y sonrió todavía más. Su trabajo se había visto interrumpido en Denver, a causa del estrés y la ansiedad constantes, pero allí… allí ya estaba recuperando la inspiración.
El misterio de cómo se ganaba la vida iba a adquirir una nueva dimensión allí en el pueblo, pero ella ya se había preparado. Y todos los cotilleos y las especulaciones merecerían la pena si Ben Lawson resultaba ser una musa tan maravillosa como había sido diez años antes. Sí, claro que sí.
Puso unas cuantas cosas en el escritorio y después abrió un documento nuevo. Sintió un cosquilleo en el estómago, que le recordó la alegría que le proporcionaba su trabajo hasta hacía seis meses. No era tan bueno como las relaciones sexuales, pero casi.
Su buen humor incipiente decayó al oír el sonido del móvil. Rebuscó el teléfono por su bolso y soltó un gruñido al ver quién llamaba.
—Magnífico.
Podría ignorarlo, pero él llamaría de nuevo. Y después llamaría otro. Y al final, llamaría Cameron.
Molly respondió sin molestarse por disimular su impaciencia.
—¿Qué?
—¡Hola, Molly! ¡Soy Pete!
—Ya lo sé.
—¿Cómo estás?
—Bien.
—¿De verdad te vas a quedar a vivir en las montañas? Espero que no. Durante el invierno es muy peligroso conducir por allí.
—Me he venido a vivir aquí, Pete. Ya está hecho.
—Ya veremos lo que piensas después de un largo y frío invierno.
Molly soltó un gruñido.
—Sé que solo soy una mujer indefensa e idiota, pero me crié aquí. Durante dieciocho años acumulé algunos conocimientos del medio.
—Bueno, has heredado una casa, ¡y eso es estupendo! Seguro que quieres probarla. Pero tu loft no se ha vendido todavía. No tienes por qué tomar ninguna decisión…
—¿Te ha dicho Cameron que me llamaras? —le espetó ella finalmente.
—¿Qué? No. Todos estamos preocupados por ti, Molly…
—¿Quiénes? ¿Cameron y su alegre camarilla?
—Vamos, Molly. Somos amigos. Yo solamente quería…
—No, Pete. No somos amigos. Si fuéramos amigos, yo te habría hecho una pulsera y te hubiera pintado las uñas de los pies. Nos habríamos reído de lo pequeño que era el pene de mi primer novio. Habríamos flirteado con otras personas mientras nos tomábamos una copa. Nosotros no somos amigos, Pete. Estábamos saliendo juntos. Hasta que alguien se metió en medio y te robó el corazón.
—¿Eh? A mí nadie me robó el corazón. Los dos decidimos que lo nuestro no funcionaba.
—Con «los dos» supongo que te refieres a Cameron y a ti…
—Eh, ¿qué estás insinuando?
—Estoy insinuando que Cameron te convenció para que me dejaras. Igual que ha convencido a todos los demás hombres con los que he salido desde que él y yo rompimos.
—¡Eso es una locura! —gritó Pete.
—Efectivamente. Aunque parece que ni a Michael, ni a Devon ni a ti os importa. Todos estáis demasiado entusiasmados por salir con el señor Personalidad Maravillosa. ¡Por Dios!
—Cameron tiene razón —murmuró Pete—. Tienes problemas.
—¡Sí! ¡Sí, tengo problemas! —gritó ella en el auricular, antes de que la línea se cortara. Molly miró el móvil con furia. La habían seguido hasta Tumble Creek, Cameron y su banda de exnovios de Molly.
No podía permitirlo. Tenía que deshacerse de aquel móvil. Ella tenía el mismo número fijo de su tía. Su hermano lo tenía. Su editor lo tenía. Y sus padres, que por fin habían superado su adicción a Cameron, lo tenían.
Cameron Kasten, el sargento supervisor Cameron Kasten, era el negociador de secuestros estrella del Departamento de Policía de Denver. Su trabajo consistía en manipular, coaccionar, seducir y negociar, y se le daba muy bien. Todo el mundo lo adoraba. Sus amigos, los amigos de ella, toda la policía. Los médicos de emergencias, los bomberos, los fiscales y todos los hombres con los que Molly quisiera salir.
Nadie creía que le estuviera destrozando la vida. No había podido convencer a Molly de que siguiera con él, así que había convencido a todos los demás de que salieran de su vida. Era atemorizante, frustrante. Cameron era como un remolino gigante que había succionado todas las relaciones sexuales y las había sacado de su vida.
O tal vez no todas.
Pensó de nuevo en Ben Lawson, en sus ojos castaños y sus manos, y en… Oh, en muchas más cosas. Él sería el broche de oro de aquella temporada de castidad. Solo tenía que mantener a Cameron lejos de Tumble Creek.
—Satán, aléjate —le dijo al teléfono mientras lo apagaba.
Molly había vuelto a Tumble Creek, en Colorado, y estaba lista a retomar las cosas justo donde las había dejado… con Ben Lawson desnudo y a su merced.
Solo que en aquella ocasión, sí sabía lo que tenía que hacer con él.
Capítulo 2
—¿Jefe?
Ben se despertó de la breve cabezada que estaba echando ante el ordenador.
—¿Sí?
Brenda