Casi había llegado a su furgoneta cuando apareció un pickup blanco por el oeste. Ralentizó la marcha y casi se paró ante el vehículo de Ben. A través de la ventanilla, él vio la cara arrugada de Miles Webster, el dueño del periódico del pueblo, que salía cada dos semanas, que estaba observando con curiosidad la escena.
—Mierda —susurró Ben.
Miró a los ojos a Miles, con cuidado de no mostrar nerviosismo ni culpabilidad. «No tienes nada contra mí, viejo», le transmitió con la mirada. Entonces, los ojos del hombre cambiaron de dirección, y Ben la siguió, volviéndose hacia la casa de Molly.
Ella estaba en el hueco de la puerta, saludando, con la luz de la mañana reflejándose en sus piernas.
—Oh, mierda —gruñó Ben.
Miles sonrió con petulancia cuando Ben se giró de nuevo, y después se alejó dejando una nube de humo de diésel.
Ben se las había arreglado para estar fuera de la sección de chismorreos del periódico durante treinta y dos años. El jueves siguiente, aquello iba a cambiar.
Y si había algo que él odiara más que los secretos era el escándalo.
Cuando Molly se sentó a trabajar aquella mañana, le pareció que su ordenador ronroneaba. O tal vez fuera su cuerpo. Había recuperado la inspiración, y lo notaba. Era magnífico.
Ya sabía de qué iba a tratar su siguiente historia. Habían pasado meses sin que se le ocurriera una sola idea, pero ahora ya lo sabía. Un vaquero serio y curtido. No, un momento. Un sheriff. Sin embargo, no en un pueblo de montaña. Ya había cometido antes aquel error. Usaría de nuevo a Ben Lawson, pero solo para conservar la inspiración, no como un hombre de carne y hueso hecho fantasía.
Su primera historia, la que la había convertido en una estrella, la que todavía se vendía mejor que ningún otro de sus libros… Aquella se parecía demasiado a la realidad como para sentirse cómoda leyéndola. Había escrito sobre Ben, sobre aquella noche. Incluso lo había identificado como el mejor amigo del hermano mayor de la protagonista. En un pequeño pueblo. En Colorado. Entonces, de repente, había vendido su primer intento en la ficción erótica, lo había visto publicado, y leído por miles de personas… y era demasiado personal. No podía contarle a nadie lo que había hecho.
El mayor secreto de su vida había sido completamente accidental, pero supuso que eso era lo mejor. Tenía una profesión maravillosa que adoraba, unos ingresos decentes y un poco de misterio para aderezar su aburrida existencia. Y además, acababa de recuperar su musa.
Aquel primer libro había sido el más inspirado de todos, pero tenía la sensación de que podía conseguir que aquel que iba a empezar fuera incluso mejor. Era mayor, y más sabia, y tenía unas cuantas buenas ideas de lo que quería hacer con cierto Jefe de Policía curtido y serio.
—Sheriff —se corrigió a sí misma—. El sheriff de un pueblo del Salvaje Oeste, con los ojos marrones y un corazón de acero. Y tal vez, con algunas necesidades algo pervertidillas que no puede satisfacer con las mujeres temerosas de Dios que viven en esa parte del país.
A Molly se le escapó una risita nerviosa. Oh, sí. El sheriff era un hombre solitario, hasta que una viuda misteriosa llegó para vivir a la casa de al lado. Una viuda que dejaba las cortinas abiertas por las noches, con las lámparas encendidas. Incluso un ángel tendría la tentación de mirar el espectáculo, y el sheriff estaba muy lejos de ser un ángel. Sin embargo, la exhibición indecente era un delito, y el policía tenía la determinación de hacer que ella pagara con su propia disciplina privada.
Se imaginó a Ben con los vaqueros, desabotonados, y con el sombrero de vaquero inclinado sobre la cara, y con nada más.
—Esto —murmuró Molly mientras tecleaba las primeras palabras— va a ser muy bueno.
Capítulo 3
Stripper.
Ben escribió aquella palabra en su cuaderno, con tinta negra, y la subrayó. Después, la tachó.
Eso no podía ser cierto. Sí, ella había empezado con alguna profesión misteriosa durante la universidad, y muchas universitarias buenas y estudiosas habían caído en la tentación de bailar a cambio de dinero. Sin embargo, eso no podía ser cierto. Allí no había clubs de ese tipo. Fuera lo que fuera lo que hacía Molly, tenía que ser algo que podía hacer desde casa. Hacer streaptease daba un buen dinero, pero ella no podía haber ahorrado tanto como para retirarse a los veintisiete años.
A menos que fuera una estrella que viajaba por todo el país y ganaba miles de dólares por bailar en los mejores clubs. Tal vez no debería haber desechado aquella posibilidad tan rápidamente.
O tal vez había visto demasiados programas especiales en la HBO durante su vida.
Ben lanzó el bolígrafo sobre el periódico que tenía abierto en el escritorio, y volvió a concentrarse en el ordenador para buscarla en Google por última vez. Su nombre figuraba en tinta en el periodicucho, junto al de Molly, y él quería averiguar su secreto antes de que lo averiguara Miles Webster.
El viejo Miles había destrozado los años de instituto de Ben. O, más concretamente, había sido su propio padre quien los había destrozado, y Miles Webster había magnificado alegremente cada momento doloroso, aireando todos los escándalos hasta el último detalle, fuera o no fuera cierto.
Ben había odiado a Miles durante años, tal vez porque le resultaba muy difícil odiar a su padre. Difícil, pero no imposible, y menos para un adolescente.
Sin embargo, había conseguido superar aquello. O pensaba que lo había conseguido, hasta que había visto su nombre en la columna de cotilleo de Miles y había empezado a tener ardor de estómago.
Y nuestro Jefe de Policía Lawson ha añadido un nuevo punto en su lista de deberes laborales esta semana. Ha formado el comité de bienvenida para la nueva habitante de Tumble Creek y la ha visitado a primera hora de la mañana para saludarla de manera amigable y minuciosa. ¿Y quién es ella? Nuestra querida Molly Jennings, que ha vuelto a su pueblo natal y que ha sido recibida con los brazos abiertos. ¡Consulten esta sección la semana que viene para tener más información sobre lo que ha estado haciendo Molly durante los últimos diez años!
—Más información —repitió Ben con desprecio. A Miles le iba a encantar aquello.
Qué fracaso. Él iba a tener que evitarla como si fuera la peste, por lo menos hasta que averiguara cuál era su secreto. ¿Y si ella había sido prostituta, por el amor de Dios?
—Has perdido la cabeza —se dijo. No iba a permitir que Miles lo volviera loco otra vez. Ahora era un adulto, no un niño atormentado.
—¿Jefe? —dijo Brenda desde la puerta—. No estará disgustado por esa columna, ¿verdad?
—No —dijo Ben. Cerró la página de Google y abrió el informe en el que se suponía que debía estar trabajando.
—Miles Webster no tiene derecho a cotillear sobre usted cuando usted está haciendo su trabajo.
—No pasa nada, Brenda. Sólo le estaba haciendo un favor a un amigo.
Ella asintió.
—¿Qué tal le va a Molly Jennings?
—Bien.
—Supongo que es… Debe de haber cambiado mucho después de haber vivido tanto tiempo en una ciudad grande.
Diferente. Ben frunció el ceño mirando el monitor. Sí, era diferente.
—¿Jefe?
—¿Qué? —preguntó él, y miró a Brenda. La vio agitar la cabeza y volver a su escritorio, que estaba en la entrada de la comisaría.
Ben se sentía disgustado consigo mismo. Se obligó a concentrarse en su trabajo del lunes. Terminó