Molly se rio tanto de su propia broma que tuvo que salir disparada al baño para hacer pis. Era demasiado íntimo, con Ben duchándose allí dentro, pero no pareció que a él le importara. Salió de la bañera justo cuando ella tiraba de la cadena, con una toalla por la cintura, y le hizo un gesto hacia el chorro de agua.
—Todavía queda agua caliente —le dijo, tan caballerosamente como siempre—. Esta noche solo voy a trabajar unas cuantas horas, así que estoy a tu disposición durante el resto del día. ¿Por qué tienes que ir a Grand Valley?
Molly entró en la bañera y se ajustó el grifo sobre la cabeza para ganar algo de tiempo.
—Yo… Eh… Necesito material de oficina. Y, ¿sabes? Tengo que trabajar un poco esta tarde, así que quiero ir por la mañana. ¡Tal vez podamos desayunar!
—Claro —dijo él.
Molly percibió el tono neutral de su voz. Ben estaba intentando tolerar de verdad el secretismo sobre su trabajo, y eso hacía que ella se sintiera peor. La noche anterior se había dormido pensando en distintas formas de contarle la verdad, imaginando la posibilidad de que él reaccionara positivamente a su carrera de escritora. Tal vez pudiera ir contándole las cosas paso a paso. Podía decirle que era una autora, y más tarde, explicarle exactamente sobre qué escribía.
Tal vez él no la acusara de producir pornografía para mujeres, ni indecencias. Tal vez se interesara. A él le encantaban los libros y le encantaba el sexo, después de todo. Si la conversación iba bien, ella podría darle uno de sus libros. Pero no el que había escrito sobre él. Podría ir dándole todos ellos uno a uno, y cuando él estuviera haciendo comentarios poéticos sobre su imaginación prodigiosa, su uso impresionante del lenguaje, cuando estuviera completamente abducido por el lado oscuro… Entonces le daría la Historia de Ben. ¡Demonios, en ese punto, tal vez él se sintiera incluso halagado!
Al pensar eso, le entró agua por la nariz y se atragantó, y Ben apartó la cortina de la ducha.
—¿Necesitas un flotador?
—Creo que cada vez que tenemos relaciones sexuales, se te contagia mi sentido del humor.
—Yo creo que soy una persona relajada, y que soy ingenioso por naturaleza.
—¡Ja! En realidad, tú siempre me has hecho reír. Cuando venías de camping con mi familia, me hacías reír tanto que me dolía el estómago —dijo ella, y sonrió al recordar todo aquello—. Recuerdo que pensaba que era raro que la gente de la escuela pensara que eras tímido. Pero cuando Quinn y tú entrasteis en el equipo universitario de baloncesto y empezamos a ir a los partidos, te vi relacionarte con otra gente y me di cuenta de que sí eras tímido.
—Prefiero pensar que era reservado. Y digno, si acaso sabes qué significa esa palabra.
Ella le salpicó con un poco de agua, con la esperanza de que quisiera vengarse y entrara en la ducha con ella, pero él la dejó en paz. En cuanto ambos estuvieron vestidos y arreglados, se pusieron en camino.
Hacía un día espléndido, soleado y frío. Un día de otoño perfecto, y ella estaba haciendo una escapada brillante, y su corazón volaba.
Desayunaron, compraron algunas cosas de escritorio y pasaron por una droguería para que Molly pudiera aprovisionarse de crema hidratante. Después pasearon en coche. Se limitaron a conducir.
Ben la llevó por todo el valle, un lugar al que no había vuelto desde la adolescencia. Siguieron el curso del río y vieron rebaños de alces que estaban paciendo y que no se asustaban por la proximidad del coche. Molly vio una familia de zorros jugando en la ribera opuesta, entrando y saliendo de un lecho de juncos secos, y se sintió muy, muy contenta de estar en casa.
El próximo verano iba a ir a caminar allí, a mojarse en el río, a disfrutar del contraste entre el agua helada del deshielo y el sol ardiente. Sus rayos la quemarían, y ella se marearía un poco con el aire de la montaña y después volvería a casa, y… y Ben no estaría allí.
Pero sí estaba a su lado en aquel momento, tomándola de la mano, y devolviéndole la vida que pensaba que había dejado atrás. Él estaba allí, y era perfecto.
Hasta que llamó Cameron. Aquel desgraciado.
Para ser exactos, no fue Cameron quien llamó, porque Molly había apagado su teléfono móvil y no estaba disponible. Pero Cameron no era un hombre común y corriente. Era un manipulador nato, y podía conseguir en muy poco tiempo que los policías de un pequeño pueblo hicieran su voluntad.
—Hola, Andrew —dijo Ben, respondiendo a su teléfono—. ¿Qué ocurre?
En cuanto Ben la miró, ella supo que tenía algo que ver con Cameron. Él hizo muchos sonidos de asentimiento, y fue entrecerrando los ojos poco a poco. Cuando detuvo el coche y giró para volver por donde habían llegado hasta allí, a Molly se le encogió el corazón.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó.
Pero Ben estaba demasiado ocupado gruñéndole algo a Andrew.
—Tendrá que esperar y verlo, ¿no? —bramó, antes de cerrar el teléfono de golpe y apretar el acelerador.
—¿Qué ocurre? ¿Ben?
—Tu novio está esperando en mi lugar de trabajo. Diciéndoles a mis empleados…
—Ben…
—No. Les está diciendo a mis empleados que está preocupado por ti, Molly, porque se suponía que tenías una cita muy importante con él, y has desaparecido.
—Lo siento muchísimo, yo no…
—Tú sabías que iba a venir, ¿no?
—Eh…
Él dijo «material de oficina» con saña, como si estuviera soltando una maldición, y Molly se encogió.
—Sí, es cierto. Sabía que tal vez iba a venir, y no estoy en Tumble Creek porque no quiero verlo.
—Dios Santo, Molly, esto no es el colegio. Si no te gusta alguien díselo. No salgas corriendo y te escondas para no tener una conversación de adultos.
Molly tomó aire.
—¿Cómo dices?
—Sé que tienes problemas de comunicación, pero…
—Me estás tomando el pelo.
—Claramente, tienes reticencias a la hora de decirle a la gente la verdad sobre las cosas…
Ella soltó un gritó de frustración y lo interrumpió.
—¿Por qué siempre tienes que pensar lo peor de mí?
—Oh, por el amor de Dios. Tu supuesto exnovio aparece para salir contigo en una ocasión importante, ¡y tú te escapas como si fueras una niña que no quiere que la castiguen! Ahora, todos mis oficiales creen que soy un tonto que no puede vigilar a su novia. ¿Cómo no voy a pensar mal?
—Vete a la mierda, Ben Lawson —dijo ella, y se volvió hacia la ventanilla.
Al garete con el día perfecto. Era difícil tener un día perfecto cuando una salía con un maníaco del control arrogante y dado a prejuzgar. Aunque eso no debería sorprenderla. Nunca, en toda su vida, nadie había esperado demasiado de ella, y después todos tenían la frescura de preguntarse por qué no compartía con ellos una de las partes más importantes de su mundo.
Solo porque intentaba no tomarse la vida demasiado a la tremenda, sus amigos y su familia suponían que no era capaz de ser seria, ni madura. Ni responsable. Demonios, ni siquiera podía alejarse de un exnovio canalla, así que, ¿cómo iban a creer que podía gestionar su vida?
Esa era una de las razones por las que guardaba sus secretos celosamente. Así no tenía que soportar las miradas de decepción de sus padres.
Había cambiado de asignaturas once veces en la universidad; no encontraba su pasión. Se había quedado tirada