—Mierda —musitó ella, y se dejó caer en una de las sillas mientras observaba con consternación la caja de Apple Jacks.
¿Por qué él tenía que hacerlo todo bien? Y ni siquiera de un modo inquietante. Si Cameron hubiera decidido hacerle el desayuno, habría pensado en un zumo de naranja y unos cruasanes. Tal vez, algunas frutas del bosque y una quiche.
Pero Ben no estaba intentando impresionarla. Solo la estaba cuidando, porque eso era lo que hacía normalmente. Era huraño y callado. Serio. Reservado. Y cuidaba de la gente.
Y la horrible verdad era que ya estaba enamorada de él. Pensar que podrían limitarse a tener unas relaciones sexuales divertidas había sido una idiotez. Claro que estaba enamorada de él; llevaba enamorada de él toda su vida.
Demonios, si nunca hubiera escrito su primer libro, si no hubiera plasmado algo que era tan obviamente sobre él, podría decirle la verdad y dejar que él decidiera si su carrera profesional era demasiado difícil de aceptar. Pero tal y como eran las cosas… No solo había violado su sentido de la privacidad, sino que también le había ocultado un problema que le concernía.
¿Qué podía hacer?
—Demonios.
Tal vez no tuviera que hacer nada. Tal vez Cameron apareciera allí y convenciera a Ben de que terminara con ella, como había hecho con los demás. Seguramente charlarían sobre la policía, y después agitarían la cabeza comentando las rarezas de Molly y estarían de acuerdo en que ella debía resolver algunos problemas importantes antes de poder tener una relación seria con alguien.
Solo con pensarlo se enfadó. Peló el plátano y empezó a darle mordiscos mientras se servía una taza de café.
Hombres. Si nunca hubiera escrito su primer libro, sería lo suficientemente buena para Ben, pero no tendría una profesión que le encantaba. Estaría trabajando como una esclava en una empresa de marketing o de ventas. No habría podido volver a vivir a Tumble Creek, así que de todos modos no habría tenido aquella oportunidad con Ben.
Dios Santo, odiaba la culpabilidad. Y odiaba las obligaciones, el compromiso y las discusiones. Se había dado cuenta enseguida de que no estaba hecha para las relaciones serias, y las cosas le habían ido bien hasta que Cameron Kasten había aparecido en su vida. Entonces, de repente, se había visto atrapada en una relación sin saber cómo había llegado allí. A aquel hombre se le daban muy bien los trucos, pero ella había conseguido librarse de él por pura fuerza de voluntad.
Tal vez pudiera hacer lo mismo en aquella situación, y librarse de la emoción que se había apoderado de ella. Tenía que conseguirlo rápidamente. Una buena idea, si no fuera porque esperaba con todas sus fuerzas que Ben no conociera a Cameron, y así, su aventura con ella continuara durante una temporada más.
Dios. Estaba totalmente atrapada.
Terminó de desayunar, se puso las botas, el gorro y el abrigo, y salió de casa de Ben. Se alegró de haber llevado las botas, porque había diez centímetros de nieve que lo cubría todo. Bueno, menos la calle del garaje de Ben, por supuesto. Él había apartado toda la nieve con la pala. En la calle de la anciana señora Lantern tampoco había nieve, y ella no tuvo que preguntarse quién la había quitado.
Se colgó la bolsa al hombro y echó a andar hacia su casa. Se concentraría en su libro y vería si podía terminar la primera versión aquel mismo día. Tenía que trabajar, y había otra gente importante en su vida. No solo existía Ben Lawson durante las veinticuatro horas del día.
—Exacto —se dijo—. Eres una mujer independiente. Con formación. Curvilínea. Una conversadora fascinante. Y tienes una situación económica muy cómoda.
Al pensar en el dinero, sacó el móvil de su bolso y lo encendió. Su editora le había prometido llamarla para darle las cifras de su última novela, y Molly se entusiasmó al ver el icono del mensaje brillando en la pantalla.
—Ooh. Dinero, dinero, dinero.
Sin embargo, el mensaje no era de su editora, sino de su madre. Molly lo escuchó, lo borró y la llamó.
—¡Molly! —gritó su madre—. ¡Estaba muy preocupada por ti!
—Lo siento, mamá. Estaba con Ben y…
—Ya lo sé. Me ha llamado esta mañana para decirme que estás bien.
—¿Cómo?
—Bueno, es que yo le dejé un mensaje en la comisaría.
—Mamá, ¿me estás tomando el pelo?
—Yo no bromearía con respecto a algo así.
Molly tomó aire y se contuvo para no gritarle a su madre.
—¿No habíamos aclarado ya que me causaste muchos problemas hablando con Cameron sobre mí?
—Ben Lawson es un buen hombre. Yo le limpié la nariz muchas veces cuando era pequeño.
—Sí, bueno, también querías a Cameron como a un hijo, o por lo menos eso es lo que me dijiste cuando rompí con él.
—No me gustó que invitara a tu padre a ese fin de semana de pesca. Yo tenía planeada una buena cena de aniversario.
Ah, Cameron había metido la pata con eso. Era difícil de creer que no hubiera memorizado una fecha tan importante como el aniversario de sus padres. Había sido el chico preferido de sus padres durante semanas después de que rompieran, pero se había convertido en persona non grata en cuanto se había llevado a su padre para un viaje de pesca improvisado. Su madre se había enrabietado, y finalmente había aceptado la realidad.
—¡Ya ni siquiera es tu novio! —exclamó.
Molly sonrió.
—He estado pensando —dijo su madre en un tono tenebroso—, que podría ser Cameron quien te está espiando.
Tú dijiste que…
—Dime que no le has contado nada a Ben.
—Molly, él es policía. Si…
—¡Dímelo!
Su madre resopló de indignación.
—Ni siquiera se me había ocurrido hasta hace media hora. No, no le he dicho nada.
Gracias a Dios. Ella no quería que Ben tuviera una discusión con Cameron, y menos si había alguna posibilidad de que él fuera el acosador.
Su madre se había quedado en silencio, lanzándole rayos invisibles a través del teléfono. Molly puso los ojos en blanco.
—Lo siento, mamá. Es que… este asunto de Cameron ha sido una pesadilla. Y no es él. No puede serlo. Así que…
—Bueno —respondió su madre, y suspiró—. Yo siento haber seguido hablando con Cameron por teléfono…
—Y recibiendo sus visitas —le dijo Molly.
Otro suspiro.
—Está bien. Siento haber sido amigable con él después de que rompierais. No estuvo bien.
—Bueno. No te preocupes tanto. Ese hombre es una fuerza de la naturaleza. Lo entiendo.
—Gracias, hija. ¿Por qué no te planteas mudarte con Quinn durante una temporada? No hay motivo para que…
—No.
—Entonces, con Ben.
—Mamá, llevamos viéndonos una semana. No me estarás sugiriendo que empiece a vivir en pecado tan rápidamente.
—Bueno, por lo que tengo entendido, ya habéis pecado mucho.
—Sí, nos hemos portado como conejitos desde que llegué al pueblo —dijo ella. En realidad era cierto, lo cual hizo más divertido el