Tendría que pensar bien si se lo contaba, o si no.
Lo segundo que Molly notó en su salón fueron las fotografías. Había muchísimas fotografías en blanco y negro, enmarcadas y colgadas por las paredes. La mayoría eran fotografías de naturaleza. Un azafrán de primavera entre la nieve. Rocas pulidas en el agua de un arroyo. El reflejo de una nube iluminada por el sol en el cielo azul.
Y más. Un ciervo corriendo por un campo blanco y puro. Un álamo que había perdido sus hojas.
—¡Ben, son preciosas!
Él gruñó alguna respuesta mientras entraba con su bolsa de viaje y la dejaba en el pasillo. Molly no se molestó en seguirlo. Estaba demasiado ocupada moviéndose de fotografía en fotografía, mirándolas todas.
Cuando oyó que él volvía a entrar en el salón, se lo quedó mirando boquiabierta.
—¿Las has hecho tú?
—Sí.
—¡Oh, Dios mío, Ben! ¿Cuándo empezaste a hacer fotografías? Estas son magníficas.
—Hace unos años. Hoy en día no es difícil aficionarse, con todas las cámaras digitales que hay, y las impresoras en color —dijo él, y se encogió de hombros—. No es nada del otro mundo. Hace que mis paseos por el monte sean más interesantes.
—¿Nada del otro mundo? Me estás tomando el pelo. ¿Las vendes?
—He vendido algunas en páginas web de fotografía, para cubrir los gastos de las cámaras, el papel fotográfico y la tinta.
Ella se dio cuenta de que Ben se había ruborizado un poco, y tuvo ganas de abrazarlo.
—Deberías exponerlas en la Feria de Arte de Aspen.
—¡Ja! —exclamó él, y se ruborizó aún más—. ¿Te apetece tomar algo? Tengo vino de botella, espero que no te importe.
—¡Vaya! Arte y vino del bueno. Eres un metrosexual, o algo así.
—Sí, me han crecido bastante las cutículas desde que se cerró el paso, pero intento arreglármelas.
Ella no pudo aguantar que fuera tan adorable ni un minuto más, y se arrojó a sus brazos. Él la agarró con un resoplido exagerado, pero ella se lo perdonó.
—¿Sabes lo sexy que eres? —le preguntó.
—Eh… Hace siglos que no me depilo las cejas.
Ella lo besó para que se callara, y funcionó. Ben comenzó a mover la lengua rápidamente, la agarró por las nalgas y la estrechó contra su cuerpo. Se besaron hasta que Molly se inclinó hacia atrás y le sonrió.
—Te eché de menos anoche.
—Yo también.
—¿Me vas a hacer fotos desnuda?
Él la soltó tan rápidamente que ella estuvo a punto de caerse.
—Por supuesto que no.
—Oh, vamos.
—Estás loca.
—Será divertido.
—Lo último que necesito son pruebas de mi vida sexual flotando por Internet.
—No tienes por qué enviármelas por correo electrónico, ni nada parecido. Y tú eres el único hombre del mundo a quien le confiaría mis desnudos.
—Ni lo sueñes.
—¿No quieres tener un recuerdo de nuestra aventura cuando termine?
Ben se dio la vuelta y se marchó a la cocina, y Molly tuvo que contenerse para no pedirle una foto suya desnudo para tener un recuerdo. No parecía que estuviera de humor para hacer de modelo.
Al pensar en Ben posando desnudo se echó a reír. Sin embargo, al verlo en la cocina su risa cesó de golpe. Él estaba apoyado en la encimera con la cabeza agachada y los hombros tensos. No se estaba riendo.
Molly tuvo un momento de pánico cuando él se giró a mirarla con unos ojos tan oscuros como una noche de tormenta. Ella no quería tener una conversación seria, no quería que la obligara a explicar exactamente en qué trabajaba, ni cuál podía ser su futuro.
—Deja que vea cuál es el vino que tienes —le dijo.
Ben se cruzó de brazos y siguió mirándola fijamente.
Molly se metió las manos en los bolsillos e intentó no darle la sensación de que se sentía culpable, pero al final, él se apartó de la encimera y fue a tomar una botella de vino blanco del frigorífico. Eso le dio a Molly la oportunidad de salir de la cocina y hacer un tour por el resto de la casa. En el pasillo había más fotos colgadas en las paredes, entre las puertas de uno de los baños y los tres dormitorios. Ella se detuvo ante el más grande de todos.
Estaba limpio, pero no perfecto. La cama estaba deshecha, y había un par de pantalones de deportes en el suelo. El cabecero de la cama era de troncos de pino gruesos y pulidos, y la colcha era de color marrón oscuro.
La habitación encajaba con él. Era sencilla, un poco dura, pero también suave en algunos detalles sorprendentes.
Había una fotografía junto a la cama, más grande que las demás. Aquella era en color. La imagen del atardecer, del sol poniéndose entre montañas sombrías, bajo un cielo azul marino.
Ben apareció y le entregó la copa de vino.
—Ben, tienes un gran talento. Deberías…
—Lo hago para mí. Es una de las pocas cosas con las que no tengo que estar en guardia.
—Bueno, yo no sabía que fueras un artista. Cada día que pasa te vuelves más sexy, Profesor. ¿Quieres que vayamos a la cama?
Él arqueó una ceja con irritación, y esa no era la reacción que ella esperaba.
—Había pensado que deberíamos hablar. Tener una conversación.
—Ah.
No se trataba de que ella no quisiera hablar con él, pero la cama era un territorio mucho más seguro. Una conversación con Ben era algo sincero, complicado y emocional. Peligroso. Tuvo la tentación de quitarse la camisa sin más, pero él volvió al salón, y ella tuvo que seguirlo.
Ben se sentó en el sofá y cruzó las piernas. Ella se detuvo para mirarlo, porque tal vez no hubiera otra noche como aquella, y era muy guapo. Él dio unos golpecitos en el asiento de al lado.
—Vamos, ven. Te prometo que no voy a intentar sonsacarte información sensible.
Ella volvió a pensar en quitarse la camisa, pero decidió que podía guardar aquel as en la manga si era necesario durante la conversación. Si él le preguntaba algo sobre Cameron, por ejemplo, o por su vida en el negocio del sexo.
—¿Cómo está tu madre? —le preguntó ella mientras se sentaba a su lado.
—Bien. Este año se jubila. Ha llamado para preguntar por ti.
—¿Y se ha enterado de todo?
—Parece que yo soy el último en conocer la existencia del Tribune online. Ella ha leído las historietas, y me ha llamado para decirme que siempre le caíste muy bien.
El corazón le dio un salto en el pecho al oír aquello.
—Tu madre es encantadora.
—Lleva un año saliendo con un hombre —dijo él de sopetón, como si todavía fuera una sorpresa.
—¡Es estupendo! —exclamó ella, y se echó a reír al ver la expresión dubitativa de Ben—. No me digas que es su primer novio desde tu padre. Vamos.