En el sector primario, la política agrícola, incluyendo la disponibilidad de la infraestructura rural, el crédito y la tenencia de la tierra, determinará la magnitud y la distribución de los beneficios económicos. Todas estas estrategias necesitan tener un componente regional así como uno global, debido a que los mercados de la bioeconomía se desarrollarán en una economía globalizada. Más allá del cambio en el enfoque y el alcance de las políticas, deben destacarse varias áreas para actuar. Dentro de ellas se encuentran la ciencia y la innovación, el desarrollo de los recursos humanos, la participación social y una serie de regulaciones e instrumentos de promoción, esenciales para asegurar un patrón de desarrollo de la bioeconomía sostenible y seguro.
Deben identificarse y promoverse dos dimensiones. No hay duda de que se necesitan la ciencia y los nuevos conocimientos para resolver los valores de la ecuación de producir “más con menos”, implícita en el concepto de la bioeconomía. Pero el nuevo conocimiento por sí solo no funciona si no se pone efectivamente a trabajar en la transformación de los patrones de producción. También existe la necesidad de que los actores económicos relevantes aseguren niveles adecuados de comportamiento innovador.
A pesar del relativo buen desempeño de los componentes clave de la bioeconomía tales como las aplicaciones de la biotecnología y las prácticas de ecointensificación, la infraestructura para la ciencia y la tecnología de la región de ALC es relativamente débil. El elevado uso de las aplicaciones de la biotecnología en el sector agrícola de la región es, de hecho, una gran ventaja con respecto a la experiencia logística y de campo en el manejo eficaz de uno de los componentes estratégicos de las nuevas estrategias de producción. Sin embargo, una mirada más cercana a la situación muestra que los sistemas de ciencia y tecnología regionales han tenido poca participación y además, la mayoría de las innovaciones involucradas han venido de fuera de la región. Las inversiones nacionales, tanto en ciencia como en tecnología, en general, y en los campos que tienen que ver con la biotecnología, en particular, son lastimosamente bajas (Trigo, Falck-Zepeda y Falconi 2010). Hasta el 2007, más del 80 % de las pruebas de campo de cultivos transgénicos y el 100 % de las variedades transgénicas eran tecnologías generadas fuera de la región. Esto refleja no solo bajo niveles de inversión en investigación en torno a la biotecnología –alrededor de los 130 millones de dólares para toda la región–,19 20 correspondientes a una cuarta parte de las inversiones de la corporación multinacional más grande. Además, la falta de inversiones significativas en investigación agrícola convencional está presente en la región, por lo que el índice medio de intensidad de investigación es un poco más del 1 %, pero con un gran número de países (ocho en una muestra de 15), que evidencia tasas de crecimiento negativas durante el primera parte de esta década –2001-2009– (Stads y Beintema 2009). La extensión de la insuficiencia de conocimientos derivados de esta situación surge del bajo nivel de la producción científica en la región. De acuerdo con un estudio reciente (Trigo 2012), el número total de artículos científicos publicados por investigadores e instituciones de la región, en fuentes referenciadas durante el periodo 2006-2011, es del mismo orden que la de países como Canadá o España, y solo una fracción de las publicaciones chinas se desarrolla en el mismo campo. Además, existen grandes diferencias dentro de la ALC, con solo Brasil, México, Argentina, Colombia y Chile que presentan cifras significativas (Trigo 2012). Una situación similar se registra en cuanto a las patentes en campos relevantes relacionados, que incluyen las áreas de cultivos y los procesos bioenergéticos (Cepal 2011).
La relativa debilidad de las inversiones en investigación agrícola convencional es probablemente más perjudicial en términos de una estrategia inmediata para el desarrollo de la bioeconomía, que los bajos niveles de inversión en este campo. Es cierto que las deficiencias en las capacidades biotecnológicas bajan el valor potencial de los recursos de la biodiversidad, pero experiencias en todo el mundo demuestran claramente que un país no necesita tener la capacidad de desarrollar las nuevas tecnologías para poder beneficiarse de ellas. De hecho, en muy pocos casos todo el ciclo es interno. La mayor parte del éxito en las variedades GM tiene vínculos de transferencia de tecnología internacionales fuertes y significativos (Trigo et al. 2002). Lo que es esencial es la capacidad de investigación convencional para realizar retrocruces de los nuevos genes en un acervo genético comercial bien adaptado a las condiciones locales. La investigación convencional también es esencial como fuente de conocimientos sobre los suelos, las plagas y otros tipos de información agronómica. Esto proporciona la base para prácticas de ecointensificación novedosas. De hecho, en el corto/medio plazo, el escenario más probable será la “hibridación” tecnológica, en la que las prácticas de ecointensificación y los enfoques biotecnológicos compartirán el escenario para mover los procesos a niveles más altos de productividad sostenible. A largo plazo, este último, sin embargo, será esencial para cumplir con las normas alimentarias duales de seguridad y sostenibilidad del medio ambiente implícitas en el concepto de bioeconomía (Trigo et al. 2009).
En el contexto anterior, un conjunto básico de preguntas que permiten avanzar hacia una bioeconomía sostenible se refiere a las áreas prioritarias de investigación que deben fortalecerse en el futuro (disciplinas, tipo de recursos, tipos de tecnologías, etc.), y a la búsqueda de criterios de inversión adecuados. También es fundamental una integración entre las ciencias básicas en el desarrollo de tecnologías y los sistemas de reparto y mecanismos eficaces de incentivos para que los actores productivos asuman los riesgos de incorporación a nuevos mercados: en la mayoría de los casos estos no están bien sintonizados. Los niveles de inversión en ciencia y tecnología, la colaboración interinstitucional, incluidas las empresas conjuntas público-privadas, entre otros, se convierten en elementos clave que deben ser reconocidos y tratados directamente si se desea establecer un ambiente apropiado para un sistema de investigación e innovación eficaz.
Recursos humanos y participación social
Una transición exitosa hacia la bioeconomía requerirá un intenso esfuerzo en el desarrollo de recursos humanos y en la mejora de los mecanismos de participación social. Los procesos de bioproductos requieren una nueva base tecnológica, que a su vez se refleje en una reorganización de la base de conocimientos científicos para la investigación y el desarrollo y también necesitan cambios en los niveles de producción y gestión ya que las bioestrategias son, por lo general, mucho más intensivas en conocimiento que los enfoques convencionales. Un buen ejemplo de estas tendencias son perspectivas agrícolas ecológicamente eficientes, en las que una innovación tecnológica exitosa sea altamente dependiente tanto de capacidades científicas biológicas sofisticadas como de recursos humanos necesarios en la producción (agricultores y servicios de extensión), capaces de entender y manejar la dinámica intrínseca de los procesos biológicos. A una escala más global, las bioestrategias también cambian los equilibrios establecidos en determinada sociedad (local, regional, nacional, internacional). Los patrones de acceso y de uso de recursos, la distribución de beneficios y muchos