Avanzar hacia una economía de nuevas industrias y cadenas de valor competentes y de base biológica, no solo exigirá más sistemas carbono-eficientes de producción primaria sostenible y cadenas alimenticias más productivas y resistentes, sino capacidades y políticas de innovación eficaces para movilizar la base de conocimientos necesaria. Por otra parte, ya está disponible, y será ampliado de forma continua, el acervo de conocimiento para muchos cambios urgentes. La cuestión no es si la ciencia puede ofrecerlo, puesto que la viabilidad técnica de los nuevos conceptos ha sido probada en la mayoría de los casos. Las principales limitaciones parecen estar en el actual nivel de comprensión de los procesos sociales y económicos implicados que acompañan la aparición de los nuevos sectores y modos de producción y las preguntas con respecto a cuáles son sus implicaciones, sus costos, las políticas y las instituciones necesarias para facilitar una transición rápida y equitativa. Una sociedad menos dependiente de los combustibles fósiles será una sociedad muy distinta a la que conocemos hoy en día: más descentralizada, menos dominada por producciones a gran escala para lograr eficiencia, con procesos cíclicos importantes, con diferentes redes entre sectores –rural/urbano–, y con diversas relaciones comerciales internacionales como consecuencia del cambiante equilibrio de los recursos estratégicos. Todo esto da lugar a un nuevo panorama económico (las ventajas comparativas, los países, los sectores, la competitividad de los productos) y requiere, como cualquier nuevo escenario, nuevas políticas, comunicación en las sociedades e instituciones que contengan, expliquen y orienten los comportamientos de los actores para optimizar los beneficios potenciales y minimizar los costos de transición para todos los involucrados.
Enmarcado en este contexto emergente, el presente artículo tiene como objetivo contribuir a la discusión de 1) cuáles deben ser los objetivos de la bioeconomía, dados los recursos y las condiciones específicas en América Latina y el Caribe (ALC) y 2) los que podrían ser los principales elementos de la agenda de discusión de “hacia una bioeconomía para ALC”, con un énfasis particular en el sector agrícola.10 En la consecución de estos objetivos, este documento está organizado en cinco secciones adicionales a esta introducción. La segunda es una breve discusión sobre algunas experiencias de bioeconomía existentes en ALC. Luego sigue un debate sobre cuestiones de seguridad alimentaria y la conexión/relación entre la bioeconomía y las oportunidades de desarrollo rural (sección 3) y una presentación de las rutas alternativas que podrían ser parte de la construcción de una bioeconomía en ALC (sección 4). La sección 5 describe escuetamente las implicaciones institucionales y las políticas necesarias para pasar de un enfoque convencional a uno bioeconómico y resume algunas de las restricciones que hay que afrontar para la implementación exitosa de estas estrategias. La sexta y la última sección ofrecen algunas observaciones finales para concluir el artículo.
Ventajas comparativas y experiencias pertinentes para la construcción de una bioeconomía en ALC
La región de América Latina y el Caribe está particularmente bien situada para contribuir y beneficiarse de la bioeconomía emergente. Su amplia y diversa base de recursos naturales –tierra, agua y diversidad biológica–, junto con una emergente economía y el crecimiento de los recursos humanos, proporcionan a la región los cimientos esenciales para una bioeconomía sólida. En su conjunto, está muy bien posicionada en términos de disponibilidad agrícola con más del 50 % de potencial agrícola (Cepal 2007), una situación solo comparable a los países de Europa del Este; pero lo más importante es que la disponibilidad de tierra per cápita en la región es significativamente superior al promedio mundial de 0,2 ha/cap.11 Según el International Institute for Applied Systems Analysis, América Latina tiene más de 500 millones de hectáreas en la categoría de “más adecuado” y el mayor potencial de expansión en las categorías “muy adecuado” y “adecuado”, excluyendo los bosques. La proyección para el 2050 pone de manifiesto que, incluso teniendo en cuenta un aumento significativo de la población, se podrían poner a producir más de 300 millones de hectáreas sin afectar a los bosques naturales, en Suramérica y Centroamérica que representan alrededor del 25 % de la tierra con potencial “muy adecuado”, “adecuado” y “moderadamente apto” para el cultivo de cereales, más del 25 % de los cultivos de aceite vegetal, alrededor del 30 % de las raíces y tubérculos y más del 35 % de los cultivos de azúcar (todos los casos en escenarios de insumos tecnológicos intermedios y altos).
Todas estas cifras resaltan el potencial de recursos para el desarrollo de una bioeconomía que contribuya tanto a la seguridad alimentaria como al suministro de energía renovable, con importantes oportunidades de generación de ingresos, puesto que existen brechas de rendimiento significativas en casi todas las categorías de productos. Tanto en los cultivos de azúcar como de aceites vegetales, el empleo actual con respecto al potencial es muy bajo y en la mayoría de los diagnósticos se identifica un pobre desempeño tecnológico como la restricción más importante por abordar para mejorar la eficiencia del uso de recursos (Banco Mundial 2008). Además de esto, las limitaciones de infraestructura son también un gran problema, en razón a que la mayoría de las nuevas áreas no están cerca de los mercados existentes y ello reduce su valor potencial.
Un segundo conjunto de recursos clave para el desarrollo de la bioeconomía en la región es su dotación de biodiversidad.12 En este sentido, América Latina también es muy competitiva, ya que concentra un número de los lugares más importantes del mundo en cuanto a biodiversidad. Siete de los diecinueve países de la región son considerados “megadiversos” en cuanto a recursos de biodiversidad dentro de sus fronteras político-administrativas (ninguna otra región del mundo incluye tantos países dentro de esta categoría). Los países de la región del grupo megadiverso son Brasil, Colombia, México, Perú, Ecuador, Venezuela y Bolivia, pero otros tres –Costa Rica, Panamá y Guatemala– tienen índices nacionales de biodiversidad (NBI) importantes. Incluso Uruguay, que tiene el NBI más bajo en la región –0,487– se ubica sobre la mayoría de los países europeos.13 La región también es un centro de origen y diversidad de una serie de especies que sustentan la oferta mundial de alimentos (papa, batata, maíz, tomate, frijol, yuca, maní, piña, cacao, pimienta de chile y papaya). Esto sucede también para un gran número de plantas con flores que poseen compuestos especiales para la alimentación y la agricultura, así como para las industrias biofarmacéutica, nutracéutica, cosmética y ambiental (Roca et al. 2004). Estos recursos ofrecen una ventaja comparativa considerable en términos de oportunidades de valor añadido y explotación sostenible porque utilizan nuevas herramientas biotecnológicas. Esta oportunidad se destacó en el dinamismo mostrado por el mercado mundial de productos naturales, que entre el 2002 y el 2008 aumentó en más del 170 % (CONPES 2011).
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