5. Recibo una carta del comité socialdemócrata, carta en la que se me considera como miembro del mismo.
Fuente: Durante el día he recibido cartas del comité electoral liberal y de la Unión humanitaria, de la cual soy socio.
6. Veo a un hombre sobre una escarpada roca en medio del mar. Todo ello a la manera pictórica de Böcklin.
Fuente: Dreyfus en la isla del Diablo y noticias de parientes míos residentes en Inglaterra, etc.
Podríamos preguntarnos si esta conexión del sueño con la vida diurna no va nunca más allá de los sucesos del día inmediatamente anterior, o si, por el contrario, puede extenderse a impresiones anteriores, dentro siempre de un próximo pretérito. No es ésta cuestión de esencial importancia; pero una vez planteada, me inclinaría a resolverla en el sentido del exclusivo privilegio del último día anterior al sueño, o como en adelante lo denominaremos, del día del sueño (Traumtag). Todas cuantas veces he creído hallar que la fuente de un sueño había sido una impresión anterior al mismo en dos o tres días he podido comprobar después, mediante un más detenido examen, que dicha impresión había sido recordada de nuevo en el día del sueño y que, por tanto, entre el momento del mismo y el día de la impresión se había intercalado -precisamente en el día del sueño- una reproducción de dicha impresión, siéndome dado hallar asimismo la ocasión reciente de la que podía haber partido el recuerdo de la impresión más pretérita. En cambio, no he podido nunca comprobar que entre la impresión diurna estimulante y su retorno en el sueño se hallase intercalado un intervalo regular de importancia biológica (como primer intervalo de este género indica H. Swoboda el de dieciocho horas).
H. Ellis, que también ha dedicado suma atención a este problema, indica que no ha podido hallar en sus sueños, a pesar de haberla buscado «con especial cuidado», un tal periodicidad de la reproducción. A este propósito relata un sueño en el que, trasladado a España, sale de viaje en dirección a una localidad cuyo nombre era Daraus, Varaus o Zarauz. Al despertar le fue imposible recordar ningún lugar de nombre parecido y dejó de ocuparse de su sueño. Pero meses después cayó en la cuenta de que Zarauz era una estación situada entre San Sebastián y Bilbao, línea por la que había viajado doscientos cincuenta días antes del sueño.
Así, pues, habremos de opinar que todo sueño posee un estímulo entre los acontecimientos del día a cuya noche corresponde y que las impresiones del pretérito más próximo (con exclusión del día anterior a la noche del sueño) no muestran el contenido onírico una relación diferente a la de otras impresiones cualesquiera pertenecientes a tiempos indefinidamente más lejanos. El sueño puede elegir su material de cualquier época de nuestra vida, por lejana que sea, a la que, partiendo de los sucesos del día del sueño (las impresiones «recientes»), puedan alcanzar nuestros pensamientos.
Pero ¿a qué obedece esta predilección por las impresiones recientes? Sometiendo a más riguroso análisis uno de los sueños antes citados podremos establecer quizá alguna hipótesis sobre este punto. Elegiré para ello el sueño de la monografía botánica.
Contenido onírico: He escrito una monografía sobre una cierta planta. Tengo el libro ante mí y vuelvo en este momento la página por la que se hallaba abierto y contiene una lámina en colores. Cada ejemplar ostenta, a manera de herbario, un espécimen disecado de la planta.
Análisis: Por la mañana he visto en el escaparate de una librería un libro nuevo, titulado Los ciclámenes, seguramente una monografía sobre este género de plantas.
Los ciclámenes son la flor preferida de mi mujer. Me reprocho no acordarme sino pocas veces de traerle flores, sabiendo lo mucho que le gustan. El tema traer flores me recuerda una historia que he relatado hace poco, en una reunión de amigos míos, utilizándola como prueba de que el olvido constituye con gran frecuencia la realización de un propósito de lo inconsciente y permite siempre deducir una conclusión sobre los secretos pensamientos del olvidadizo. Una señora joven, que se hallaba acostumbrada a recibir de su marido un hermoso ramo de flores el día de su cumpleaños, echa de menos esta muestra de cariño en uno de tales días y rompe a llorar amargamente. El marido no acierta a explicarse este llanto y cuando ella le revela la causa se excusa, alegando haber olvidado totalmente qué día era, y quiere salir en seguida a comprar las flores. Pero la mujer continúa desconsolada, viendo en el olvido de su esposo una prueba de que ya no ocupa ella en sus pensamientos igual lugar que antes. Mi mujer ha encontrado hace dos días a esta señora de L., la cual le dijo que se sentía mejor de salud y le preguntó por mí. En años anteriores había acudido a mi consulta para someterse a tratamiento.
A estas asociaciones libres se agregan luego las que siguen: realmente he escrito en una ocasión algo análogo a una monografía sobre una planta -un estudio sobre la coca- que orientó la atención de K. Koller sobre la propiedad anestésica de la cocaína. En mi trabajo se indicaba ya como posible este empleo del citado alcaloide, pero no se estudiaba a fondo la cuestión. Con relación a este tema se me ocurre ahora que en la mañana del día siguiente a este sueño (cuya interpretación no tuve tiempo de emprender hasta las últimas horas de la tarde) ocupó durante algún tiempo mi pensamiento la idea de la cocaína dentro de una especie de fantasía diurna que mi imaginación se entretuvo en construir. Pensé, en efecto, que si alguna vez tenía la desgracia de padecer una glaucoma, iría a Berlín y me haría operar, en casa de un amigo mío, por un médico conocido de él, pero al que no revelaría mi personalidad. No sabiendo quién era yo, me hablaría de la facilidad con que, merced a la introducción de la cocaína, podía ya llevarse a cabo tales operaciones. Por mi parte, me guardaría muy bien de revelar que había tenido participación en dicho descubrimiento. A esta fantasía se enlazaron pensamientos sobre lo embarazoso que es para un médico solicitar para si propio el auxilio profesional de otros colegas. No dándome a conocer al oculista berlinés, podría pagarle, como otro enfermo cualquiera, sus servicios. Después de surgir en mi memoria el recuerdo de esta ensoñación diurna, advierto que detrás de la misma se esconde el recuerdo de un determinado suceso. Poco tiempo después del descubrimiento de Koller padeció mi padre un glaucoma, siendo operado por el doctor Königstein, oculista y amigo mío. El mismo doctor Koller se encargó de efectuar la anestesia por medio de la cocaína, y al terminar la operación nos hizo observar que para ella nos habíamos reunido las tres personas que habíamos participado en la introducción de dicho alcaloide como anestésico.
Mis pensamientos van ahora, continuando su curso, hasta la última vez en que hube de recordar toda esta historia de la cocaína. Fue esto hace pocos días, cuando leí un escrito de felicitación en el que los alumnos y ex alumnos del laboratorio testimoniaban su agradecimiento al claustro de profesores del mismo. Entre los títulos de gloria de la institución, se citaba el descubrimiento en ella realizado por K. Koller de la propiedad anestésica de la cocaína. Advierto ahora, de repente, que mi sueño se halla enlazado a un suceso de la tarde anterior. Dialogando precisamente con el doctor Königstein sobre una cuestión que me apasiona siempre que me ocupo de ella, le había ido acompañando hasta su casa. En el portal tropezamos con el profesor Gärtner (jardinero) y su joven esposa, no pudiendo yo por menos de felicitarlos por su floreciente aspecto. El profesor no pudiendo yo por menos de felicitarlos por su floreciente aspecto. El profesor Gärtner es uno de los autores del escrito a que antes me referí, y debió, sin duda, recordármelo. También la señora de L., cuyo desencanto en el día de su cumpleaños hube antes de relatar, fue citada, aunque con distinto motivo, en la conversación que sostuvimos el doctor Königstein y yo.
Intentaré interpretar también las restantes determinantes del contenido onírico. La monografía contiene un espécimen disecado de la planta, como si de un herbario se tratara. A la idea herbario enlaza un recuerdo de mis tiempos escolares. El director del establecimiento de enseñanza en que yo estudiaba reunió una vez a los alumnos de las clases superiores, y los encargó de revisar y limpiar el herbario de la casa, en el que se habían encontrado pequeñas larvas de polilla (Bücherwurm; literalmente, gusano de los libros). Desconfiando, sin duda, en la eficacia de mi ayuda, no se me entregaron sino muy pocas hojas, en las que recuerdo había algunos ejemplares de plantas crucíferas. Mis conocimientos de botánica no han