Todo lo que acabo de exponer más arriba es, según creo, una novedad, y además creo que resuelve muchos problemas sobre el origen y primeros pasos de los tervingios. Por lo pronto tendríamos no 3, sino 6 jueces o reyes de los tervingios y no una, sino 2 dinastías o linajes reales que se sucedieron en el poder y cuya rivalidad explicaría mucho mejor la súbita y dramática fragmentación que el estado tervingio sufrió en el 376 cuando Atanarico perdió el control sobre la mayoría de su pueblo en favor de otros jefes no ligados a su familia o linaje como era el caso de Alavivo y Fritigerno. ¿Quiénes eran estos? Es evidente que señores poderosos, lo más probable es que fueran parte de ese grupo de reyes tervingios sometidos a Atanarico que señalaba Temistio en su panegírico de finales del 369 o inicios del 370. Pero de linaje tan alto y prestigioso como para disputarle el poder a un hijo y nieto de jueces/reyes supremos y eso me sugiere que uno de ellos o los dos, bien podrían haber sido descendientes de la familia real a la que pertenecieron Canabaudes, Geberico y Alica. La misma que, desplazada del poder supremo entre el 324 y el 328, aprovechó la derrota de Atanarico ante Valente a finales del 369 y, sobre todo, los ataques hunos del 375-376 para comenzar a cuestionar su autoridad y tratar de retomar el perdido control sobre los tervingios.35 Creo que, de esta manera, además, podemos trazar una historia continua y más plausible de los tervingios entre su aparición, hacia el 268, y su derrumbe en el 376.
Figura 15: Moneda de «tipo cabaña», acuñada bajo el emperador Constante en Augusta Treverorum (348-350). En su reverso se aprecia a un soldado romano sacando pacíficamente a un bárbaro de una cabaña muy simplificada, cuyo aspecto quiere hacerse eco de las que los pueblos de allende el Imperio construían con muros de tapial, cubiertas vegetales y una carcasa de materiales perecederos –sobre todo madera y caña–, al modo habitual en la tradición constructiva no mediterránea. Esta iconografía celebraba el asentamiento de grupos de bárbaros dentro de las fronteras del Imperio.
Ahora bien, tal como señalábamos en el primer capítulo, el «éxito tervingio», la consolidación de la hegemonía tervingia al norte del Danubio, recibió un empujón, por así decir, del Imperio. Roma no solo optó por convertir a los tervingios en sus «interlocutores» estableciendo foedera, tratados que otorgaban ventajas comerciales y subsidios, amén de emplear a miles de guerreros godos y de realzar el prestigio del juez tervingio entre las tribus godas, sino que intervino para eliminar a quien sin duda y en mi opinión era un poderoso rival de los tervingios: la misteriosa tribu goda que según el anónimo autor de la Origo Constantini Imperatoris era «la más poderosa y numerosa de las tribus godas»36 en el 334. Constantino derrotó cumplidamente a esta fracción de los godos y, con ello, sin duda, allanó el camino de Ariarico y sus sucesores como hegemones de los pueblos godos situados entre el Danubio y el Dniéster.
La historia de las relaciones entre tervingios y romanos es agitada. Aorico, el hijo de Ariarico que quedó como rehén en Constantinopla en virtud del foedus del 332, no terminó de adaptarse al papel que el Imperio le tenía destinado, el de rey bárbaro complaciente y sumiso. Ni siquiera los agasajos y honores que se le concedieron, se le llegó a erigir una estatua junto a la Basílica de Illus, templaron su odio hacia Roma. Cuando su cautiverio terminó y reemplazó a su padre al frente de la confederación tervingia, tensó las relaciones con el hijo y sucesor en Oriente de Constantino, Constancio II. De hecho, y según parece, Aorico desconfiaba tanto de Roma que obligó a su hijo, Atanarico, a jurar que no visitaría Constantinopla. En cualquier caso, Aorico tuvo varios enfrentamientos diplomáticos y bélicos con Constancio II y como parte de esos enfrentamientos y como ya vimos más arriba, persiguió a los cristianos de su territorio.
Pero sería su hijo, Atanarico, que parece que llegó al poder hacia el 364-365, quien tuvo el enfrentamiento más duro con Roma. El contexto de dicho enfrentamiento es muy significativo pues nos ilustra sobre cómo el poder tervingio no había dejado de crecer desde el 332 y cómo, en consecuencia, deseaba cambiar las bases de su relación con Roma y tener un papel más igualado con el Imperio.
En el 363, Procopio, un primo del augusto Juliano, recibió el encargo de este último de dirigir una de las dos «tenazas» del ejército romano que debían de adentrarse en Persia y destrozar su resistencia. Esto es significativo, ya que Procopio mandaría 30 000 hombres (18 000 según Zósimo), la mitad poco más o menos del total de la fuerza empleada, y los llevaría por Armenia para, una vez sumadas sus fuerzas a las del rey Arsaces, aliado de Roma, pasar a Adiabene amenazando el norte de Mesopotamia y tratando luego de converger con Juliano que mandaría el resto del ejército llevándolo directamente y Éufrates abajo, contra la capital persa, Ctesifonte.
Figura 16: El Missorium de Kerch, datado en la época del emperador Constancio II (reg. 337-361), hijo y sucesor de Constantino el Grande. A la izquierda vemos a un soldado elegantemente vestido y con un torques al cuello, lo que denotaría su condición de miembro de la guardia de palacio. En el centro destaca la figura del emperador Constancio, que viste una túnica corta decorada con segmenta, vaina de espada decorada, pantalones ajustados y calzado enjoyado. La cabeza tocada con una diadema, emblema inequívoco de realeza, y el nimbo que la rodea es un remanente de la iconografía pagana. Sobre el escudo del soldado vemos claramente marcado un crismón (las letras griegas ji, X, y ro, P, que aluden al nombre de Cristo en esa misma lengua, Xριστός) pero, al tiempo, el caballo del emperador aparece coronado por una tradicional Victoria alada, que extiende sobre su cabeza una corona de laurel, símbolo del triunfo militar. Con la mano opuesta sostiene una palma, representación asimismo de la victoria. El escudo que vemos bajo el caballo remacha la cualidad de triunfador del emperador. Museo del Hermitage, San Petersburgo.
La guerra de Juliano contra Persia fue un desastre. También lo fue para Procopio. Aislado en Armenia, no pudo intervenir en la sucesión de su infortunado e imperial primo y cuando se enteró de que Joviano había sido elegido nuevo augusto, temió por su vida. Tenía motivos. Juliano le había entregado, según se decía, un manto de púrpura imperial, un símbolo inequívoco de que le consideraba su heredero y ahora, con Joviano en el trono, Procopio podía ser considerado como un peligro potencial y ser ajusticiado sin más. Este último logró escapar del verdugo renunciando a la vida pública y marchando a sus fincas de Capadocia, pero cuando al poco murió Joviano y subió al trono Valentiniano (364-375), este consideró que no le convenía que un miembro de la familia de Constantino siguiera vivo y envió hombres a detenerlo. Procopio logró huir con su familia y tras alcanzar el Quersoneso Táurico, la actual Crimea, aprovechó que Valente, el coemperador nombrado por Valentiniano para gobernar Oriente, se hallaba preparando una campaña contra Persia, para plantarse en Constantinopla donde inició una sublevación en septiembre del 365. Apoyado por la guarnición de Constantinopla y por algunas tropas enviadas previamente por Valente a detener incursiones godas en la frontera danubiana, Procopio obtuvo además, y esto es lo que nos importa, el apoyo explícito de Atanarico, que acababa de suceder a su padre, Aorico, como juez de los tervingios y que le envió 10 000 guerreros godos.
Procopio logró algunos éxitos iniciales en Nicea y Cícico, pero al cabo sus generales fueron derrotados en la batalla de Tiatira, en Frigia (en el oeste del Asia Menor turca), y el propio Procopio fue vencido en Nacolea el 26 de mayo del 366, capturado al día siguiente y ejecutado de inmediato.