Si había algo que Logan tenía claro era que a él no le iban las relaciones estables. Sólo le interesaban las aventuras ocasionales.
Al fin y al cabo no era un bicho raro. Las mujeres con las que salía eran como él: detestaban el matrimonio. Gloria era únicamente una excepción y no le interesaba en absoluto.
–¿Estás catatónico o qué te pasa? –le interrogó Merrie, enarcando una ceja.
–Estaba pensando…
–En Gloria, ¿no? –sonrió Merrie, con picardía.
–Más o menos. Las próximas semanas van a ser duras: esa mujer no conoce la palabra no. Soy una especie de trofeo que se ha propuesto cazar…
Mientras Merrie lo escuchaba, sus pechos se dejaban adivinar bajo la tela de la camisa. Kincaid notó como sus tejanos se abultaron un poco más de lo corriente, en la zona de la cremallera.
–¿Realmente es tan perseverante?
–No puedes hacerte una idea. Estoy considerando la idea de irme a Nueva York antes de lo previsto si las cosas se ponen muy tensas. El acoso comenzó cuando el padre de Gloria consiguió ser el propietario de toda la empresa.
–¿Te vas a vivir a Nueva York? –preguntó Merrie, jugando con el nudo de la camisa.
–Sí. Tarde o temprano acabaré allí. Me crié en un pueblo pequeño, y llegué a odiarlo. Prefiero vivir en las grandes ciudades.
–¿Seattle no te parece lo suficientemente grande? Es estupendo. Venden café a la italiana en cada esquina y tiene un equipo de béisbol profesional… ¿Qué más puede desear un verdadero amante de la ciudad?
–Mi intención es trabajar en Wall Street, lo que supondría llegar a la cumbre de mi carrera profesional.
—¡Qué interesante! Se ve que te gusta vivir bien, con atascos, ruido y una contaminación espantosa… –Merrie no estaba nada impresionada por los planes del corredor de bolsa. ¿Te vas a dedicar a ganar un billón de dólares antes de cumplir cuarenta años?
–No tan drásticamente, pero lo voy a intentar. De hecho, soy un buen agente de bolsa.
–…Que necesita unas buenas vacaciones –añadió Merrie, estirándose sensualmente frente al espejo.
Logan estaba intrigado por los gestos que hacía la profesora.
–Ya te he dicho que no voy a ir a Montana.
–Sí, te he oído muy bien. Pero, ¿qué vas a hacer, quedarte en Washington y dejar que Gloria te atrape?
Kincaid estuvo mirando a Merrie un buen rato, dándose cuenta de que su mente estaba confusa. Ella le inspiraba consternación, diversión y deseo… Y esos sentimientos podían tener un efecto tan devastador como la anarquía, en su propia persona. Gloria Scott era un engorro, pero Merrie Foster podía ser tremendamente dañina para su equilibrio personal.
Ella tenía razón: Gloria era pura tenacidad. Nadie le iba a obligar a casarse con ella, pero las cosas podían ir mal en la empresa por su culpa. Además, realmente necesitaba unas buenas vacaciones.
Había estado últimamente distraído, aburrido e incluso harto de sus clientes que, ávidos de ganancias, no seguían sus indicaciones. Marcharse lejos era una buena idea y ya era muy tarde para hacer cualquier reserva en una agencia de viajes.
–Entonces, ¿qué es lo que más te convence: el ramo de boda o los caballos…?
Logan miró a Merrie alegremente y finalmente, tomó la decisión.
–¡Me quedo con los caballos! Voy volando a hacer el equipaje.
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